Domingo, 29 de noviembre de 2015 | Hoy
FAN › UN DRAMATUGO ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: IGNACIO SáNCHEZ MESTRE Y ENTRE NOSOTROS DE MAREN ADE
Por Ignacio Sánchez Mestre
Llegué en 2007 a Buenos Aires, pero en noviembre de 2009 todavía me sentía bastante nuevo en la ciudad. Un día fui al cine. No me acuerdo ni a cuál, ni en qué horario. Fui solo. La verdad es que de la primera vez que la vi no me acuerdo de casi nada. Sólo sé que vi una película llamada Entre Nosotros, de Maren Ade. No dejé pasar muchos días y fui a verla otra vez. De esta segunda vez que la vi me acuerdo de varias cosas. Mi viejo había venido desde San Juan a pasar unos días acá. Lo llevé a él y a mi novia. Sabía que a ella podía gustarle la película y además quería que le guste, que se enamore, que le pasen cosas, que se quede con algo de eso que íbamos a ver. Con mi papá no tenía tantas pretensiones. También quería que le guste pero estaba dispuesto a aceptar la derrota.
Entre nosotros arranca con imágenes de una pareja alemana en una casa en Cerdeña, una isla italiana. El es Chris y ella es Gitti. Parece que cuidan a sus hijos. Ella a una nena de cuatro años y él a un bebé. Ella no se lleva nada bien con la nena y la corretea por todos lados, le pide que reconozca que no se bancan. Le repite que no tiene nada de malo no soportar a alguien, que sólo hay que aceptarlo. “Solamente decime te odio”, intenta ayudarla Gitti. La nena por fin lo acepta y le dice que la odia, que la detesta y hasta simula dispararle con una pistola que no existe. Gitti finge recibir el disparo y se deja caer a la pileta. Atrás, viendo la escena, están Chris y su hermana. La hermana de Chris es la mamá de los nenes. Los nenes y su mamá desaparecen y nos quedamos con la pareja sin hijos. Gitti y Chris. Y en la sala Lorca, Carlos, Kati y yo, nadie más.
Para este entonces yo iba a renunciar a mi trabajo. Me dedicaba a pensar las publicidades de los contenidos de Canal (á) y El Gourmet, pero estaba incómodo. No me cerraba la idea de pasar nueve horas en una productora y muchos menos hacer lo mismo todos los días, todo el año. Me quería dedicar al teatro, a actuar, a escribir y a dirigir. Sabía que lo iba a hacer, me venía preparando para eso pero había algo en mí un poco trabado, un poco asustado. En las clases de Nora Moseinco se repetía mucho el concepto de “verdad” y a mí me daba vueltas en la cabeza. No sólo lo pensaba en la actuación. Trataba de buscar la verdad en todo lo que veía, leía, escribía o escuchaba.
En la película no hay nada de mentira. Y a la vez todo es mentira. Están actuando, están simulando ser una pareja en crisis. Pero yo les creo todo. Él se queja porque no le sale la barba y ella le dice que lo femenino le queda sexy. Lo maquilla. Juegan. Se ríen. Discuten porque ella no quiere usar preservativo. Él inventa un muñequito de jengibre que sale de su bragueta y hacen chistes que sólo los dos entienden. Él es arquitecto y está esperando los resultados de un concurso importante. Ella es agente de prensa de unas bandas de rock. A él no le sale lo del concurso y no dice nada. Lo oculta. Entiendo esa actitud. La de preferir el silencio a decir la verdad. A veces caigo en eso y digo lo mismo que Chris: “No me pasa nada, estoy cansado, es eso”. Ellas no nos creen. Ni Gitti, ni Kati.
No deja de asombrarme la verdad en la película y además me parece muy atractivo que hablen alemán. Me gusta cómo suenan las palabras, lo hermoso y lo horrible que se dicen. Hay un momento en que ella se pone un short dorado y él la piropea en italiano. Ella le pide ir a bailar, salir de esa casa que los encierra pero él la lleva a un cuarto escondido. Es mi escena favorita. Casi no tiene diálogos. Descubrimos que la mamá de él colecciona pajaritos de madera. Se trata de una habitación especial, blanca y con un toca discos. Una especie de paraíso. Suena una canción y él le da la bienvenida a la disco. Ella se sienta en el sillón con cara poco feliz y él baila de una manera increíble. Mueve los brazos para cualquier lado, se sube a los muebles, se ríe, se deja caer como si su cuerpo se derritiera y por el piso se arrastra hasta llegar al cuerpo de ella, que por fin sonríe y le dice que es un estúpido.
Hay algo de la estructura de la película que me hace sentir cómodo. No sé qué va a pasar. También sé que no hace falta que pase nada en particular. Soy testigo. Disfruto cuando veo cada escena fluir y cuando no veo el guión. El título original es Alle Anderen y significa “Todos los demás”, aunque acá llegó como Entre noso-tros. En todos los demás aparecen los problemas. Todo explota cuando se juntan con una pareja que tiene la vida armada. Él es un arquitecto exitoso y ella una diseñadora que espera un bebé. Pienso que algo de lo que no son, termina mostrando lo que ellos sí son de verdad, y quizás no entiendo bien qué es lo que son. En un momento, él trata de ponerle palabras a lo que le pasa. Dice muy poco, que estuvo pensando y no sabe qué hacer. Que todo le parece estúpido. Como vive, su trabajo. Ella lo interrumpe y le dice que se nota que tiene miedo, que tiene que correr riesgos, “¿si no funciona, ¿qué?”. Todo es incómodo. Son dos que están tratando de estar juntos. Ella en un momento intentará hacerle una sorpresa, un picnic en la montaña y por supuesto no sale como lo pensó. Me gusta ver esos fracasos. A veces las cosas son otra cosa, no son lo que esperábamos. Pero terminan siendo. Cerca del final, él decide ir a tomar algo con su amigo, ése que lo hace sentir pésimo, ése al que le va muy bien y que sólo habla de lo genio que es. Gitti no se quiere quedar sola. Le da miedo. Pero Chris no quiere su compañía y ella se le tira encima. Pone voz de monstruo y le dice “soy normal, soy mucho más normal de lo que crees, no me dejes sola”. Él la empuja y se va.
Todo el tiempo siento que la película me está hablando, me está gritando. Me dice cosas sobre la pareja, sobre el trabajo, sobre la familia y también sobre la verdad.
Salimos del cine y caminamos hasta Avenida Córdoba para buscar un taxi. Estoy feliz porque la peli me volvió a gustar muchísimo y también porque a Kati le encantó. Mi viejo, en ese momento, una incógnita. Vamos los tres en silencio. No me animo a preguntarle qué le pareció. Todo es incómodo. Nos miramos con Kati, ella no me dice nada, pero me entiende y me hace una cara, un gesto, que para mí en ese momento significa “dale tiempo”. Seguimos caminando. Silencio otra vez. Vuelvo a mirarla. Ahora me hace otra cara, otro gesto, que para mí significa “no hace falta que diga nada”. Y lo acepto Unos pasos más, hago una seña para parar el taxi y cuando nos estamos subiendo mi viejo rompe el silencio. “Simpática, la película”. Dijo muy poco, sólo eso, pero fue de verdad.
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