Dom 11.10.2015
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FAN

FANTASMAS Y FLORES

› Por Roberto Aleandri

Hay algo que me gusta mucho de la música: es como un efecto de transformación, de modificarse a sí misma. Cada vez que se emite un sonido, cobra vida propia, una vida nueva y única hasta que muere. Puede durar un segundo, una hora, una noche, meses, una vida o más. Hay una obra de John Cage “Lo más lento posible”, que dura 690 años, se está tocando en este momento en una capilla en Halberstadt en Alemania, tiene silencios de meses hasta que se toca la siguiente nota. Por eso es difícil hablar de una canción, son miles, discos enteros o un sonido preciso en un momento preciso.

Mi amigo Pablo es un gran conocedor de música, películas, en realidad sabe mucho de todo, escribe cuentos, sabe de mecánica, herramientas, máquinas, filosofía: un sabio. Él me hizo escuchar Sonic Youth por primera vez. Fue el disco New York City Ghosts & Flowers. Juventud Sónica, Nueva York, fantasmas y flores, así sería el título de “la placa” en nuestro barrio.

Pablo venía de vivir en Chos Malal, una localidad del norte de Neuquén, la primera capital de la provincia. Llegó a la escuela en sexto grado, hicimos esos años de primaria juntos y el primer año de secundaria. Cuando estábamos pasando a segundo año, decidió abandonar y dedicar ese tiempo al trabajo. Así es que cada tanto, cuando tenía plata, pasaba por alguna de las disquerías y pegaba algunos cds. Tenía una buena colección en unas torres.

En ese momento, año 2001, las novedades musicales llegaban por alguno de los pocos amigos con internet telefónica, la radio, alguien que viajaba, o por esos locales, sobre todo en Mix Laser que tenía un “Club de discos” donde podías alquilar discos de edición nacional, llevarlos a tu casa y grabarlos.

Nos asociamos un mes entre varios y fuimos sacando, eligiendo una vez cada uno. También alquilamos muchas cosas malas porque no te dejaban escuchar en el local antes de llevar: me acuerdo de un tributo alemán a los Ramones pésimo del que igual nos grabamos todos una copia para justificar la movida.

Una tarde fui a la casa de Pablo justo después de pasar por la plaza a fumar. Mientras él hacía algo que le había encargado su mamá en el patio, me contó que había pasado a comprar unos discos. Dijo: “Mirá, ¿qué es esto?”, intentando hacerme adivinar. Puso el disco y empezó a sonar la canción que abre: “Free City Rhymes”. Las rimas libres de la ciudad. Los sonidos venían de la ventana de su pieza que daba al patio. Una música transparente y medio caótica. No tuve ninguna referencia posible como para entender algo, y no, no tenía la menor idea de qué estábamos escuchando. “Sonic Youth, son amigos de Nirvana o algo así”, me dijo después de un rato porque estábamos en silencio escuchando.

La canción empieza progresivamente con disonancias, se van sumando los instrumentos hasta que llega a su volumen máximo y se va transformando en una melodía hermosa, una balada sonora dedicada a alguien que se ama, la voz de Thurston Moore prácticamente susurrando canta algo que, como no se mucho inglés, mi traductor de canciones interno me dice que es bueno, que está todo bien. En el medio hay una orquestación de guitarras e instrumentos que se van apilando, formando capas de sonidos, hasta llegar de nuevo al caos y a la suavidad disonante del principio. Me gustó instantáneamente. No se me fue más de la cabeza y el cuerpo. Pablo apagó el equipo ni bien terminó la canción.

Después de unas semanas terminó regalándome el cd en un gesto de belleza absoluta, creo que no lo flasheaba mucho a él. También me regaló Acid Eaters de los Ramones, disco que sí le gustaba mucho, otro gran disco de mi vida y otro gran gesto de belleza de su parte. Esa edición del cd es hermosa, en el interior tiene una pintura del Papa (parece Juan Pablo II) bailando mientras un DJ pasa discos en una fiesta. Es una imagen absurda donde está elevando los brazos al cielo, al dios de la música.

Después fui consiguiendo más discos de Sonic Youth. Me prestaron un cassette grabado con Washing Machine, lo escuché mil veces caminando por todas las calles de Neuquén. Mi primo Mariano, unos años más grande que yo, poeta, amante de las computadoras y la música, una vez me trajo a casa una pila de discos para grabar, sabía que yo andaba en una búsqueda. En esa pila estaba Experimental Jet Set, Trash & No Star, que también fue pasado a cassette y gastado. Tenía muchos discos raros, novedosos, también me trajo ese día Come To Daddy de Aphex Twin, loquísimo. Pero New York City Ghosts & Flowers es el disco que más me gusta de Sonic Youth, definitivamente.

Mientras escribía esto, me puse a escucharlo en YouTube. El primer comentario en el video-disco es del usuario Leo Aquino que dice: “changed my life”. También me cambió el cerebro, el corazón y los huesos. Me abrió la cabeza a más música, a los ruidos, los sonidos, los silencios, un sentido más hacia lo infinito. Muchas gracias a las rimas libres de la ciudad y a mi amigo Pablo.

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