FAN › UN ACTOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: PABLO SEIJO Y LA HISTORIA SIN FIN DE WOLFGANG PETERSEN
› Por Pablo Seijo
Sin duda hubo otras películas que tocaron mi corazón por distintos motivos. Pero la película que elegí, la elegí porque creo que es parte de la prehistoria de todo lo que soy ahora. Se trata de La Historia Sin Fin.
La vimos con una novia que tuve a los 18 años que se llamaba Anette. Fuimos un poco en broma a ver una película para chicos que daban en el cine Lorange en la matiné del domingo. El cine estaba lleno de niños que gritaban y comían pochoclo. Me acuerdo que nos sentamos bien adelante tratando de esquivar el bullicio y de alguna manera logré abstraerme y entrar en la ficción.
Un niño huyendo de unos malvados compañeros de clase que lo acosan constantemente se refugia en una librería. Allí da con un libro mágico llamado La Historia Sin Fin. A pesar de que el dueño de la librería le advierte sobre los peligros del libro, el niño lo toma prestado y se esconde en un altillo abandonado de su escuela para leerlo. El libro cuenta la historia de un niño guerrero de nombre Atreyu que es elegido para salvar el Reino de Fantasía del poder destructivo de “La Nada” que todo lo arrasa. Atreyu debe atravesar muchas pruebas para conseguir un antídoto que cure la rara enfermedad de la Princesa y así salvar el Reino. El niño lector atrapado en el relato vive la aventura como suya y sufre porque Fantasía desaparecerá para siempre. Hasta que comprende que es él mismo quien debe entrar en el libro y salvar a la Princesa dándole un nombre.
Para esta época, hace más o menos treinta años hoy de aquel domingo, todavía no me había acercado en absoluto al teatro. Luego de abandonar otras carreras que no vienen al caso, había terminado el CBC y estaba por empezar a cursar Medicina. Con aquella novia había empezado a salir cuando nos conocimos en Villa Gesell y el romance duró el verano y una buena parte del otoño del 85.
Me acuerdo que cuando salimos del cine quise decir algo sobre la película que habíamos visto pero no llegué a terminar la frase que ya estaba ganado por el llanto. Un incontrolable ataque de llanto. Quería hablar y lloraba. Quería contar lo que me pasaba y lloraba más. No podía parar de llorar. Tampoco me importaba que la calle Corrientes estuviera llena de gente para llorar. A las cuatro cuadras recién pude parar y quise explicar racionalmente lo que me había pasado. No recuerdo si lo conseguí o no, pero lo que sí recuerdo es la sensación de liberación que me había dejado el llanto.
El guión de La Historia Sin Fin es exageradamente literal en el modo como nombra las cosas y en ese aspecto la escena cuando nuestro héroe se encuentra con su antagonista es la más paradigmática. Atreyu llega a unas grutas donde está pintada en las paredes su propia historia, recorre todo el camino que hizo hacia allí a través de esas pinturas, hasta que llega a una pintura que no pertenece al pasado sino al presente. Un monstruoso lobo asesino lo acecha en una cueva y amenaza con matarlo. Antes de enfrentarse tienen un diálogo donde el monstruo devela que Fantasía está muriendo porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños y así es como la Nada se vuelve más fuerte.
Hoy, mientras escribo esto, pienso que esa literalidad debe haberme golpeado en algún lugar sensible donde un misterioso desvío oblicuo me llevó hacia el teatro. Me gusta imaginar la escena del llanto incontrolable como un eslabón perdido en la aparición de mi vocación por actuar.
Unos meses después Anette me dejó y volvió con un antiguo novio. Ahí también lloré pero de otra manera. No era ese llanto ancestral que teme al vacío que deja la Nada. No y sin embargo esa ruptura y mi poca vocación por la carrera de Medicina que entonces estaba cursando, me llevaron a anotarme en un taller de teatro que se daba en una misteriosa aula del primer piso de la Facultad, donde un profesor de teatro había armado una guarida completamente envidiable. La casualidad quiso que unos días antes de mi primer clase de teatro tuviera mi primer ensayo. Un amigo me contó que estaba por empezar a ensayar una obra con un grupo muy copado que se había armado en Exactas, me dijo que estaban buscando gente y allí marché. Y esta casualidad determinó mi forma de entender el teatro a partir del deseo de hacer.
Poco tiempo después, me fui a vivir solo a un monoambiente en Congreso. Ya había hecho dos obras con aquel grupo de teatro y también era asistente del Clú del Claun y con ellos estuve en muchos ensayos y funciones y me fui de gira a España y una madrugada nos perdimos con Batato en Madrid buscando un bar donde él había visto un muchacho que le había gustado. En ese entonces yo iba mucho al cine, era la época en que la Lugones, el Cosmos y la Cinemateca de la Hebraica funcionaban a la vez y yo vivía a tres cuadras de ese circuito mágico. Sin duda fueron otras las películas que más me marcaron y que todavía hoy me acompañan. Fitzcarraldo, 8 y ½, Stalker, Terciopelo azul, El Séptimo Sello, Torrentes de Amor, Katzelmacher, La Ley de la Calle, Matador, Mala Sangre y Paris-Texas, son las películas de aquel tiempo que con más cariño recuerdo.
Hoy hace años que ensayo y que defiendo pedazos de ficción en los que creo con todas mis fuerzas porque sé que por fuera de ahí, al menos para mí, no hay nada.
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