Dom 13.06.2010
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FAN › UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: CLAUDIO RONCOLI Y EXPRESO DE MEDIANOCHE, DE ROBERT RAUSCHENBERG

La esperanza roja

› Por Claudio Roncoli

Cuatro de la mañana en una Buenos Aires húmeda; no puedo dormir, así que mi televisor se convierte en un buen compañero de insomnio. Aparece un documental, no es de animales, ni de tribus exóticas, ni de cocineros degustando bichos raros, sino de un artista que mucho no conocía salvo por mis estudios en Bellas Artes.

Este artista manipulaba enormes shablones como si se tratara de pequeños pinceles. Se movía con total seguridad ante telas enormes mientras iba imprimiendo con un negro tan egoísta que aseguraba que cualquier otro color arruinaría la obra. Incorporaba imágenes fotográficas impresas sobre paneles de seda que luego transfería a sus lienzos, superponiéndolas y mezclándolas a modo de collage, y completaba el conjunto con pintura al óleo. Guerra en Vietnam, astronautas, Kennedy, bailarines, caballos y New York convivían en sus obras, como una revista LIFE imponiendo el sueño americano, como un Aleph donde todo está, y todo puede pasar.

Robert Rauschenberg era el artista, y pronunciaba en la entrevista unas palabras que quedarían grabadas en mí por siempre: “Si iba a convertirme en un artista, debía asumir absolutamente mi responsabilidad”.

El documental de esa noche había despertado algo en mí, ahora me faltaba ver en vivo y en directo esos resultados, esas grandes telas. Un libro o una página web no me llenaban, creía pero sin ver, y eso no es nada fácil.

No fue hasta 2005, en mi primer viaje y exposición en Europa, que descubrí la obra de Rauschenberg en directo. Los que hayan estado en grandes museos, además de ser una cita obligada, saben que los ojos durante la noche caen muertos de tanta información, la cantidad de obras que uno intenta apreciar son infinitas. El Prado, Reina Sofía y Thyssen no podían faltar. En este último museo y en la última sala me tuve que sentar aproximadamente unos treinta minutos (sin exagerar), pero no de cansancio, sino de sorpresa frente a Express, la gran obra, al menos para mí, de Robert Rauschenberg.

Decir que disfruté me parece poco y aburrido, que descubrí tal vez se acerque más. Porque en esa obra mis estructuras plásticas se movieron, mis ojos eran mariposas como las que se sienten cuando uno se enamora. El movimiento reunido en esa obra es único e inolvidable. Las fotos que Rauschenberg seleccionó son como un puzzle perfecto armado con imágenes que a mí me hubiera llevado miles de horas de taller seleccionar y agrupar, sólo para acercarme a un equilibrio semejante. Y como frutilla del postre, el pequeño plano rojo sobre la parte superior del cuadro me decía al oído: “Se puede”.

Express fue la palmada en la espalda que les faltaba a mis ganas de producir, de investigar, de seguir, de no dudar. Express se iba convirtiendo en mi fuente de inspiración, en un padre adoptivo.

La inagotable inventiva de Rauschenberg hace que sus trabajos sean difíciles de encuadrar en una categoría. Rauschenberg caminaba desde el expresionismo abstracto al Pop-Art, y Express es para mí la mezcla de esos dos caminos, el ejemplo de no tener que encasillarse en un movimiento, salvo el que a uno le dicta su propio corazón y sus propias ganas de investigar, es decir, el sello propio del artista. Pero esto no se logra sin trabajar horas en el taller, probando, investigando, errando, pero por sobre todo mirando y seleccionando, como lo hacía el propio Rauschenberg.

2008, expongo por primera vez en EE.UU. En el mismo barrio donde está mi galería, un pequeño negocio de libros antiguos expone y vende un afiche de Rauschenberg diseñado por él mismo. Pregunto el precio y entablo una conversación con la dueña del shop, vieja amiga de Robert. Pero ésa es otra historia.

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