FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: MERCEDES IRISARRI Y L’HôTEL DE SOPHIE CALLE
› Por Mercedes Irisarri
Cuando era adolescente leí la novela Leviatán, de Paul Auster, y no sólo me enamoré de ella sino también de uno de sus intrigantes personajes: María Turner. En ese momento ya fantaseaba con la idea de ser artista y María Turner, a quien Auster presentaba como una artista neoyorquina “cuyo trabajo no tenía nada que ver con la creación de objetos comúnmente definidos como arte”, de inmediato me cautivó. En la dedicatoria del libro, Auster agradece a la artista Sophie Calle por dejarlo “mezclar hechos con ficción”. De ese modo descubrí que aquella enigmática figura existía por fuera del relato.
Auster, al igual que yo, había sido seducido por el esquivo personaje que es Calle y decide tomarla como inspiración para una de las protagonistas de su novela. En Leviatán el escritor le atribuye al personaje de María Turner la autoría de ocho obras de Calle. Una de ellas es L’Hôtel.
En este proyecto de principios de los ’80, Calle hace de mucama en un hotel veneciano durante tres semanas. Al ingresar a limpiar, husmea en cada cuarto, revisa valijas, armarios, cajones y tachos de basura, se prueba perfumes y maquillaje, come restos de comida, lee cartas, notas y postales sin enviar, enumerando y fotografiando las pertenencias encontradas. Como un detective o fotógrafo forense, documenta las habitaciones momentáneamente desocupadas. L’Hôtel consta de un díptico por cada habitación que le fue asignada limpiar. Cada uno incluye la foto del respaldo de cada cama, el número de habitación, un texto y una grilla de hasta nueve fotos mostrando aquellos elementos listados en el texto.
En un momento en que todavía no había tenido mucho contacto con el arte contemporáneo, L’Hôtel me planteó interrogantes acerca de cuál era la obra: ¿La idea? ¿El proceso de realización? ¿Las fotos y el texto? ¿El libro que se publicó? ¿La exposición del material impreso y enmarcado? ¿Mi experiencia frente al material? Comprendí que esta dificultad para encasillar su práctica se convertía, paradójicamente, en una de las características que más me interesaban de la obra de Calle. El intenso contenido autobiográfico que ella utiliza me llevó a imaginar que toda su vida es una obra única y continua; un solo hecho performático. Cuando incluye textos, lo hace en primera persona y utiliza su nombre real. Se convierte así en personaje de sus relatos, regida por reglas y rituales que ella misma inventa. Me fascina que Sophie Calle transforma tanto el arte como la vida en una especie de juego.
Las fotos clandestinas, que suceden sin esfuerzo ni sofisticación, exponen la intimidad de los inadvertidos huéspedes. Así, Calle nos hace cómplices de su voyeurismo. Entre la culpa y el disfrute de esta intromisión, nos identificamos con los hallazgos: un cepillo sobre la cama, pantuflas tiradas, un crucigrama a medio hacer –elementos que nos son familiares–. Eso mismo que nos aliena del otro es también lo que nos vincula, invitándonos a pensar en nuestras propias experiencias, nuestras propias situaciones vergonzosamente íntimas. Al transformar lo privado en algo público, nos permite encontrarnos en esas huellas, esos rastros. Un simple señalamiento de un hecho cotidiano transmite algo universal. Y ésta es una de las habilidades que admiro en ella; tomar algo acotado, sencillo y ordinario para provocarnos. Apropiándose del lenguaje y de las herramientas en apariencia frías del conceptualismo logra una obra poética y emocional.
Para cada habitación Calle construye un reporte en el que describe sus hallazgos y sus impresiones acerca de los mismos, combinando documentación fehaciente con reacciones personales; una imaginativa interpretación de los huéspedes ausentes cuyas vidas ella observa fugazmente. A su vez, nos propone llegar a nuestras propias lucubraciones, nuestros propios relatos posibles. Pero sólo podemos espiar aquello que ella elige mostrarnos. La intimidad a la que accedemos es “fabricada” en parte por la selección y edición de Calle. Con una singular atención por el detalle, teje una historia en la que los hechos devienen catalizadores para ficción y conjetura. Calle parece entender que a mayor particularidad en los detalles mayor semblanza de verosimilitud. En el límite entre lo real y el relato, guía al espectador hacia lo que ella quiere que vea, crea o sienta. Ella sólo simula ser igual que nosotros; un mero espectador.
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una charla que dio la artista en Malba. Inevitablemente alguien le preguntó: ¿son verdaderas estas historias? Calle eludió dar una respuesta, con lo que aparentaba ser el peso de haberlo hecho incontables veces. ¿La verdad? Nunca lo sabremos. Y la verdad, en realidad, no importa.
Hasta el 26 de agosto en el Salón de los Escudos del Centro Cultural Kirchner y en el marco de la Bienal de Performance se presentará la muestra “Cuídese mucho” de Sophie Calle, de 14 a 20. La obra es la radiografía de una ruptura: a partir de la carta que una de sus parejas le envió cuando se separaron, Calle invitó a distintos profesionales para que la interpretaran: 107 mujeres dedicadas al periodismo, corrección de estilo, actuación, canto, danza, filosofía, psicoanálisis y más diseccionan las palabras del hombre con retratos, escritos, videos, que expresan diferentes ideas sobre el amor, el dolor, la identidad y el sexo.
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