Jueves, 5 de noviembre de 2015 | Hoy
FAUNA, EL FESTIVAL SALVAJE
La Universidad Nacional de las Artes tiene su propio ecosistema.
Por Brian Majlin
La Ciudad Cultural Konex bulló al compás de un desafío: abarcar en forma condensada la elaboración artística que llevan a cabo más de 15 mil estudiantes y graduados de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Su Festival Artístico, el FAUNA, fue, en suma, el aglutinamiento de una parte importante de la población de artistas multidisciplinarios que se nutren y emergen en Buenos Aires para buscar una mirada propia y una transformación. El artista, se ha dicho, es un sujeto histórico, atravesado por la coyuntura, por un contexto. Es un elemento cargado de potencia. Si logra reflejar un pedazo del mundo, habrá sido capaz de apuntarle al devenir del ser humano. Y si no lo logra, entonces será un intento fallido –acaso valioso– de esa experiencia transformadora que el arte encarna.
“Entendemos la actividad artística como una forma de producir conocimiento y como una herramienta de transformación, e intentamos que así se refleje en el trabajo cotidiano en las aulas y en la planificación de la universidad”, explica al NO la rectora, Sandra Torlucci. En ese sentido, y en el de la comprensión de la producción final como la otra mitad de la formación académica, va la primera realización de un festival que abarque al universo de estudiantes y graduados de la UNA.
Ahora es viernes y se presenta la obra que acabaría ganando el certamen de Teatro - Rapsodia para príncipe de la locura (Variaciones, especulaciones y otras barbaridades sobre Hamlet), de Matías Feldman. También hay competencia de Danza y de Performance, donde ganarán respectivamente Acto Blanco (Carla Rímola) y Proyecto Misivas (María Sol Correa). Miles de personas se acercan al Konex a ser partícipes –como consumidores de arte, como productores de arte, y probablemente como ambas cosas– de la escena artística en gestación. Curten modas y modos parejos. Un contrasentido probablemente involuntario.
En un rincón de la sala principal de la planta baja, algunas instalaciones y un escenario concentran una decena de curiosos. Los Nidos de Equilibrio, de Ana Laura Cantera, llama la atención: se trata de ocho ladrillos autoenergéticos, hechos de barro y que, naturaleza mediante, generan energía eléctrica. Unos pocos voltios que sirven para mostrar un punto.
En la sala D, frente a la entrada principal, Lucía Toker da vida a un unipersonal de danza pensado por Paz Ladrón de Guevara: Lo que queda es, precisamente, el nombre y sentido que promueven una serie de pasos coreográficos, con juego de luces y proyección. El cambio, la permanencia y, otra vez, la transformación parecen ser las claves del FAUNA, que nació como “un espacio para dar a conocer al público la diversidad, la calidad y la riqueza de las obras artísticas” del universo UNA.
La entrada gratuita y la experiencia-festival, tan diseminada por estos tiempos, son el combinado que invita a perderse en los rincones, entre los aplausos y las reflexiones que suscitan las puestas. Este pequeño recorte en tiempo y espacio permite una digresión: infinitos nombres rubricaron, a lo largo de los años, la idea de que el arte es un reflejo de su época, de pequeños retazos a decir verdad, para dar paso al cambio; si así se concede, el FAUNA es –con su selección entre las más de 500 propuestas presentadas– una forma rápida de golpear lo enquistado, mover el eje y sacudir.
Las cavernas y huecos que anidan en la madriguera que Feldman propone como cierre inconcluso de su Rapsodia –donde un Hamlet coral y moderno convive con Alicia y el conejo blanco– dan zapatazos a la coyuntura: cuestionan, provocan y, mediante el delirio, aguijonean al espectador. Ese es, al parecer, el ruido que provoca el silencio final.
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