Jueves, 29 de agosto de 2013 | Hoy
BEACH HOUSE O AMAR PARA SER LIBRE
El grupo que cristalizó el renacimiento del dream pop llega a Buenos Aires con Bloom a cuestas: un intento por encontrar la belleza de lo imperfecto.
Por Yumber Vera Rojas
Con la aparición en 2010 de Teen Dream, de Beach House, se confirmó lo que hasta un lustro atrás era básicamente una especulación: el dream pop estaba de vuelta. Sí, el movimiento más onírico de la historia de la cultura rock, el que advirtió el angustioso dark, diseñado a partir de las atmósferas narcóticas de Cocteau Twins o Galaxie 500, y cuya etiqueta fue acuñada por la dupla británica A.R. Kane, encajaba perfectamente en una época en la que la juventud, al tiempo que se conectaba universalmente a través de las tendencias, perseguía desesperadamente sus individualidades. Y esa paradoja es la que erigió una cada vez mayor necesidad de la música de reflejar su dicotomía en la opacidad ensoñadora de las violas y los teclados. No obstante, la dupla conformada en Baltimore en 2004 debutará próximamente en Buenos Aires con Bloom (2012), en el que, sosteniendo los preceptos de una escena hipnótica que componen (a su manera) The xx, Atlas Sound o Washed Out, ahonda en el concepto pop de la canción. “Es lo que hacemos”, afirma la francesa Victoria Legrand, vocalista y tecladista del grupo que comparte con el guitarrista Alex Scally. “Si no le hubieran puesto dream pop, lo habrían llamado de otra forma.”
A pesar de que Bloom defiende la identidad musical de su exitoso álbum anterior, Alex y vos podrían haber establecido otro rumbo estético. Al momento de entrar en el estudio, ¿cuál fue la consigna que se plantearon para confeccionar el flamante repertorio?
–Anoche estuvimos en el estudio, vinieron algunos fans, y hablaron con Daniel (Franz), nuestro baterista, porque suele interactuar con la gente que acude a los recitales. Pero generalmente nos relacionamos en la sala de un modo muy íntimo e intenso. Aparte de él, que también es sesionista, y de Chris (Coady), quien fue el productor e ingeniero de los últimos dos álbumes, estamos Alex y yo, nadie más. Nos encontramos muy cómodos trabajando en ese formato, por lo que no nos interesaba que Bloom generara, al menos premeditadamente, una ruptura conceptual con respecto a Teen Dream. Entre todos vamos sacando adelante las canciones, al igual que la idea global. No me detuve a pensar sobre nuestro más reciente disco, y pienso que va a pasar mucho tiempo hasta que lo describa en retrospectiva.
Al igual que Gila y Lover of Mine, incluidas en sus trabajos anteriores, las canciones de este cuarto disco se ausentan de la vorágine posmoderna para cobrar vida en un escenario clásico, donde los sentimientos se debaten entre la tragedia y la duda. ¿Por qué son tan dramáticas las historias que encierran los temas que escribís? ¿Sos así de intensa en el amor?
–Es una gran discusión, que en definitiva puede que no tenga respuesta. La gente necesita afecto para sobrevivir, pero también debe estar dispuesta a darlo. Nuestras canciones no definen los sentimientos a partir del sexo o de algún otro hecho tangible sino que intentan demostrar la belleza que nos rodea, entendiendo además que es imperfecta. Conscientemente o no, nos lastimamos a través de la ciclotimia del ego o de actitudes negativas. No obstante, el amor es el medio para ser libres.
Si bien se puede especular con que tu formación teatral fue influyente al delinear ese estilo vocal de matices épicos, al igual que tu performance en vivo, en la que la austeridad de movimientos se traduce en una oda a la agonía, ¿por qué iniciaste tu carrera musical en Baltimore y no en Francia?
–El nomadismo es una constante en mi vida, pues crecí en varias ciudades. Luego de estudiar teatro en París, me mudé a Baltimore porque tenía un amigo allá. Apenas llegué, conocí a Alex, y al toque comenzamos a crear canciones. Fue rápido y natural. Sin duda es uno de los sucesos más importantes de mi vida.
* Martes 3 de septiembre en Vorterix (Federico Lacroze 3455). A las 21.
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