LA BANDA QUE NUNCA VAS A ESCUCHAR
No es el sonido, ni el género musical en el que incursiona, ni el peinado, ni el talento, ni el videoclip. Lo que define la obra de A Pulmón es, sin duda, su cultura de sacrificio. Este cuarteto oriundo de Dock Sud hace ver al rock como un calvario de penurias, sufrimientos, obstáculos, renuncias y tormentos. Y su historia de vida es tan dramática que después de escucharlos hablar, la música es lo de menos: el periodista de rock promedio les tiene lástima y les obsequia elogiosas críticas, más impulsadas por la piedad que por el reconocimiento artístico.
Con una carrera de quince destructivos años de under —en el peor de los sentidos—, su biografía es contundente: compraron sus instrumentos trabajando día y noche como albañiles. Ensayan desde 1992 en un basural clandestino lleno de jeringas y residuos patógenos (por lo que el guitarrista contrajo una enfermedad infectocontagiosa aún no clasificada por la ciencia). Grabaron su primer demo con los 360 pesos que el baterista heredó de su abuela, acribillada durante un tiroteo en la calle. Financiaron su álbum debut, Valió la pena (2006), gracias a que la bajista —madre soltera, desocupada, con siete niños, el mayor cumple diez años— hipotecó su casa. Y cada semana, durante los últimos tres lustros, el cantante camina desde Dock Sud hasta cada redacción de diarios y revistas, y hasta cada estudio de radio y TV para llevar demos, gacetillas e invitaciones a conciertos, razón por la cual ya destrozó sus meniscos, padece un esguince de tobillo crónico y fue atropellado cinco veces por cruzar mal la calle.
El sacrificio es el eje creativo y el principal argumento artístico de A Pulmón. Por eso su carrera nunca escatimó giras carcelarias, sometimientos a acuerdos leoninos con dueños de boliches, ni privaciones de todo tipo. “La idea de que rockear es sufrir la mamé de chico”, revela el guitarrista, hijo de un ex empleado de limpieza de Cemento, que vio durante cada mañana de su infancia cómo su padre llegaba a su casa a la hora del desayuno, exhausto, con sordera postraumática y la ropa llena de vómito y escupitajos punks.
* Cualquier parecido con la realidad, proveerá al lector de un buen tema de conversación para la cena de esta noche.
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