FAN › UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: PABLO REINOSO Y EL MONUMENTO DE LOS ESPAñOLES
› Por Pablo Reinoso
El Monumento de los Españoles me gusta. No sé cuándo fue la primera vez que lo vi, pero en mis recuerdos siempre existió.
Desde mi infancia hasta el día de hoy la obra me sigue sorprendiendo. Típicamente del siglo XIX, sobre una base cuadrada, se alza un paralelepípedo sobre el cual culmina una representación (también típica) de la República, encarnada por una mujer con sus senos desnudos.
La obra está repleta de personajes y bajorrelieves: minihistorias y alegorías que van “adornado el conjunto”. Todos funcionan como “ornatos”. El grupo escultórico se transforma bajo las texturas vegetales que lo recubren y lo llenan de emociones, como por ejemplo los brazos que se desprenden de la mole, etéreos. O los personajes de pie sobre la primera base, quienes parecen comentar la obra.
El acierto de la obra de Agustín Querol es el resultado de la suma de las justas proporciones del Monumento y del despliegue virtuoso de sus ornatos, que el artista sólo alcanzó a plasmar en dibujos, ya que murió antes de que empezara su construcción.
Siempre pensé que el barroco se construye sobre el rigor del minimalismo. Y este Monumento así lo demuestra.
Querol nos dejó una partitura precisa y premeditada.
Pienso en contraste, en el legado de Gaudí en Barcelona, al morir atropellado por un tranvía mientras contemplaba su Sagrada Familia. Las proporciones de la Sagrada Familia son también perfectas, pero la emoción y la originalidad surgen esencialmente de la materia que recubre sus volúmenes: esa especie de ornato “gaudiano”. Pero su ornato era tan singular, tan hecho a cada instante por la vista del maestro, que nunca han podido continuar su estilo. Un fragmento de Gaudí es en sí un todo. Y es así como la Sagrada Familia se ve completamente mutilada en su poética por la insistencia de terminarla sin él. Lo que no le ocurrió a la propuesta neoclásica de Querol, menos original pero eficaz, pese a ser completamente póstuma.
Vivo fuera del país desde hace más de 30 años. Vengo a Buenos Aires con frecuencia y siempre me las arreglo para pasar delante del Monumento la mayor cantidad de veces posible.
Se ha transformado en un ritual tan añorado como comerme un tostado mixto o parar en un kiosquito.
Me sorprendo mientras lo enhebro una y otra vez en mi memoria. Lo contemplo desde diferentes puntos de vista, a veces cerca de la escultura de Sarmiento de Rodin, que se encuentra a su izquierda. Un “Balzac” petiso que es salvado del ridículo escultórico por la magnífica base de mármol, cuyo elemento más alucinante es el Escudo nacional representado en tres dimensiones por Antoine Bourdelle, quien por ese entonces era su discípulo.
Otras veces lo miro desde el lado opuesto donde se alza el Monumento a Rosas. Me río diciendo: “Che, Monumento, no te olvides que estás en Argentina”. Lo que termina por ser obvio cuando descubrimos que su último custodio es el zoológico.
Por último algunos consejos prácticos para apreciar el Monumento de los Españoles correctamente: al pasar cerca de él por la Avenida Libertador, vemos que el frente se materializa en el espejo retrovisor del auto, ya que la circulación lo ataca por sus espaldas aladas. Esto se revierte entre las cinco de la tarde y las diez de la noche, cuando dos filas de coches son habilitadas para circular hacia el norte. Entonces, se necesitan por lo menos 150 metros de aceleración para que los ojos se acostumbren al contraluz del poniente, transformando al Monumento en una silueta imponente de nuestra ciudad.
Testimonio recogido por Mercedes Pombo.
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