MíA FEDRA, TENISTA SENIOR(ITA)
La primera raqueta trans local la sacude una ex modelo que busca subir al Top 10 del circuito femenino post 30.
› Por José Totah
En noviembre de 1977, Ivana Madruga, máxima promesa del tenis local con sólo 16 años, perdió la final del Campeonato del Río de La Plata contra la estadounidense Renée Richards, primera tenista transexual de la historia. “Sentí que jugaba contra un hombre”, confesó la argentina, entre lágrimas, al terminar el partido. Sus compañeras le hicieron tal boicot a Renée que nunca más le permitieron jugar en el país. A casi 40 años, algunas cosas parecen haber cambiado en el deporte blanco: de hecho, la Asociación Argentina de Tenis, que siempre tuvo un sesgo bastante conservador, habilitó a Mía Fedra, primera raqueta trans argentina, a competir en el circuito femenino senior, pese a haber jugado hasta los 18 en categorías masculinas.
Cuando tenía 14, todo le salía bien en polvo de ladrillo. El pibe pintaba para crack y rankeaba entre los 20 mejores en una categoría que agrupa a más de 1500 jóvenes de todo el país. Pero cuando cumplió 18 y pasó a juveniles y a los torneos Top Serve, instancia previa al profesionalismo, el sueño se astilló. “Me empezaron a ganar 6-0/6-0 y me iba llorando de los partidos. Se notaba una diferencia física: mis rivales eran más corpulentos y yo tenía cuerpo de nena”, cuenta Mía, de 34 años, sentada al sol en la cancha 4 del Campo de Deportes de la UBA, en Ciudad Universitaria, y frente a su coach, Fernando Sommantico –una leyenda oculta del tenis local, el entrenador más exitoso en la historia de los equipos de tenis de la UBA–, que la entrena para llegar al Top 10 del circuito senior (mayores de 30) de mujeres, en el que compiten ex jugadoras famosas y profesoras.
Desmoralizada porque ya no le ganaba ni al arcoiris, Fedra abandonó la raqueta y asumió que la mejor manera de reemplazar las ocho horas diarias de práctica era yendo al boliche. Y entregándose felizmente a su identidad femenina, sin ningún drama de sus padres. “Largué todo y empecé a ir a bailar: me quería codear con modelos, quería modelar”, explica la tenista conocida en el ambiente bolichero como Mía Doll. A los 18 la contrataron del canal Much Music y se puso a trabajar de RRPP en Ave Porco, El Dorado, K2, Bunker, Cocodrilo, Sunset. Del pibito con raqueta no quedaba ni el encordado: Mía se había destapado como un tremendo minón.
Todo era nuevo: se metió a estudiar Diseño de Indumentaria en UBA y maquillaje en la academia Pozzi. Conoció a Jorge Ibáñez y Roberto Piazza, que se fascinaron con ella y la metieron en un avión a Río de Janeiro para trabajar allá de anfitriona de eventos. Después vendrían pasarelas, sesiones de fotos por todos lados, presencias en VIPs de boliches, veranos en Punta del Este, el combo tristísimo del glamour. “Me di cuenta que el jet set era lo mío”, admite.
En los huecos del modelaje y la noche, Mía hizo el profesorado de tenis en 2008 y obtuvo, gracias a la Ley de Género, su DNI de mujer. Con carnet en mano, la AAT la habilitó a competir siempre y cuando su contextura física no fuera superior a la de sus compañeras de categoría. Así llegó a estar número tres, hace unos años. “Jamás me discriminaron en el ambiente tenístico y la Asociación me ayudó desde el vamos”, agradece mientras su estilista, Ariel Olivera, la prepara para las fotos.
El problema era que la vida nocturna atentaba contra los entrenamientos y Mía volvió a alejarse del tenis por un tiempo. Hasta hoy: “Me saqué toda la noche de encima”, jura esta vez. “Si no juego al tenis, me muero”, avisa. Es así que se encontró haciendo una pretemporada exigente con Sommantico para estar otra vez entre las diez primeras. “Lo puede lograr: tiene condiciones y asimila muy bien las cosas que le indico”, certifica el coach. Ahora todo depende de ella.
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