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Jueves, 2 de enero de 2014

LOS TOLCHOCOS EN LA BATIDORA

“La música de fondo de esta ciudad no es el charleston”

El nuevo disco de este combo indomable es un viaje postapocalíptico con influencias del comic y el spaghetti western, pero con “filtro de barrio”.

 Por Juan Barberis

Según el nadzat, el dialecto mediante el cual se comunicaban los drugos de La naranja mecánica —la obra de Anthony Burgess llevada al cine por Stanley Kubrick en 1971—, Los Tolchocos significa “los golpes”, un nombre que, en el contexto de esta banda nacida hace poco más de diez años en Santos Lugares, resuena con evidente intención. Pero, ¿a quién intentan castigar? “A los prejuicios”, repite con decisión Juano Malaonda, un cantante extrovertido y carismático, mezcla de MC y tatuador de la Bond. “Ojalá la gente estuviera tan abierta como para recibir bandas de todos los estilos y convivir amable y pacíficamente. La música es una sola y, si es buena, no entiende de géneros. A mí me gustan las bandas de punk, de hardcore y de metal, pero de todo eso el 90 por ciento es una poronga.”

Así que en la variedad de Los Tolchocos está la diversión. Fundado en la zona oeste del Gran Buenos Aires a principios de 2003, este quinteto encaró un camino zigzagueante e imprevisible: arrancó como una inexperta banda de covers de Misfits y Bad Religion y hoy funciona como una licuadora que traga rodajas pulposas de rockabilly, surf-rock, vals, punk, hardcore y hasta cumbia. “Nuestro filtro es el barrio, porque nosotros somos de barrio”, aclara Juano. “¿Cómo le vamos a escapar a una cumbia? ¿Cómo le vas a escapar a Los Redondos? No podés. La música de fondo de esta ciudad no es el charleston.”

Después de lanzar Polly Brown, su debut, en 2010, lograron condensar en Los Tolchocos en el País de las Maravillas su más codiciado plan. Producido por Damián “El Chino” Biscotti, de Cadena Perpetua, el álbum es un viaje de concepto post apocalíptico que destila influencias del comic y el cine, evocando el spaghetti western de Sergio Leone y la música de Enio Morricone, y que refuerza amplitud estilística a través de un listado de colaboradores de lo más diverso: desde el Gavilán de Los Alamos hasta La Mosca Lorenzo de Los Auténticos Decadentes. “Es lo más ambicioso que hicimos”, evalúa el cantante. “Aunque lo grabamos de mañana comiendo tostadas y tomando Cindor, tiene un sonido más lo-fi y mucho más oscuro que el disco anterior. Cuando lo empezamos a armar era justo la época del 2012, así que nos subimos a esa ola de locura y pánico generalizado por el fin del mundo. Somos nosotros y nuestras canciones vagando por el País de las Maravillas, donde te podés llegar a encontrar con cualquier cosa.”

En esa intención de impacto y sorpresa, el vivo de Los Tolchocos resulta el terreno más efectivo. Subidos a los golpes temibles de un batero que en sus ratos libres castiga cristianos bajo las reglas del Moi Tai, la banda se divide entre remolinos de guitarras distorsionadas, con un cantante espasmódico que se arquea y escupe el mic, y pasajes bamboleantes que invitan al cuelgue o al baile a puro ritmo latino. “Pero no somos una bandita jodiendo con una cumbia, eh. La idea es que la escuches y te copes en bailarla. Que el que sabe de cumbia pueda admitir que tiene algo que está bueno, y el que no es fan de la cumbia, que la reciba y la adapte a su corazón. Es con el mayor de los respetos”, remarca Juano. “Es verdad que la gente se tira muchísimo más a las bandas de género, pero no queremos ser una banda de charts, una banda de ranking. Nosotros buscamos que pese el concepto del grupo más allá del estilo que toquemos. Eso requiere tiempo, discos... Y tal vez el éxito no nos esté esperando, pero sí te vas a llevar un buen recuerdo de Los Tolchocos, y cuando seas viejo vas a poder decir: ‘¡Esos hijos de puta sí que lo sabían hacer!’.”

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Imagen: Cecilia Salas
 
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