Jue 06.06.2002
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CONVIVIR CON VIRUS

Convivir con virus

› Por Marta Dillon

Aún desde aquí, desde debajo de la escafandra en que me sumergen mis propias secreciones, la memoria del gesto hunde una punzada. No puedo escribir sin cigarrillos, no puedo llorar sin ese consuelo acre en la garganta inflamada de sal. Igual, me resultaría imposible fumar. Ahora mismo me siento lo suficientemente mal como para ver en el manoteo inútil de mi deseo de fumar algo menos que un gesto adolescente de autodeterminación. Yo hago lo que quiero y a mí nadie me dice lo que tengo que hacer. Yo soy la invencible habitante de la noche, amante de todos los extremos, compulsiva escaladora de bordes. Yo tomo todo lo que quiero, fumo cuando se me da la gana. Uso mi cuerpo como si fuera otro. Como si pudiera entrar y salir de una acelerada decadencia, sin más huellas que las que se van con el maquillaje (igual, me pinto tan poco). Mi única noción de los límites es darme de cabeza contra ellos, como si no supiera que voy directamente al topetazo, impulsada por no sé qué clase de soberbia, creyendo que ante mí los límites se esfumarán en el aire y me permitirán ir y volver, intacta. Y lo mejor es que sucede. A todos nos sucede una o dos veces. Incluso más. Pero yo, me guste o no me guste, ya he gastado algunas chances. Y aquí estoy ahora, prometiéndome ser mejor la próxima vez. Tratando de ovillarme como mi gata en esta cuna desierta que la fiebre humedece. Asumiendo culpas como si de ese modo pudiera ser perdonada, católica al fin y al cabo. Ya lo sé, yo también, soy insoportable cuando me enfermo. Con la misma vehemencia puedo insultar a la mala suerte, clavarme puñales por los excesos cometidos, pedir por favor que me acompañen o expulsar a quien no sabe de inmediato muy bien qué hacer a mi lado. Este cuerpo no es el mismo de las noches, éste se me escurre, es transparente. Un saco de huesos dentro de la ropa. ¿Cómo hacía antes para sentirme invencible? Con vergüenza descubro la omnipotencia en este deseo belicoso por los cigarrillos que no podría consumir. He llegado a decir que fumar me aliviaba la tos, como si fuera ciega y estuviera dando una clase sobre los colores. No está bien arrancar una promesa al caído a cambio de una mano que ayude a levantarlo. No estoy en condiciones de escuchar sentencias definitivas, seguramente tengo que dejar de fumar, todos tenemos que dejar de fumar, tengo hasta un plazo para proponérmelo otra vez. Una vez más ¿Cuánto durará ahora? A lo mejor la intermitencia en los excesos permite conservarlos como cartas en la manga. Lugares a los que podría volver de visita, de tanto en tanto. Es lo máximo a que me atrevo, todo lo definitivo me remite a la muerte y bajo esa amenaza no funciono. Son pataditas, igual. Pataditas de berrinche infantil que no tienen destinatario. Si al menos pudiera dejarme cuidar ¿Quién lo haría? ¿Será esto también como el huevo y la gallina? ¿Qué fue primero? Para vivir en llamas, hay que andar siempre de visita por distintos fuegos, porque enseguida aparece la amenaza del rescoldo. Pero no se puede vivir en llamas. Tampoco hay tantos fuegos para visitar.

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