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Jueves, 24 de julio de 2003

CONVIVIR CON VIRUS

Convivir con Virus

La comunicación fue tan escueta como su vida los últimos meses. Che, se murió el Paco, me dijeron por teléfono, con la liviandad de quien sabe que no está dando una gran noticia sencillamente porque el Paco, hacía tiempo que ya no estaba. Era apenas un cuerpo raquítico perdido en la inmensidad de su cama ortopédica, respirando con un esfuerzo que parecía consciente a pesar de la tomografía en blanco, a pesar de que ya no controlaba ni sus ojos extraviados, ni las manos que se crispaban sobre el pecho. Su madre lo custodiaba, le limpiaba las babas, lo negaba a sus amigos, nos prohibía cualquier tipo de caricia, de intimidad. Mi hijo es mío, parecía decir, como si no lo hubiéramos entendido antes. Che, se murió el Paco. ¿Y yo qué hago con este duelo que no existe, con esta muerte que sucede tan lejos de mí, en qué momento me fui de mis amigos de la adolescencia, de nuestros paseos en auto, nuestros primeros porros? ¿Cómo es que me quedó tan lejos todo? En silencio, en mitad de la comida, más tarde en una fiesta, ahora mismo, las lágrimas empiezan a correr sin un solo espasmo, como si se desbordaran de un corazón acuático tan adentro que ya lo había olvidado. Pero no. No es posible olvidarse de la fuerza que tiene lo no dicho. Eso que asfixia cuando se calla, eso que aísla y que mata como lo mató a él que nunca pudo decir que tenía hiv, que nunca pudo decirle a su madre que era homosexual, que nunca pudo. Cuando tuve la primera noticia de que había empezado a enfermar quise viajar a Mendoza, a decirle que no sea boludo, que hiciera algo, que se podía estar bien. A decirle que cuente conmigo, que no era tan grave. Y no fui. Podría decir que me desanimaron, me convencieron de que estaba mejor, que había empezado un tratamiento. Podría decir también que no es cierto que podía contar conmigo porque yo estoy acá, tan lejos de esos días en que solamente desafiábamos a la siesta provinciana paseando por el parque. Podría decir también que no puedo ser tan omnipotente como para creer que aun cuando hubiera ido algo habría cambiado. Las cosas son como son. Lo que no fue dicho se lo fue tragando, lentamente, a lo largo de un montón de años, aun cuando alrededor otros hablaban. Paco no pudo. Y yo me trago mis palabras y mis lágrimas que hubiera querido compartir con mis amigos de allá, los que quedan, los que saben que eso que tuvimos juntos, esos primeros pasos, serán dados una y otra vez en mi memoria, en su homenaje y en el mío. Porque algo aprendí yo entonces que ahora me permite hablar y estar viva y llorar por el Paco, que se murió, pero yo hace mucho extraño.

Marta Dillon

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