Jue 19.06.2003
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CUATRO JOVENES ARTISTAS EN ARTEBA

Catálogo incierto

Ana, Pablo, Víctor y Mariana no tienen mucho en común, salvo cierta empatía generacional, el origen provinciano y sus obras expuestas en el espacio dedicado a “nuevas expresiones” en la feria de arte contemporáneo ArteBA. Los cuatro, sin embargo, expresan un momento.

POR EUGENIA GUEVARA
Veinte calaveras de tela están apiladas sobre un acolchado en el piso. Hay celestes, amarillas, rosas, cuadrillé, a lunares y en la cima, bordada con canutillos, se erige la más glamorosa de todas. Esta obra obtuvo el segundo premio “Orígenes” de Arte Joven en ArteBA y pertenece a Pablo Peisino, artista de “Córdoba 0351” y último ganador del Salón Ciudad de Córdoba por un envío de armamentos de tela bordados. Pablo tiene 28 años, y desde hace un tiempo dejó el dibujo y la pintura para dedicarse a coser y bordar. Aprendió solo: probando con la aguja en retazos viejos. Pensó que su obra podía fortalecerse con el cambio, y además satisfacía una necesidad de austeridad: “Si vivimos en un país del tercer mundo y no tenemos ni para comer, no tiene sentido gastar miles de pesos en una obra. El arte tiene que ser representativo”. Empezó a dibujar historieta en la adolescencia para aislarse: “El contacto con la humanidad me parecía nefasto. Hoy todavía odio a los seres humanos. Son una plaga que va a exterminar el mundo”, dice sin inmutarse. Sus clichés fueron cambiando de forma, pero no de sentido: ahorcados, pájaros negros, armas, calaveras. El futuro no existe o se ve muy negro. Pablo se creyó, durante algunos años, un genuino heavy metal. Después creció, se acomodó en el punk y ahora, abierto a cualquier variante, reconoce en su obra resquicios conceptuales del pasado. Trabaja como portero en una playa de estacionamiento donde aprovecha para cortar, coser y bordar. Y, a pesar de los premios, piensa seguir donde está. “Bukowski laburó hasta los 50 como cartero. Trabajar en contacto con lo que pasa en la calle nutre mi obra. Además, tengo miedo de dormirme si pierdo la relación con el mundo.”
Víctor Florido (27) realizó una residencia de dos años en la Rijksakademie van Beeldende Kunsten de Holanda, becado por la Fundación Antorchas. Las grises pinturas que expone en Sonoridad Amarilla parecen fotos que alguna vez hemos visto (por el encuadre, la tonalidad, los personajes), pero provocan una sensación diferente: más de extrañamiento que de cercanía. “Me interesa el retrato del tiempo. Hacer referencia a la permanencia y la estaticidad”, explica. En Holanda pasó por un proceso que lo llevó a abandonar su principal fuente de inspiración (imágenes de revistas y libros encontrados o comprados de segunda mano) y comenzó a trabajar con sus fotos familiares. Pero el cambio fue aún más profundo. “En mi obra anterior tendía a disimular mucho el origen fotográfico. En ésta se delata. Son fotos pintadas y a la vez intentan ser otra cosa, pero no esconden. La mayoría de los personajes miran a cámara o hacen gestos del rito fotográfico.” Víctor estudió con el pintor Sergio Bazán. “Me servía el ritmo de taller, trabajar en mi casa y mantener contacto directo con el profesor. Nunca concebí la idea de ir a una escuela, tener muchos docentes y compartir una clase con 30 personas.”

La diferencia
En el interior del país no existen circuitos de exposición ni mercado de arte. El único medio de vinculación que tienen los artistas son las escuelas. Por las universitarias de Córdoba y Tucumán pasaron Pablo Peisino, Ana Gutiérrez y Mariana Ferrari, los tres debutantes en ArteBA. Ana (28) expone con El Ingenio de Tucumán y acaba de obtener la Beca de Perfeccionamiento del Fondo Nacional de las Artes. Presenta en ArteBA fotos de burbujas en un charco que reflejan su imagen sobre fondos de colores increíbles. Para llegar a esta obra, modeló caramelo, se obsesionó con las burbujas del almíbar hirviendo y quiso documentar su trabajo personalmente. Después no importó el caramelo ni el modelado y se concentró en las burbujas, en la naturaleza reflejada o vista a través de las burbujas. “Me preguntan por qué en mi obra no aparecen personas... Creo que éste no es el momento, pero va a llegar.” En estas fotos (comunes, pese a que pueden creerse digitales o manipuladas por computadora), las burbujas le devuelven su retrato. “En un primer momento, me molestó verme reflejada. Pero también noté que las hacía más personales. Mi obra anterior no hablaba de mí. Esa es mi imagen, soy yo.” Quizás esta primera aparición humana –la suya– en su mundo de burbujas despoblado indique el viraje de Ana hacia una nueva dirección.
La tucumana Mariana Ferrari (27) expone en MOTP de Mar del Plata dos capullos de goma verde agua que se contornean, como poseídos, formando con sus sombras diferentes obras en la pared. La artista dejó su material preferido (la plastilina) y se dedicó a la goma. “Busco apartarme de la construcción metafórica que tiene corto camino y crear obras con significado cambiante. Por eso necesitaba movimiento. Las sombras se tocan con los objetos y se pone en escena. No me interesa el objeto sino todo lo que confluye para que se vea de determinada forma.”
Mariana se obsesiona con una obra de arte en movimiento, iluminada y musicalizada, contemplada como una obra de teatro. Pablo, Víctor y Ana también tienen sus obsesiones. Nada parece unirlos. Ellos mismos marcan su descreimiento en la afinidad generacional. Sin embargo, los cuatro consideran el arte como algo visceral y cuando hablan de la situación del país, varían de tono, no de contenido. Las dudas parecen ser más fuertes que las certezas y el futuro se ve bastante incierto. En ese marco aún quedan las obsesiones, las búsquedas, los procesos y la creación de obras sólidas, absolutamente personales. En eso están ahora.

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