POLINA IVANOVA DE COSTA A COSTA
La artista kirguisa (de Kirguistán, claro) eligió Argentina por su arte, su libertad y sus kiosqueros sonrientes.
› Por Santiago Rial Ungaro
A pesar de lo que dicen, a pesar incluso de lo que muestra la realidad, al fin éste es un país generoso. Si no pregúntenle a esta simpática artista y publicista nacida en Kirguistán, pequeño país que alguna vez perteneció a la URSS, asolado por conflictos étnicos y económicos, con un clima “muy parecido a Bariloche” y en el que aún se practica el rapto de novias. Hace 16 años, cuando llegó a Buenos Aires, Polina no paraba de llorar, no hablaba una palabra y se sentía demasiado expuesta: “Los primeros meses sabía cuatro palabras: ‘sí’, ‘no’, ‘hola’ y ‘chau’. A todo respondía: más o menos”. Hoy, con 26 años, a Polina Ivanova le va más o menos bien: hasta hace días sus obras plásticas en acrílicos, tinta china y hasta marcadores (y con cierta impronta surrealista) fueron expuestas en la extravagante galería de Carlos Regazzoni en Retiro.
Sus arabescos, manchas, figuras geométricas y demás automatismos se llevan de maravillas con lo digital y las redes sociales. “La verdad, no me propuse ser artista. Siempre lo hice de forma natural, ahora capaz que me estoy dando cuenta de que lo puedo hacer en forma profesional. El arte siempre tiene algo raro, porque la gente en definitiva quiere crear algo que no exista, generar algo diferente a su alrededor. Es medio autista, tiene algo de realidad virtual, de querer crear algo y vivir ahí, en eso que creaste”, dice Polina, para quien arte y publicidad se complementan. “En publicidad trabajo más con lo digital, me encargo más de lo técnico, de la programación, no hago dirección de arte. Tampoco creo que para ser artista haya que ser un sufrido y no tener un peso. Para mí hay que relajarse y disfrutar de lo que hacés, aprender eso es como un ejercicio.”
Un ejercicio privado que, quizá por cierto carácter líquido de la modernidad, hace que lo que durante años parecía sólo un juego se expanda día a día: “Lo digital tiene eso del líquido, todo fluye y se modifica. Me gustaría transformar los cuadros y que terminen siendo como hologramas, que interfieran con lo que es sonido, olor, que puedas interactuar, que en vez de hablar con el artista las obras hablen, que se les pueda preguntar. Que cada obra sea como una persona. Me gustaría hacer eso, poder flashear con eso. Creo que dentro de poco eso se va a poder”.
Ivanova, la rusita flashera, comenta que tenía “algunas dudas de si éste era un buen país”. Hasta que viajó a Rusia, ya con una mirada de persona grande: “Me di cuenta de que es un buen país Argentina, y no por el arte, porque capaz en Rusia hay más arte en la calle, pero cada país tiene su personalidad y una termina eligiendo el país por cómo es uno. Argentina es un país de inmigrantes, hay mucha libertad. Quieran o no, son abiertos de mente, más allá del montón de gente conservadora. No me veo en Asia con la cara tapada, y estando en Rusia extrañé tonterías, como que el taxista o el kiosquero te sonrieran. En otros países la gente es innecesariamente mala onda”. Quizá sea porque es artista, quizá por publicista, lo cierto es que ella sabe cómo llamar la atención: “Lo aprendí cuando era una nena. Es que nadie se va a enamorar de vos si no estás enamorada de vos misma”.
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