PEZ Y MASSACRE, EL ROCK CABEZADURA QUE SUBSISTE
Por afuera del circuito convencional que indica el recorrido “shows + contrato discográfico + difusión paga”, las dos bandas ya tienen una obra y ostentan un nombre en la escena porteña desde hace más de una década. Habiendo querido más o menos ese lugar, lucen cómodos y conformes con lo que les tocó y ellos mismos provocaron.
PEZ
POR ROQUE CASCIERO
”Nuestro éxito
es existir”, asegura Ariel Minimal a propósito de Pez, su banda.
En esos términos, Pez es un éxito mayúsculo: acaba de festejar
sus primeros diez años de vida con un show en La Trastienda en el que
desfilaron todas las formaciones del grupo. Y este lunes, cuatro días
después, Minimal desempacaba sus bártulos en el estudio en que
el grupo grabará su sexto disco, Folklore. Pez existe, de eso no hay
dudas. Y entonces... “Exito, existir: hasta son parecidas las palabras.
Somos exitosos desde lo artístico, porque podemos seguir con nuestra
propuesta, grabar otro disco, hacer shows. Nuestro juego es hacer música
y lo jugamos con ganas. Hasta aquí logramos hacerlo solos, sin ayuda
de ninguna compañía, y cada vez podemos hacerlo mejor”,
se alegra.
El cantante y guitarrista –responsable de la revitalización que
vivieron Los Fabulosos Cadillacs desde Fabulosos Calavera– parece que
descubrió la fórmula del éxito (y la existencia) para Pez:
“Sabemos que hay personas a las que les interesa la banda, entonces podemos
seguir adelante porque somos subvencionados por nuestro público. Detrás
de nosotros no hay ninguna empresa, ningún interés ni poder económico,
o sea que no hay nadie que quiera recuperar una guita. Entonces, ésa
es la única forma de que la cosa camine: generar un interés en
cierta gente y que esa gente esté esperando el próximo disco,
el próximo show. Esa gente nos subvenciona. Ojalá nos dé
de comer, estamos en ese plan. Por ahora están logrando que saquemos
un disco más”.
En las paredes de la sala de ensayo de Pez, además de una tapa del No
con el culo de una prostituta, hay fotos de Neil Young y Sun Ra, dos de los
músicos favoritos de Minimal. Un reflejo adquirido en la adolescencia,
cuando su habitación estaba revestida de posters rockeros. “Soy
súper fan desde antes de ser músico”, explica. “Tengo
un hermano seis años mayor (el conductor radial Bebe Sanzo), así
que escucho rock desde que tengo noción. Disfruto de comprarme discos,
de ver el arte. Igual, ya estoy viejo y no tengo esa cosa de súper fan
loco. De discos que salieron hace diez años me sé hasta el orden
de los temas, pero ahora ya no paso tanto tiempo en eso. Me encanta Radiohead,
tengo los últimos discos, pero no sé el nombre de ningún
tema. Pero de The Jam te digo todo en orden y el autor de cada tema”,
desafía.
Su conocimiento del rock y su historia también le sirvieron para afirmar
la sensación de que podía hacer un camino alternativo con su banda.
“La mayor parte de los artistas que más me gustan no suena en radio
ni televisión. Sin embargo, busqué, me enteré y los seguí
desde otro lado. Entonces supongo que no es absolutamente necesario pasar por
los medios masivos para desarrollar algún tipo de carrera. En nuestro
nivel, desarrollamos una carrera salteándonos todo eso porque no tenemos
acceso. La mayoría de las bandas del mainstream corren en dos carriles
que tienen igual importancia: el artístico y el empresarial. Y está
perfecto, no abro ningún juicio de valor sobre el tema. Esas bandas se
apoyan en lo empresarial para solventar lo artístico y cuentan con recursos
para montar aquello que se les ocurre. Nosotros somos artesanales, entonces
lo empresarial no corre parejo con lo artístico. Eso juega en nuestra
contra en algunos aspectos, pero la ventaja es que lo artístico no está
condicionado.”
Alguna vez, con el tercer disco de Pez bajo el brazo, Minimal hizo una recorrida
por las compañías multinacionales. Y se encontró con que
ningún director artístico estaba interesado. “La sensación
de que tu suerte depende de que el disco le guste o no a un tipo es horrible.
A partir de ese momento, por suerte tuvimos la oportunidad, la visión
y las agallas de hacer una inversión inicial para empezar la rueda. Al
ver que podíamos hacerlo solos, no volví a intentar con las compañías.
Y estamos tan acostumbrados a hacer todo nosotros que tendría que ver
qué me interesa de una compañía y qué onda hay,
porque muchas veces te firman por las dudas ydespués te cajonean, llamás
por teléfono y no te atienden. No estoy para sufrir de ese modo. La música
es algo tan lindo que no da que pase eso.”
Minimal, como el resto de los músicos de Pez, no vive de la banda, aunque
vislumbra un futuro en el que podrá hacerlo. “Estoy jugado a ser
músico”, asegura. “Viví de la música con los
Cadillacs y ahora no quiero laburar de otra cosa. Me doy cuenta de que puedo
generar más guita tocando la guitarra que atendiendo un quiosco o manejando
un taxi. Pero no veo lejana la situación de ganar una guita. Por suerte,
necesito poco: comer, pagar los impuestos, tener la sala... Y pienso que vamos
a lograr una cantidad de público que nos subvencione. Quizás suene
feo la forma en la que lo digo, pero es la realidad: seguimos adelante gracias
a una especie de mecenazgo.”
Quiénes son I
En 1993 a nadie se le ocurría alabar al retro rock, pero en ese preciso momento Ariel Minimal y los hermanos Alez y Poli Barbieri armaron un trío que retomaba sonidos de los ‘70 –en especial del rock argentino– y los plantaba en medio de una “alternatividad”, un término más que confuso ya por entonces. Desde ese momento, las formaciones y el sonido de Pez mutaron (casi) todo el tiempo: por momentos se pusieron más progresivos, más punk, más cancioneros. Lo que permaneció invariable fue la calidad de esos discos paridos desde los márgenes del mercado y tal vez por eso condenados a una trascendencia limitada. Con Minimal siempre al timón, Pez ya carga con una década sobre su espalda frágil invencible. Y va por más.
MASSACRE
POR PABLO PLOTKIN
La independencia funciona
a varios niveles. Una banda sin contrato discográfico, pero obligada
a componer las canciones que espera su público... Eso es una especie
de libertad condicionada. Para Walas, fundador y cantante de Massacre, su grupo
es “independiente en serio”. No hay tiempos, no hay presiones, no
hay sello, no hay estructuras compositivas. “Ni siquiera hacemos estribillos:
nuestras canciones son una sucesión de partes. Cuando terminamos de grabar
Gilda Manson (incluida en 12 nuevas patologías, el flamante noveno disco
de Massacre), Fico (uno de los guitarristas) me dijo: ‘¡Es un temazo!’.
Y yo le dije: ‘No, no es un temazo: es una sucesión de partes buenas’.”
12 nuevas patologías es un disco que habla de fobias, obsesiones y culpas
con la intensidad que la materia merece. Durante el mes de grabación,
los cinco cohabitaron un dormitorio de un estudio en Don Torcuato, y a la noche,
en medio de expediciones sensoriales, escuchaban eso que Walas llama “música
de cuelgue, de viaje mental”. “Como grabar es una cosa muy concreta,
a la noche necesitábamos conectar con algo más abstracto. Así
que vivíamos experiencias psicodélicas; después apagábamos
las luces y escuchábamos Olivia Tremor Control, Godspeed You Black Emperor,
Joe Strummer & The Mescaleros, Grandaddy, The Magnetic Fields...”
En el Bar Británico (mucho más bohemio que skater, más
Cerdos & Peces que Action Now), Walas explica la tozuda filosofía
de esta banda que lleva 17 años de vida y, desde los sótanos,
sintonizó a tiempo con casi todo el rock de guitarras de las últimas
dos décadas. Walas está muy seguro de lo que hace, entre otras
cosas porque no quiere vivir de la música. Hace años que está
al frente de una empresa personal módicamente próspera (La Lupita,
disquería y marca de ropa en la Bond Street). El otro veterano de la
banda, el guitarrista Pablo M (alias “El Tordo”), trabaja de psiquiatra.
“Nuestra falta de éxito comercial, creo, se debe a dos cuestiones.
Una es que queremos hacer cosas interesantes, que escapen a la obviedad, a lo
previsible. Y la otra es que el Tordo y yo le escapamos al éxito, inconsciente
o subconscientemente.”
La pregunta es si Massacre está en condiciones de hacer un disco de hits.
“Sería muy fácil”, asegura Walas. “Manejamos
mucha información; siempre fuimos melómanos e investigadores.
Fuimos grunge antes del grunge, hicimos skate-rock antes que acá existiera...
Tenemos olfato como para haber hecho un disco exitoso. Pero siempre preferimos
ser un poco elitistas. Ya de chicos pertenecíamos a una cultura minoritaria,
el skate. Y eso se trasladó a la música. Al principio éramos
medio de madera, pero ahora el grupo suena bien. No nos costaría nada
hacer unos machaques de nü metal, o algunos temitas onda Blink-182. Pero
siempre tuvimos esa cosa de gueto.”
Para Walas, la clave está en los espejos sucios en los que se miraba
cuando empezó a militar en el rock. Diecisiete años atrás
(¡17!), sus bandas-modelo eran Joy Division y Dead Kennedys. “Una
(JD) era una banda amarga, con un cantante suicida (Ian Curtis). Y la otra tenía
un líder -Jello Biaffra– que luego fue faro de la marginalidad
de San Francisco. Esos son nuestros modelos, cosas que hay que buscar, que no
se encuentran a la vuelta de la esquina. Y yo tengo un grupo que es así,
no me puedo quejar. Cuando me dicen que Massacre es un grupo de culto, yo digo:
‘Sí, gracias, mi amor’. Ese es el éxito para mí.”
Y el éxito, entre otras cosas, es no tener que responder a un calendario
de gira o a compromisos promocionales. “Somos una banda libre, somos nuestros
propios dueños”, dice Walas sin un ápice de soberbia. “No
queremos pedirle plata a Massacre. Queremos que Massacre siga siendo una entidad
artística inmaculada. Nos convertimos en una especie de clásico
del bajo perfil. Como esas bandas que están siempre, aunque no sean masivas:
Social Distortion, Melvilles, Bad Religion.”
Se divierte hablando de la poca onda del nombre del grupo. “Si no nos
conocés, te imaginás a cuatro heavies pelilargos, vestidos de
negro, conla remera de Metallica y las mangas cortadas. Ahora me gusta mucho
más Massacre Palestina (el nombre del comienzo), o incluso habría
quedado mejor Palestina solo. Cualquier cosa antes que Massacre. En medio de
esta guerra mundial que vivimos, hay cosas que dejaron de tener gracia. Lo nuclear,
el ántrax, las bombas, ya no son palabras con las que yo quiera jugar
estéticamente. En un mundo en guerra formal y activa no se puede hacer
chistes con la muerte. Algo parecido pasa con la locura y la edad. Cuando sos
chico, al ser artista, querés ser loco. Ahora que crecí, cuanto
más lejos esté de la locura, mejor.”
Quiénes son II
Hace 17 años, con más empuje adolescente que destreza musical, Walas reunió a un par de amigos y formó Massacre Palestina. Discípulo skater de Sebastián Lacroze (sobrino de Amalia Lacroze de Fortabat), el cantante llevó la cultura de su deporte favorito –devoraba las pocas revistas que le llegaban de afuera– a los escenarios del under. En 1993, despojados de la problemática palabra Palestina, editaron su primer LP (Sol lucet ómnibus). Para entonces ya habían inspirado a parte de una generación de músicos, entre ellos Boom Boom Kid y Corvata, de Carajo. Con el tiempo, Walas y El Tordo, dos melómanos con muchas lecturas y experiencias encima, sofisticaron el sonido de Massacre y lo convirtieron en un compresor de cultura rock, basando su identidad en la superposición de guitarras eléctricas. Así siguen.
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