ROCANROL POS CALLEJEROS
› Por Juan Barberis
Era lo esperable, aunque imposible de calcular y prever en términos prácticos. Los escombros que dejó la masacre de Cromañón –ese cúmulo de poderes y símbolos en crisis que una noche, finalmente, voló en pedazos cobrándose 194 vidas– expone todavía un terreno calurosamente incómodo y revuelto. A una década del incendio del local de Once, 2013 se reveló como un año particularmente sensible: arrancó con los integrantes de Callejeros alojados en el penal de Ezeiza y termina con Chabán procesado, aguardando su muerte en el Hospital Santojanni, entre el delirio y la vigilia, a causa de un linfoma de Hodgkin. Mientras el procurador fiscal, Eduardo Casal, presentó en las últimas semanas catorce dictámenes ante la Corte Suprema de Justicia para que revise el fallo que condenó a los integrantes de la banda –maniobra que podría suspender la ejecución de la sentencia y devolverles provisoriamente su libertad–, las muestras de apoyo para con Callejeros siguieron multiplicándose en todo el país.
Como una masa homogénea, huérfana y desconsolada, guiada por la figura de Juano Falcone (vocero visible y batallador, nieto de Estela de Carlotto y percusionista de Casi Justicia Social, la banda de Pato Fontanet post Callejeros), los “Callejas” flamearon slogans como “La música no mata” –algo que suena real pero reduccionista y peligrosamente ingenuo si viene adosado a la compleja trama que late detrás de Cromañón–, y se volcaron a públicos de bandas cercanas a su causa, sedientos de voz y notoriedad en busca de visibilizar su reclamo. Casos como los de Salta La Banca y La Beriso resultaron los más significativos: dieron asilo a esa multitud respetando el dolor y acoplándose al pedido de justicia, y experimentaron un empujón en sus convocatorias, cerrando un año de pronunciado ascenso.
Los primeros, liderados por Santiago Aysine, un sobreviviente de Cromañón de perfil llano y transparencia ideológica –que en el último Cosquín Rock vistió la remera de “Libertad a Callejeros” mientras la pantalla salpicaba imágenes alusivas–, llenaron el Malvinas Argentinas, toda una proeza para una banda que debutó en vivo en 2009. Y La Beriso, tras 15 años de recorrido, agotó en noviembre su primer Luna Park, y la evidencia fue alevosa: parado frente a una marea de banderas de Callejeros que copaban el estadio, el cantante Rolo Santorio alentaba el espasmo ensordecedor de la gente (“¡Ni una bengala, ni el rocanrol, a estos pibes los mató la corrupción!”), como conteniendo frente a sus ojos aquel momento de catarsis colectiva, un bálsamo fugaz para esa herida que aún sigue y seguirá supurando.
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