LA NARRATIVA HURACANADA DE JULIO SRUR
En Viaje a la ilusión primaria, el joven autor extiende un arco de relatos de un “realismo ventoso”, que cambia permanentemente en sus direcciones.
› Por Facundo Gari
Al preguntarle a Julio Roberto Srur (33) por qué escribe, la imagen que devuelve del origen de su “amor por la escritura” es cinematográfica. Con tono de trailer: “Empecé sin darme cuenta. Tenía nueve o diez años y con una pelota de tenis armaba un campeonato de fútbol. Solo, contra la pared: el que pateaba era delantero y el que recibía el rebote era arquero. Cada tantas fechas, escribía una crónica de esa fantasía; puntajes, goles y figuras. Ahora escribo sin tener muy claro por qué. No puedo evitarlo”.
Sería una película de paisajes pintorescos: porteño de nacimiento, Srur vivió en Bariloche, Los Angeles y en las ciudades finlandesas de Tupos, Kempele y Helsinki, de donde regresó hace poco más de seis meses, luego de casi ocho años, para instalarse en San Telmo. Tango por banda sonora. Y una emotiva escena de la presentación de su primer libro de relatos, Viaje a la ilusión primaria, en una librería: las librerías son el personaje mudo de su historia.
Es que vendedor de libros fue uno de sus primeros laburos, a los 18; y porque de librerías abunda el contexto del cuento que abre las 125 páginas de su debut editorial, “La indemnización”, con el que ganó el premio Nuevo Sudaca Border 2010/11 de editorial Eloísa Cartonera. En librerías europeas fue que puso en marcha una “disciplina” para escribir y del éxito de ese ejercicio es depositario este volumen. Y fue una librería/centro cultural la que lo editó: Arkadia International Bookshop, un proyecto integral comandado por Ian Bourgeot. “Mi idea es seguir sus pasos acá”, le adelanta al NO. Finalmente, ¿dónde se consigue Viaje...? Y sí, en las librerías.
Los cuentos de Srur también podrían inspirar futuras incursiones de celuloide o convertirse en microficciones dentro de su film: una sobre un empresario en bancarrota que decide trabajar para comercios que ignoran que lo han contratado; otra de un futbolista villero con más tino que Scocco para meterla en el arco, pero menos que Messi para comprender que cuando el juez cobra falta debe dejar de empujar la pelota; y otra más, de un niño que hace con insectos todo lo que enseña El juego del miedo y sin que ningún adulto se escandalice. “‘Perdón a los escarabajos’, el único relato del libro que escribí en Buenos Aires, es una parte autobiográfica que necesitaba purgar. Está exagerada igual: lo de que los metía en un microondas no es verdad”, calma a las organizaciones de defensa insectil.
A pesar de no abundar en descripciones y más bien por el modo en el que el relato dispara en la mente del lector, podrían servir como base para cortometrajes animados, laterales al film central, estilo Animatrix. Pero serían, por mucho, más realistas que las que se desprenden de Neo, porque la narrativa de Srur es realista –cuando no se arrima al poema en prosa en sus trece relatos–. No de un realismo terroso, característico de alguna literatura emergente de la década pasada. Más bien ventoso, pues admite cambios de dirección que le dan cabida a lo mágico hasta en el verosímil más ortodoxo. Es notorio en “Las obsesiones de Laura”, que por extensión podría ser una nouvelle. O, por qué no, otra película.
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