“EL VIAJE DE MORVERN”, UN ESTRENO
Película para pastillas
Por Martín Pérez
Aquel inconfundible sonido metálico. Ese que acompaña la música que apenas si suena desde el auricular de otro. Así es como suena primero la música que escucha Morvern. Y recién después de ese breve prólogo, es cuando la música de la banda de sonido de El viaje de Morvern –integrada por canciones de Can, Velvet Underground, Stereolab, Aphex Twin y Nancy Sinatra y Lee Hazlewood, entre otros– llega a sonar a todo volumen. Como si se la escuchase desde dentro de la cabeza de su protagonista. Hay una chica que se llama Morvern Callar: una cajera de supermercado que se despierta una mañana abrazada al cuerpo sin vida de su novio, que se abrió las venas y murió durante la noche. A modo de despedida aún más trágica, el chico le deja a Morvern una novela, una carta y un casete. La novela es la que se dedicó a escribir antes de ya saben qué, y en la carta le pide que envíe su novela a una lista de editoriales, para intentar publicarla. Un gesto romántico y sin sentido, al menos para ella, que borra el nombre de su novio y pone el suyo como la autora de la novela, antes de enviarla a las editoriales. La verdadera carta de despedida del novio es el casete con la música que acompañará su ciega carrera existencial. Es el duelo imposible que yace en el corazón de El viaje de Morvern, una película-droga. En especial durante la crudísima primera parte, ambientada en Glasgow, que se convierte por momentos en una película muda sobre la supervivencia, en medio de la peor tragedia. Adaptación de la primera novela de Alan Warner, un autor de la misma generación y la misma ciudad que Irvine Welsh –el de Trainspotting y Acid House–, El viaje de Morvern es una extraña road movie femenina y existencial a base de pastillas y música, a medio camino entre la lluvia escocesa y el sol español.