Dom 24.02.2008
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FAN › UN PINTOR ELIGE SU PINTURA FAVORITA: ANDRéS SOBRINO Y DOS OBRAS SIN TíTULO DE BLINKY PALERMO

Melodías sin terminar

› Por Andrés Sobrino

Izq. Palermo. Sin título. 1964. Oleo y lápiz sobre lienzo. 955 x 807 x 20 mm. Der. Palermo. Sin título. 1964. Oleo sobre lienzo. 948 x 807 x 20mm.

La mía es una relación amorosa con la obra de este artista alemán. Hace unos años, cuando recién empezaba con mi obra, Pablo Siquier me subalquilaba una parte de su taller, donde una vez, viendo mi trabajo, me dijo: “Tenés que ver las cosas de Blinky Palermo”. Hablo de ocho, nueve años atrás; en una época en que casi no había cosas impresas de él, o al menos era muy difícil encontrarlas, y no había tanto subido a Internet para consultar como hay ahora. Pero mi novia me consiguió un libro de Blinky en la Goethe y quedé como loco. Blinky era un tipo de las décadas del 60 y 70, de los años de la abstracción geométrica, del minimalismo, pero él renegaba de todos esos títulos. Los odiaba, por más que pertenecía a los grupos que miraban todas las nuevas corrientes, como Sigmar Polke, Imi Knoebel o Gerhard Richter; era discípulo de Joseph Beuys, de toda esa comitiva de personajes. No quería inscribirse en ninguna corriente y no hablaba de su obra, tendía al arte conceptual, y yo creo que eso puede que tuviera que ver con su método de trabajo. Que es lo que más me atrajo de sus obras: mucho más el proceso de laburo y su relación con los materiales que las obras en sí, aunque su obra es además increíble. El tipo iba por la calle buscando pedazos de madera, pedazos de metal, chapas y armaba sus obras “formalistas” con las cosas que encontraba por ahí. Después se sofisticó un poco más, y empezó a ir a las casas de telas a comprar paños de los colores que quería, y componía nuevas obras, con recursos mínimos, con elementos muy básicos. Tiene obras que son apenas eso: pedazos de madera que encontró y que pintó, o un pedazo de una chapa. Le interesaba la materialidad y la relación con el espacio arquitectónico. Claves a las que siempre intento llegar, como una meta que es muy difícil de lograr.

Estas dos obras en particular me gustan mucho porque veo la perfección de eso mismo: con muy poco, con apenas dos planos de color, logra una espacialidad tremenda, profundidad, volumen; deja pequeñas líneas de lápiz trazadas ahí, como tratando de armar la arquitectura de algo. Está la mano, se ve siempre la obra en bruto, como si nunca estuviese terminada. En su abstracción tal vez no haya nada narrativo pero creo que toda obra, al reconstruir un proceso de trabajo, construye o reconstruye un relato. Yo me siento identificado en sus procesos. Siento una afinidad intelectual y emocional, salvando las distancias. Blinky murió demasiado joven, y uno se pregunta cómo podría haber sido la vida cotidiana de este tipo en los ’70: por lo que leí, se la pasaba viajando y era una especie de recolector; me lo imagino dando vueltas por las calles de Berlín o Nueva York todo el tiempo, buscando sus cosas en cualquier lugar, en basurales, en baldíos, en demoliciones, clavando su mirada en objetos inútiles. Dedicado a eso. Perdido en eso. Y en ese proceso también distinguí un paralelismo con lo que yo hacía, cuando ni siquiera sabía que existía: me la pasaba en la calle sacando fotos, buscando relaciones cromáticas en las líneas de la senda peatonal, en el encuentro de medianeras de dos casas, en la textura del piso y el pavimento. Muchas de esas cosas las llevé de la foto a la pintura tratando de crear una abstracción a partir de esas imágenes. Así como Blinky se iba a comprar franjas de telas de colores para luego disponerlas de un modo específico, yo, a mi manera y sin conocer los paralelismos, me iba a la ferretería a comprar cintas con las que armaba mis cuadros: materiales preexistentes a los que solo tenía que dar orden; la magia se daría tiempo después al descubrir lugares en el arte a los cuales ya había llegado Blinky; relacionarme de manera intuitiva con el espacio y la materialidad de mis obras siempre me costó y en parte de esto está el desafío de salir del cuadro para llegar a la instalación y ocupar visualmente el espacio.

Así como muchas veces uno se pregunta qué estaría haciendo en este momento, yo me pregunto qué estaría haciendo hoy este tipo, con las nuevas posibilidades técnicas, con los nuevos materiales.

Blinky murió a los 33, en una isla, de una enfermedad desconocida. No lo sé, pero me lo imaginé probando alguna sustancia tropical, pasándose de rosca, totalmente colgado... Y entonces se arma otro relato: el de imaginarme qué hubiera sido de él de haber seguido con su vida, qué hubiera hecho, como uno se pregunta qué cosas hubiera compuesto Nick Drake de estar vivo hoy. Cuando se siente la afinidad emocional que yo siento con Blinky en mi obra, es como si hubiéramos tocado la guitarra juntos. Humildemente, más bien como si yo hubiese sido su banda soporte. Pero todo su misterio nos lleva a imaginarnos qué hubiera sido. Ese es el mundo de Blinky Palermo y su obra. Hay muchas cosas que se disparan a partir de muy pocos elementos, siento que dejó muchas melodías sin terminar, y a mi manera, a veces disfruto tarareando un final posible para una obra.

Nacido en Leipzig en 1943 y fallecido en Sri Lanka en 1977, Peter Schwarze (Heisterkamp según el apellido con que fue adoptado de niño), Blinky Palermo, fue un pintor alemán abstracto, aunque él hubiera renegado incluso de esa definición tan amplia. Fue bautizado con su nombre artístico cuando estudiaba con Joseph Beuys en la Kunstakademie Dusseldorf: el apodo remite al nombre de un promotor de boxeo y mafioso norteamericano a quien, según Beauys, Schwarze se parecía físicamente.

Formó parte de la primera generación “rebelde” de la posguerra alemana, del grupo que intentó resucitar la experiencia formal del constructivismo ruso y la abstracción geométrica de Mondrian, con su síntesis expresiva y su abstracción. A partir del ’68 trabajó con todo tipo de materiales creando sus llamadas pinturas-objeto. Su obra fue básicamente una reflexión sobre forma, color y espacio, probando cómo las interacciones entre estos elementos podían evocar una enorme diversidad de sensaciones.

Julian Schnabel creó una pintura en su homenaje llamada La inesperada muerte de Blinky Palermo en los Trópicos, nutriendo el mito de este artista misterioso.

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