Jueves, 1 de septiembre de 2011 | Hoy
SU PASO POR LOS REDONDOS
Por Juan Ignacio Provéndola
Desde su participación en Lobo suelto, cordero atado y en el show del Centro Municipal de Exposiciones de 1992 (instancias que inauguraron una nueva era de sonidos y convocatorias), Hernán Aramberri trabó un vínculo que, como bien lo remarca, “se fue dando con los tiempos de Los Redondos, es decir, nada de un día para el otro”. Así volvió a repetir experiencias en un show de Huracán y con la grabación de Luzbelito (1996), aunque la relación se congeló cuando Hernán desechó seguirlos en vivo porque “no tocaban en Capital y me complicaba mi trabajo con los alumnos y un estudio de grabación que había puesto con otra gente”. El teléfono volvió a sonar dos años después, mientras el Indio y Skay creaban Luzbola, un estudio de grabación propio, en la casa del cantante, que se estrenó con las sesiones de Ultimo bondi a Finisterre.
“En ese disco participé bastante porque hubo muchas programaciones; ahí comencé a trabajar en el gran salto tecnológico de la banda”, dice. “Mi principal función fue laburar desde una compu todos los aparatos interconectados, a través de Midi. El Indio y Skay usaban muchas en sus demos, así que hubo que trabajarlas. También programé baterías, sobre todo bombos y tambores. En ese disco, Walter sólo tocó los platos. Semilla grabó algunos bajos y otros fueron programados. Salvo la guitarra y la voz, casi que todo fue programado.”
Su ingreso como miembro estable se produjo en diciembre de 1998, cuando Los Redondos afrontaban el desafío de ejecutar en vivo ese material de pistas, secuencias y sonidos que tan fatigosamente se había trabajado en los confines de Luzbola, y que sólo Aramberri podía sostener sobre tablas. El reestreno fue en la doble función de Racing, con Gabriel Jolivet de invitado, en la última experiencia en vivo de Skay con otro violero de carne y uña, antes de “empezar a sostenerse con guitarras sampleadas que yo le disparaba desde pads electrónicos en tiempo real”.
Luego del paso por River (el 15 y 16 de abril de 2000), la intensidad de trabajo aumentó para Momo Sampler, rúbrica de una etapa de experimentaciones tecnológicas en las que se manipuló intencionadamente aquella genética musical que hasta esos tiempos los había definido. Como novedad, Hernán también grabó las baterías, “aunque no para apartar a Walter sino por inercia: yo estaba todo el día en el estudio con el asunto de las máquinas y, a la hora de grabar ese instrumento, resultaba más práctico que lo hiciera yo”.
La distribución de roles entre los parcheros se extendió entonces hacia los escenarios: “Nos dividimos los temas a tocarse en vivo, porque en el disco había baterías superpuestas, entonces cuando uno estaba con los parches, el otro disparaba loops, samplers o secuencias electrónicas. Era un trabajo en conjunto. Tocaba en vivo básicamente temas de Momo Sampler, aunque Walter me dejaba algunas cositas de otros discos, como Vamos las bandas o Ji ji ji. Eso le encantaba a Skay y lo proponía siempre, lástima que sólo duró dos shows: en Montevideo y Córdoba”.
–No me pega. No es por faltarle el respeto a lo que la gente quiera discutir, pero yo lo hice de manera natural. En principio, mi inclusión fue por una inquietud de la banda, no es que caí como un paracaidista y dije: “Muchachos, a partir de ahora vamos a hacer esto”. ¡Ni en pedo! Se dio que esas inquietudes dieron con una persona que ya las tenía cimentadas, y que hubo vía libre para trabajarlas. Inquietudes por mejorar, que fueron canalizadas de esa forma. La cuestión artística fue generada por la técnica. La música te abraza o te rechaza, y en ese caso fue como acercar un fósforo a un poquito de nafta. Agarró como loco. Pero la producción artística era del Indio y Skay, el rumbo lo decidieron ellos y yo creo que fue un gran acierto no quedarse en una meseta y aceptar esas innovaciones.
–No. Lo que tratamos de hacer, en principio, fue cumplir técnicamente con lo que ellos estaban buscando. A partir de eso había una cuestión ligada al sonido, al concepto de lo que yo imaginaba que podía ser eso. Todos entendieron que el cambio se estaba dando tecnológicamente, y si un bajo programado quedaba mejor que uno tocado por Semilla, quedaba. El más afectado podía haber sido Walter, porque yo empecé trabajando para él y terminé tocando la batería en simultáneo. Pero siempre se portó como un caballero, quedando claro que el baterista era él y que yo le agradecía por el lugar que me daba como coequiper.
–Skay se compró una maquinita de ritmos con la que se grababa e incorporó mucha tecno a su quiosco. Hay un sistema que te cambia el sonido de la guitarra cuando te acercás al escenario. Cuando vio cómo funcionaba, se maravilló. En vez de pisar un pedal de efecto, directamente iba a la punta del escenario y hacía su solo adelante de todo, en El pibe de los astilleros, o en la canción que fuese. Aunque el Indio era el que más inquietudes tenía con esas cuestiones, Skay también fue recontra afín al asunto y la pasamos muy bien.
–El es propenso a hacer temas más de estadio, y esos discos tienen más medios tiempos. Para eso ya tenemos los temas de sus discos, entonces es como que no hay tanto lugar. Pero espero que haya algo de eso en algún momento, quién te dice...
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