TELEVISIóN TOTALIZANTE
› Por Federico Lisica
En uno de los momentos más logrados de la entrega 2013 de los premios Emmy, el presentador Neil Patrick Harris clarificó qué es ver televisión hoy. Quien hiciera de médico niño en la inverosímil Doogie Howser y de sí mismo en la hiperfumona saga de Harold & Kumar dijo: “Hoy todo es televisión, ves televisión en el televisor, en tu laptop, en tu móvil, en tu reloj, en tus Google Glass, incluso en este momento en mi lente de contacto yo estoy viendo un capítulo de American Horror Story: Asylum”.
Menuda definición sobre el flirteo entre los contenidos audiovisuales y las plataformas web, de los cambios de costumbres, pero para el espectador local aparece otra cuestión: ¿desde cuándo nos importan los premios Emmy y toda la parafernalia de las directrices sobre el entretenimiento tal como se palpa constantemente en las redes sociales? Si la normativa de la prensa musical británica por años fue buscar la “Gran Cosa Nueva”, ahora se aplica a la crítica de TV, los tuiteros, la caza del fenómeno catódico.
En fin, en 2013 hubo series excelentes, otras buenas, de las regulares y el resto. Sólo a una le cabe el mote de auténtico fenómeno cultural: Breaking Bad. El final de la saga del cocinero de metanfetamina azul con la reconversión final de la crisálida timorata en una bestia barbuda. Y todos los “Yo, Bitch!” de Jesse Pinkman, los “Say my name” de Walter White. El programa de Vince Gilligan, por otra parte, fue una perniciosa y genial estación musical que supo poner artistas en órbita (desde clásicos como Badfinger o America, a irredentos como Fujiya & Mijagi o TV on the Radio, y hasta Ana Tijoux o el proyecto argentino Chancha vía Circuito). Mención aparte para esa intro sugestiva como el paso de una cascabel por el desierto, creada por Dave Porter. Un tema que sobre el final del anteúltimo capítulo se volvía un mantra mientras “se completaba la tansformación de Walter y el timorato y Heisenberg se volvían uno solo”.
También fue el año en que Walking Dead siguió elevando las dosis de fans; en que Netflix se transformó en productor, distribuidor y veta de consumo; en que el término spoilear se volvió la nueva censura de uso masivo; en que Homeland perdió a Brody y al pichicho hablador de Padre de Familia; en que bazingeros de The Big Bang Theory lucharon para demostrar que aún hay lugar para la sitcom; en que Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D no convenció ni a fans ni a neófitos... pero la corona fue para los dos que se pusieron malos. ¿Quién iba a decir que una historia de cocineros de droga dura en Albuquerque, con un profe de química vuelto una tremenda basura, y un compañero adicto, sería el fenómeno catódico del siglo XXI?
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