Domingo, 10 de febrero de 2008 | Hoy
FAN › UN ACTOR ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: GERMáN PALACIOS Y EL AMATEUR, DE KRZYSZTOF KIESLOWSKI
Por Germán Palacios
Estaba yo en Villa La Angostura, acompañando a mi mujer, la actriz Marina Glezer, que grababa una miniserie en dicho lugar. Había ido por tierra, con mi vehículo, había llevado mi guitarra, mi música, unos libros, vino y aceite de oliva, aparte del infaltable equipo de mate.
Un temporal azotó la Villa. Se cayeron los postes de luz y todo colapsó. Mal, colapsó mal. Nos tuvimos que mudar a un lugar donde sí había energía y por lo tanto podías darte un baño, y cocinar y todas esas cosas que nos gusta poder hacer. También había un televisor. Allí me encontraba una tarde a la hora de la siesta, solo. Encendí la televisión y enganché una película empezada, que me atrapó y me angustió a la vez, en parte por no saber estrictamente qué era lo que estaba viendo. Cuando terminó no alcancé a leer porque entre la velocidad y las pequeñas letras de la tele no saqué nada en concreto.
Era cine de Europa del Este; del realismo socialista, de trabajadores y fábricas, y burocracia y corrupción oficiales.
Contaba la historia de Philip, un corriente empleado de un establecimiento, que un día consigue una cámara de Súper 8 y comienza a filmar escenas familiares. Me gustó especialmente la escena en que Philip pone el trípode en su ventana y filma la misma situación en distintos momentos, como dando origen al cine mismo.
Lo cierto es que sus patrones, al ver el entusiasmo que a Philip le despierta la novedad, le encargan el rodaje de un acto conmemorativo.
De ahí en más Philip se encuentra sumergido en situaciones que empiezan a acarrearle dificultades matrimoniales, aparte de intromisiones, cortes y manipulaciones del material por parte de sus jefes.
Me ocupé de conseguir la revista del cable para saber de qué se trataba.
Era El amateur, de Kieslowski, una película de 1979 casi desconocida en la Argentina y que recomiendo fervorosamente a todos aquellos que se interesen por el cine. Para mí fue un descubrimiento fortuito: tuve la suerte de terminar en un lugar con energía, después de una tormenta que había dejado al 90 por ciento de la Villa a oscuras.
Rescaté un nuevo horario y vi el comienzo, otra vez solo, pero con alegría, emoción y avidez.
Y si elijo esta película es por todo lo que evoca alrededor del cine: creo que es una mirada necesaria y profunda acerca de los vaivenes que se producen a la hora de contar.
Y elijo en forma arbitraria esta escena, porque evoca casi una no escena, por tener una mirada abierta, sorprendida e investigadora sobre lo que se presenta delante del ojo del que mira. Podría tranquilamente haber elegido la escena de Robert De Niro frente al espejo en Taxi Driver: “Are you talking to me?”. O la del corrupto personaje de Ricardo Darín en El mismo amor, la misma lluvia, de Campanella, cuando se despierta hinchado por el alcohol, ahogado en su propia miseria (es muy interesante este personaje, para incursionar un poco en la autocrítica). O el momento de Amarcord, de Fellini, en la que el viejo se pierde en la niebla. Pero simplemente me pareció llamativo que alguien quisiera contar esto así, como lo hace Kieslowski en El amateur: su protagonista no busca imágenes de gran importancia; lo que importa es tan sólo el acto mismo de poner la cámara y registrar una y otra vez casi lo mismo; el acto de observar en sí. El cine nos tiene acostumbrados a que las escenas deben tener contenidos concretos, puntuales, que cada una debe decir algo; pero Philip es en cierto modo pasivo: pone el trípode, y en el acto mismo de mirar y volver a mirar y seguir mirando a través de su cámara, está fundando algo. Algo parecido ocurría en Cigarros, la película de Wayne Wang, cuando Harvey Keitel le muestra su álbum de fotos a William Hurt: todas las imágenes se parecen entre sí, pero en cada una hay detalles distintos, que resulta de haber tomado una por día; en el mismo lugar, sí, pero filtrada por la voluntad del fotógrafo que se obsesiona con esas sutiles diferencias. Eso es observación pura.
Vendría a ser algo parecido a darse cuenta de que la música también está compuesta por silencios.
Y ahora me callo, que de eso se trata.
Germán Palacios es el protagonista de Las vidas posibles, segundo largometraje de la directora Sandra Gugliotta (Un día de suerte), coprotagonizado por Ana Celentano y Natalia Oreiro, estreno en cines de esta semana.
Recién graduado de la academia de Lodz en 1969, Krzysztof Kieslowski (Polonia 1941-1996) enseguida se insertó en el medio como guionista y director de televisión y filmó varios cortos documentales (el más famoso de los cuales es El punto de vista del portero de noche, 1979). Amator, conocida en el Río de la Plata como El aficionado (y más tarde como El amateur), fue su tercer largometraje y el que lo hizo conocido ante el mundo tras ganar el primer premio en el Festival de Cine de Moscú. Su protagonista, Philip Mosz (el actor Jerzy Stuhr, cuya colaboración con el director duró más de dos décadas) se compra una cámara de 8 mm para registrar los primeros años de su hijo recién nacido. Hasta ese momento, es un joven felizmente casado que sólo aspira a tener una vida tranquila, pero su nuevo “juguete” termina por transformarse en el obsesivo centro de su vida. Eventualmente su esposa lo abandona, mientras él participa en concursos para realizadores aficionados; discute cuestiones estéticas en la Universidad de Cine de Lodz, y empieza a enfrentarse a sus jefes –que le encargan películas institucionales para la empresa en la que trabaja–, enfrentando sus intentos de manipulación. A pesar de la densidad de sus temas (la censura, las obsesiones, la integridad artística), se la considera una de las películas con más sentido del humor del futuro director de La doble vida de Verónica, El Decálogo y Tres colores: Bleu, Blanc, Rouge. Otro director polaco, Krzysztof Zanussi, aparece en el papel de un director exitoso que aconseja a Philip y a otros cineastas jóvenes, en un divertido cameo que habla sobre la profesión y el recambio generacional.
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