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Jueves, 22 de mayo de 2003

FERNANDO Y GABRIEL RUIZ DIAZ, LOS HERMANOS CATUPECU COMO UN EJEMPLO PERFECTO

La sangre

No son el único caso de hermanos-en-el-rock, pero pocos pueden exhibir tamaño grado de comunicación y empatía, arriba y abajo del escenario. Una banda, una familia...

 Por Javier Aguirre

Reactment, en borrosos colores sepia. Solemne locutor de Canal 7 que dice: “Villa Luro, 1979. El pequeño Fernando Ruiz Díaz, de diez años, acompaña a su hermanito Gabriel, de cuatro, al quiosco de enfrente: a esa edad, cruzar la avenida Rivadavia es una tarea más peligrosa que sobrevivir a un pogo en Cemento. Por ahí pasa el colectivo 1, el 2, la Lujanera o 52, el 86, el 96, el 163... y la doble mano se potencia con esa especie de largo carril rápido que va desde Liniers hasta Flores, donde recién empiezan, gracias a la barrera de Nazca, los primeros embotellamientos, que disminuyen la velocidad promedio de los colectivos. Diez años después, el hermano mayor, iniciático, lleva al menor a presenciar su primer recital. Otros diez años después, los dos hermanos generan, con su música, su propio pogo. Ya Cemento les queda chico. Son los Catupecu Machu, la banda de rock argentino más potente de la década 00”.
Ahora sí, se enciende la cámara del No, y en los indescifrables colores de la realidad aparecen los actuales Fernando y Gabriel; uno con su vozarrón, otro con su voz certera. Son responsables de haber deshilachado buena parte del andamiaje de prejuicios, etiquetas, lugares comunes y otras góndolas simplistas del supermercado rockero argentino. Los Catupecu Machu son una banda con tracción a sangre: a sangre Ruiz Díaz, aunque ese no sea el apellido del baterista Herrlein. Fernando y Gabriel consolidaron una estructura rockera y familiar que parece indestructible. Su suma de subas de apuestas –el último fin de semana y los próximos dos es el show “Cuadrafónico 5.1” en The Roxy, y después seguramente vendrá otra cosa; siempre están planeando otra cosa– va de la casa al escenario, y del escenario al hogar.
–¿Formar una banda juntos era una fantasía infantil?
Gabriel: –En realidad surgió después, fue quizás nuestro primer proyecto conjunto, más allá de que siempre fuimos muy unidos a pesar de la diferencia de edad; de seis años. O sea que de chicos, cuando nos peleábamos, siempre cobraba yo.
Fernando: –No siempre, él era demente desde chico. Una vez se calentó no sé por qué, agarró un palo y me cagó a palazos. De chicos jamás soñamos con una banda. La música fue apareciendo. Yo empecé a tocar la guitarra desde los diez.
Gabriel: –Ibamos juntos a una profesora de guitarra, pero eso caducó.
Fernando: –Tocar era como caminar, no fue tipo “voy a ser músico”. Me acuerdo de que él estaba todavía en la primaria y yo le decía: “Tenés que tocar, está buenísimo juntarte con gente alrededor y tocar la guitarra, cantar”.
–¿O sea que son el típico caso del hermano mayor que “guía” al menor?
Fernando: –Primero sí, pero después cambió. El se había armado un estudio; su primera grabación fue una especie de multi-track con varios grabadores uno al lado del otro, y empezamos a grabar temas de Lou Reed y David Bowie; yo cantaba y tocaba la guitarra, la batería era con baldes. Y él mezclaba. El empezó un poco antes, tocaba el bajo en un grupo, y un día lo fui a ver y me voló la cabeza. Mis amigos me decían: “Mirá cómo toca ese hijo de puta, ¿qué hacés que no estás tocando con él?”. Y él me dijo: “Yo ya estoy”. Ahí empezamos en serio.
–¿Iban a recitales juntos?
Gabriel: –A mí me gustaba Laurie Anderson y él me llevó. Había un abono para ver a ella, a Bowie y a Clapton, así que fuimos juntos.
Fernando: –Fue una buena forma de iniciarlo. Después él empezó a seguir a Memphis; yo venía más de los Redondos y los Ratones. Y siempre siguió el ida y vuelta; él me hizo descubrir los discos de Pearl Jam y Jane’s Addiction, por ejemplo.
–¿Sienten que, en algún sentido, la relación de hermanos les juega a favor para llevar adelante la banda? Fernando: –Siempre compartimos el salvajismo. Antes de Catupecu ya salíamos mucho juntos, a pesar de la diferencia de edad. A mis amigas les gustaba mucho mi hermanito, que ya era alto y parecía más grande.
Gabriel: –Yo era lentísimo, no entendía nada.
Fernando: –Ibamos a bailar, a fiestas que pasaban Prince y mucho house, todos vestidos de negro.
Gabriel: –A D’Light, en Aráoz y Santa Fe. Era la época de la radio Z-95. Tanto para salir como para Catupecu, tenemos una relación en la que funcionamos como complemento. Yo ya sé que hay cosas que las hace él, y que yo no quiero hacer, aunque podría hacerlas. Y a él le pasa lo mismo, es mutuo. De alguna manera, somos una unidad. Esa separación de lo que hace cada uno se fue marcando cada vez más; pero no por cuestiones de pertenencia sino por la confianza total que nos tenemos.
Fernando: –En el último disco fue así. Estábamos empezando a ver qué canciones metíamos, él escuchó unas grabaciones mías y dijo: “Ya está, ahí está el disco”. No hay nada de egos, de quién hace qué cosa.
–¿Siempre funciona bien? ¿Nunca se detestan aunque sea por un rato?
Fernando: –Sé que muchos hermanos no se llevan así. Son dos personas que vienen de una misma matriz, quizás se pelean o se llevan bien, se ven cada tanto, pero no hay nada más. En cambio nosotros... gestamos música. Es tremendo. A veces discutimos, pero de las diferencias siempre sale algo bueno. Cada pelea es para llegar a algo.
Gabriel: –Y siempre estamos juntos.
–¿Conservan algún espacio artístico individual?
Gabriel: –Es que nuestro trabajo en equipo nos da también el espacio individual que podemos necesitar. No necesitamos hacer nada por fuera de Catupecu.
Fernando: –Catupecu nos sobrepasó, la música va más rápido que las necesidades individuales. El complemento nuestro va por ahí. Es como tener un alter ego vivo. Lo notamos cuando nos comunicamos en el escenario sin ni siquiera mirarnos. Somos nuestros propios alter-egos.

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