ADELANTO DEL NUEVO DISCO DE CAFE TACUBA
La banda elástica
El 1º de julio aparecerá en todo el mundo Cuatro caminos, el esperado nuevo disco de la banda latina más importante del mundo. Aquí, detalles de su producción, las nuevas canciones, declaraciones, tres letras y un (posible) paralelo con su ¿equivalente? en art-rocker del primer mundo.
› Por Esteban Pintos
”Podré no existir, ser una invención” se puede escuchar en “Cero y uno”, emblemático inicio de Cuatro caminos, el nuevo disco de Café Tacuba, el primero con nuevas canciones desde el doble lanzamiento de Revés/Yo soy en 1999. Pero no se puede contemplar siquiera la posibilidad de que la banda de rock latino más grande del mundo no exista y sea, efectivamente, una invención. En todo caso, es la mejor invención del rock (o como quiera llamárselo) hecho en el tercer mundo, desde Bob Marley. Este disco, que el No anticipa en exclusiva con declaraciones de sus autores y tres nuevas letras, representa la apuesta más fuerte que una banda de rock en español haya realizado para llegar con su música a todo el mundo. Por talento y respaldo. Así de importante es este lanzamiento discográfico, aun en este tiempo en que la industria de comercialización y distribución de la música tambalea según sus patrones actuales.
Las particularidades industriales y técnicas que rodean el lanzamiento de este disco, previsto por la multinacional MCA con trato de artista prioritario mundial para el 1º de julio, encandilan. Cuatro caminos tiene cuatro productores: los de siempre, Gustavo Santaolalla y Aníbal Kerpel (responsables de los grandes Café Tacuba, Re y el citado doble), más las estrellas del momento Dave Fridmann (alguna vez músico de Mercury Rev, luego productor de sus mejores discos y también de Flaming Lips, The Delgados, Regular Fries y Mogwai, definido por la revista inglesa Mojo como “el Phil Spector de la era del rock alternativo”) y Andrew Weiss (bajista de la primera formación de la Rollins Band, luego productor de ellos, Wheen, Urban Dance Squad y de los mejores discos de Babasónicos). Evidentemente, parte del nuevo contrato que une a la banda con la compañía parte del conglomerado Vivendi-Universal, incluía el apartado “elijan el productor que quieran, nosotros los conseguimos”. La movilidad de quienes están del otro lado de la sala se deja notar en el mismo vaivén sonoro del disco, capaz de saltar de una energética respuesta latina al pastiche bailable del tipo Basement Jaxx –eso es “Eo (el sonidero)”, corte de difusión, con video dirigido por el creativo dúo islandés Arni & Kinski, habituales directores de Sigur Ros–, al bolero espacial “Eres” (uno de los momentos Fridmann del disco; así, de psicodelia retroprogresiva marca Flaming Lips). Cuatro productores, quedó dicho.
El otro rasgo distintivo de este disco es la inclusión de un baterista hecho y derecho. Dos, en verdad: Victor Indrizzo (Beck, Chris Cornell, también Erica García) y Joey Waronker (R.E.M., Smashing Pumpkins). Contó con entusiasmo uno de los hermanos Rangel, Quique: “Conocimos a Victor cuando estuvimos tocando con Beck y él fue el que se acercó y dijo: ‘Oigan cuando toquen con batería, invítenme, yo estoy superdispuesto’”). La música de Café Tacuba, un fresco híbrido de tradición y modernidad, de folklore mexicano, cultura rock e identidad generacional dark, se había edificado y distinguido desde la movilidad de su instrumentación. Verlos en vivo (toda una experiencia, que por suerte se ha dado con cierta regularidad en Buenos Aires, durante los últimos diez años) permitía advertir una dinámica grupal horizontal y multicolor, aún con el carisma casi monopólico del pequeño cantante ahora autorrebautizado “Elfego Buendía”. Parte de ese encanto tenía que ver con la ausencia de la batería como totem-rock, con su consiguiente aporte de peso al sonido grupal. La liviandad de la caja de ritmo hacía a la música de Café Tacuba: basta con repasar cada una de las hermosas canciones de Re, por ejemplo. Ahora, con la tracción a sangre de la sección rítmica, el grupo ganó en contundencia y descubre –primero para sí mismos, después para el público oyente– un nuevo tipo de movilidad musical.
Aclaración: la maraña de nombres y referencias modernas puede descolocar y hacer pensar que, siendo éste un disco para “ingresar” al mundo, se trata de un lavado pre-industrial anglosajón para un grupo que hizo de suADN azteca –esa mirada cósmica única, como mirar las estrellas desde una pirámide de Teotihuacán– un documento de identidad. No es así.
Movilidad que permite que se animen con un par de canciones de las más fuertes, rockeras, que hayan compuesto alguna vez. “Soy o estoy” (vaya título, con una poderosa reflexión sobre la identidad y quién la otorga, concibe, construye), “Qué pasará”, “Camino y vereda”, “Hoy es” (estas dos últimas, ideales para comienzo de show, ya sabrán por qué) y “Recuerdo prestado”, por ejemplo, poseen una energía y galope que conforma, finalmente, la idea de que se trata de un disco “up”. Lo es, en cierto sentido. Tal vez porque ellos mismos buscaron el contraste con la introspección de Revés/Yo soy (graciosamente definido el segundo, según el diario Los Angeles Times, como “un disco con canciones triperas sobre el espacio y árboles frutales”). Aunque también es cierto que habría que distinguir entre “liviandad” y “ligereza” para definir las canciones de Cuatro caminos. Algunas suenan y se presentan livianas, pero no rozan ligeramente ninguna cuestión central de la cosmovisión tacuba: toman forma de canciones de amor y despedida (“Eres”, “Hola adiós”, beatlesca y psicodélica por mucho más que un título traducido al español), pequeños retratos de melancólica soledad urbana (la hermosa “Mediodía”, ver letra aparte, “Encantamiento” y “Desperté”, otro bolero que flota en el espacio con su órgano Doors) y también llamados a la calma. Tomémoslo con calma. “Permítannos que paremos un rato, llevamos 13 años tocando. Que te preocupa, si voy a regresar. Te preocupa, si ya no vuelvo... Si no regreso, no pasa nada. Tarde o temprano, alguien me viene a suplantar”, canta el bueno de Elfego en la irónica “Tomar el fresco”, casi sobre el final del disco (el extremo de la autoparodia: la banda dice que si no vuelve, como todos esperaban que volviera con ESTE disco, no pasa... nada). El mundo ya no es igual después del 11 de septiembre de 2001, las guerras y las epidemias, con el agua acabándose lentamente. Pero queda tiempo para ver el sol y relajarse. “Soltémonos, aliviémonos”, son las últimas palabras de un disco destinado a soltar y aliviar. Tan simple y certero como eso.
Cuatro caminos llega en un momento pico creativo del cuarteto natural de Naucalpán (también conocida como Ciudad Satélite, un suburbio de la gigantesca Ciudad de México): el peso específico de una obra cumbre como Revés/Yo soy mantiene un efecto concéntrico que se agiganta con el paso del tiempo. Cuanto más lejos, mejor se ve y escucha. Cada vez más, su intensidad sonora y sus disquisiciones metáfisicas sobre el sentido de la vida, el lugar de un ser humano en el mundo y el paso del tiempo (todo esto en formato lírico de canción pop-rock de raíz étnica), suenan y resuenan, quedando los discos que las contienen como la obra maestra del rock latino de la década del noventa, cuanto menos. Sin embargo, la histeria que domina el mercadeo de la música (nada más porque “no vendió lo suficiente”, a lo que cabe preguntarse: ¿qué es lo suficiente?) redujo, de alguna manera, a aquellas canciones al lugar de un no muy tolerable gesto snob de una banda que decide autoboicotearse por indolencia, inocencia, principios o capricho. No: este momento de Café Tacuba, después de un pequeño adelanto que vino de la mano de cuatro buenas versiones de otras tantas canciones de Los Tres, es el mejor. Y Cuatro caminos, el disco correcto en el momento adecuado.
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