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Jueves, 15 de septiembre de 2016

EMILIO RUCHANSKY SE PUSO A PENSAR UN MUNDO CON DROGAS

“Muchos creen que es legal cultivar marihuana y no, sigue siendo un delito penal”

El periodista analiza en su libro casos de uso de drogas contemplados por el Estado, la sociedad política y el circuito de la salud, que atienden el uso problemático bajo las ideas de la reducción de daños. Además, habla de la importancia del éxito del modelo uruguayo, alerta sobre las zonas grises del autocultivo y lamenta que en un contexto local “donde el gobierno compra aviones para derribar otros aviones y la ministra de Seguridad cree que decomisar veinte porros es dar un golpe al narcotráfico” sea difícil avanzar en la descriminalización.

 Por Diego Fernández Romeral

Foto: Bernardino Avila

Eran años en los que la marihuana se iba convirtiendo en símbolo de las luchas del incipiente movimiento hippie, el ácido lisérgico figuraba en los protocolos médicos y psiquiátricos, la heroína se había esparcido entre los soldados aliados durante la Segunda Guerra y las plantas sagradas salían de la América profunda para mostrarse al mundo como puertas al crecimiento de la conciencia. Eran años en los que las drogas se habían vuelto demasiado peligrosas para el funcionamiento del sistema capitalista, y parecía que el único camino para frenar la amenaza era prohibirlas a través de un acuerdo internacional.

A comienzos de la década de los ‘60, el tratado que volvería a encarrillar el mundo hacia “el orden y el progreso”, y que sigue vigente, se tituló Convención Unica de Estupefacientes de la ONU y establece que los países adherentes prohíben la producción, comercialización, investigación médica y utilización de las sustancias define como “peligrosas”: una extensa lista negra que divide las drogas en cuatro categorías, según su peligrosidad, pero que no define el concepto de “estupefacientes”. Allí figuran desde la marihuana, el opio y las hojas de coca hasta el ácido lisérgico, la heroína y la cocaína, pero curiosamente no están incluidos el alcohol ni el tabaco ni muchos fármacos, las sustancias que mayor caudal de dinero generaban en los principales países que impulsaron la convención: Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Alemania, Rusia y China.

“La convención Unica sobre Estupefacientes de las Naciones Unidas, de 1961, constituye la piedra fundamental de la actual política prohibicionista. Al aplicarse, de inmediato ocurrió el mismo fenómeno que en Estados Unidos con la ley seca en la década de 1920: surgió y se consolidó un mercado ilícito”, asegura Emilio Ruchansky, periodista especializado en drogas, columnista de policiales de Visión 7 (TV Pública) y editor adjunto de la revista THC, en la introducción de su libro Un mundo con drogas (Editorial Debate), en el que relata experiencias de caminos alternativos a la prohibición, de Estados Unidos y España a Uruguay y Bolivia.

En las páginas de este libro, en el que trabajó durante casi cuatro años, Ruchansky relata el origen y el desarrollo de los coffe shops holandeses y las salas de consumo controlado suizas, visita clubes de cultivo españoles e hilvana los entretelones de la política estadounidense hasta llegar a la aprobación de las leyes que permitieron el uso medicinal y recreativo de cannabis en dos estados, Washington y Colorado. También se adentra en las plantaciones cocaleras de Bolivia para narrar la lucha de este país en los foros internacionales por legalizar la hoja de coca, y recorre los pasillos del Congreso uruguayo y las calles montevideanas para explicar cómo Uruguay se convirtió en el primer país que regularizó la producción y el consumo de marihuana.

En charla con el NO, Ruchansky asegura que estos seis casos que retrata en Un mundo con drogas demuestran que “existen otras formas de legislar en relación a las drogas, que dan buenos resultados y que no se basan en una represión que lo único que hace es generar un círculo vicioso de violencia, que es lo sucede en la mayor parte del mundo”.

Actualmente, 184 de los 195 países que integran la ONU –entre ellos Argentina– adhieren a la Convención Unica de Estupefacientes y definen sus políticas de drogas en base a ella. “A la prohibición hay que sumarle otro concepto que está en la génesis del libro: la contrainformación”, dice Ruchansky. “Yo sabía que existían estos modelos alternativos y veía que la discusión en Argentina y en la región se enfrascaba en que no funcionaba la regulación uruguaya o que en Holanda había malos resultados. Hay una gran operación de contrainformación a nivel mundial. Por ejemplo, cuando se afirma que las semillas uruguayas las tiene Monsanto y que Soros invierte en política de drogas para inundar el mercado de marihuana, dos datos que nunca han sido constatados. Por eso creo que se hace importante que exista y circule un conocimiento directo de todas estas experiencias.”

A nivel mundial, ¿cuáles fueron los hechos clave que llevaron a buscar caminos alternativos a la prohibición?

–Hay cuatro momentos. El primero es la negativa holandesa a ser parte de la Convención, con un gran grupo de abolicionistas que veían el nivel de violencia que desataría la prohibición. Luego, en los ‘80, con el uso de la marihuana para frenar el consumo de heroína, que había disparado los casos de HIV y hepatitis en Europa. Ahí se habilitan los coffe shops en Holanda y los clubes de cultivo en España, y en Suiza aparecen las salas, donde se permite consumir drogas en un contexto que no es agresivo. Un tercer momento se da con la irrupción de la metadona, un opioide sintético, para frenar la adicción a la heroína en los soldados que volvían de Vietnam, algo que se sumó a las luchas por los derechos individuales en Estados Unidos y que llevó a la legalización del cannabis. El último momento es el latinoamericano, que tiene que ver con Colombia, México y Guatemala, cuando las masacres comienzan a ser tan evidentes y grandes: en México hay 150 mil muertos y 20 mil desaparecidos por la “guerra contra el narcotráfico”.

¿Qué resultados se obtuvieron en Europa al intentar frenar el consumo de heroína con una “droga blanda” como la marihuana?

–Los opioides como la heroína generan una dependencia física muy severa, parecida a la del alcohol, algo que no sucede con la marihuana. Son sustancias que tienen un gran poder adictivo pero hay que entender que la verdadera adicción está en la forma en que una persona se relaciona con esa sustancia y también en el contexto. Cambiar el contexto de uso permite que haya menos problemas, que es lo que sucede con las salas de consumo controlado, donde evitás riesgos de infección y reforzás las percepciones que hacen que las personas se vean como parte del sistema médico y no de un mundo marginal. Les quitás de encima a la policía y los problemas laborales por antecedentes. Uruguay planteó lo mismo con su regulación de la marihuana, que también es un intento por frenar el consumo de pasta base y cocaína. Es casi automático. Desde el momento en que cultivás y no te relacionás con un dealer, ya te separás de relacionarte con otras drogas.

La regulación del cannabis en Uruguay ya lleva casi tres años, ¿cómo funcionó en este tiempo?

–Las últimas encuestas dan que hay un 40 por ciento de consumo y producción casera de cannabis y un 60 de prensado. Eso no sucede en ningún otro país del mundo, es un gran avance contra el mercado negro. En Uruguay hay tres vías para obtener marihuana: el autocultivo, los clubes de membresía y las farmacias. Hay 5000 personas anotadas como cultivadores. Hay inspectores. Esa vía está funcionando. Con los clubes hay algunos problemas, porque la ley solo permite 45 socios por club. En España, por ejemplo, el promedio es 700. Entonces por esa vía no se puede tener una marihuana de buena calidad a un precio que compita con el mercado negro. Hay calidad pero no es barata. De las 1200 farmacias en Uruguay, solo hay 50 que esperan para vender. Todavía hay mucho miedo, prejuicios y muchos intereses para que no funcione. Una gran parte del futuro de la política de drogas mundial se juega en Uruguay.

¿Cuál es hoy la situación de la Argentina en cuanto a políticas de drogas?

–Estamos en un contexto donde el gobierno compra aviones para supuestamente derribar otros aviones; ni siquiera Estados Unidos hace eso en su territorio. Un contexto en el que la ministra de Seguridad cree que decomisar veinte porros es darle un golpe al narcotráfico. En un contexto así es muy difícil poder avanzar en una descriminalización o despenalización efectiva de cualquier otro tipo de droga. Hoy mucha gente cree que es legal cultivar marihuana y no lo es. Es legítimo todo lo que hagas adentro de tu casa, mientras no afecte a terceros está contemplado, pero sigue siendo ilegal y es considerado un delito penal. Por eso hay que ser muy cuidadosos con la exposición que uno hace de sus cultivos, ser reservado, más que nada con el tema de las fotos y las publicaciones en redes sociales.

¿En qué medida la ilegalidad del consumo de drogas se relaciona con lo que sucedió en Time Warp?

–Allí se pretendió cargar todo sobre las pastillas y los consumidores. Pero cuando los funcionarios judiciales llegaron esa noche, la fiesta seguía, la ventilación estaba apagada, había casi el doble de gente de la permitida, había un interés económico que hizo que faltase agua en los baños. Todo eso se puede hacer a partir de que se sabe que hay un consumo pero no está legalizado. Cuando fue Cromañón, los familiares pudieron salir a los medios a denunciar. Pero los familiares de estos chicos no aparecieron porque negaron el consumo de sus hijos. Hay un tema de estigmatización tan fuerte que se autocensuraron. Eso te demuestra cuánto influye la ilegalidad en este reclamo de justicia.

Habiendo recorrido todos estos procesos alternativos a la prohibición, ¿desde dónde creés que se pueden llegar a modificar la ley de drogas en Argentina?

–Desde el uso medicinal del cannabis, que sigue siendo la principal droga ilegal consumida al igual que en la mayor parte del mundo. Puede ocurrir algo similar a lo que se dio en Estados Unidos, donde se comenzó legalizando el uso medicinal y se llegó a una legalización total. Pero nosotros dependemos mucho de lo que siga ocurriendo en Uruguay. Incluso Chile avanzó con el uso medicinal de la marihuana: plantaron legalmente, cosecharon y están produciendo aceite de cannabis para 4000 pacientes. Creo que a partir de ahí vamos a empezar a tener pensamientos más amplios en cuanto a las drogas y a la manera en que nos relacionamos con ellas.

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