FAN › UN ARTISTA PLáSTICO ELIGE SU OBRA FAVORITA: MARIANO VILELA Y FLAG, DE JASPER JOHNS
› Por Mariano Vilela
No recuerdo con exactitud cuándo ni dónde leí por primera vez sobre el “carácter tautológico” del arte contemporáneo, vale decir esa persistente obstinación por hablar de sí mismo y hacer de cada obra de arte una particularísima definición de lo que le es propio, sus alcances y fronteras.
Lo que sí recuerdo perfectamente es la jactancia con la que acogí esa frase, el déjà vu que percibí al creer entender su ambiguo significado.
Mucho tiempo atrás cultivaba yo una perniciosa inclinación a perder el tiempo y a leer textos de dudosa reputación y provecho. Fueron años en los que se me podía encontrar asiduamente con la mirada perdida, vilipendiando mi ocio en pensamientos intraducibles. Recuerdo que mi regalo para los veinte años fue (sólo si juraba ponerle un norte concreto a mi vida) el diccionario de filosofía de Ferrater Mora, en el que me maravilló que a continuación de “nada” se extendiera una definición a lo largo de más de doce páginas. Fue por aquella época cuando noté por primera vez un extraño fenómeno que ocurría frecuentemente al buscar en el diccionario de la lengua el significado de una palabra. Sucedía que, por echar luz sobre algunos puntos oscuros que me dejaba la explicación inicial, acudía a un segundo término y éste me conducía indefectiblemente a un tercero y a un cuarto y así se continuaban superponiendo las definiciones, dejando siempre, no obstante, una superficie sin cubrir en el medio, un agujero de sentido. Consulté sobre el extraño hallazgo a un versado amigo de mi padre, quien me contestó: “Eso a lo que te referís lleva el nombre de tautología”.
La tranquilidad de sentir que mis desvaríos tenían nombre y estatus dentro de la lógica proposicional duró muy poco, quedé estupefacto por tamaña revelación: el mundo era una cosa y el lenguaje otra bien distinta y, por más eficaces que sean sus encuentros, jamás coincidirían de una forma exacta y precisa, dado que sus naturalezas eran radicalmente divergentes.
Esta ha sido, por extraño que parezca, mi gran experiencia intelectual, la fundante de mis posteriores búsquedas estéticas. La realidad del mundo estaba allí y con ella poco podía hacerse, pero con el lenguaje uno podía jugar hasta hartarse, exprimiéndolo, estrujándolo, invirtiéndolo, despedazándolo, podía uno lanzarlo lejos y recogerlo otra vez; poco importaba si lo que se obtenía de ello coincidía con el original de referencia.
Los surrealistas fueron precursores en este juego, experimentando con disparatados métodos creativos que –sostenían ellos– reflejaban un mundo desconocido que habitaba en el interior de la mente humana. Como contrapartida, a una actitud “realista” se la podía condenar por anticuada y cobarde. Ecuánime, me propuse el desafío de situarme en el quiebre mismo, en el preciso momento en que el lenguaje suelta amarras pero mantiene aún su lazo con el mundo al que debe su función. La obra de Magritte Ce n’est pas une pipe es quizá la que explica con impecable pedagogía este desdoblamiento, pero mi preferencia se inclina por la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica pintada por Jasper Johns en los años ‘50 en la medida en que se ubica en el borde mismo, es y no es: o es la bandera o es su representación para terminar siendo ambas.
A diferencia de la de Magritte, la obra de Johns se muestra más absoluta, menos complaciente, le extiende el problema al espectador, sin enunciarlo, sobre la exacta naturaleza de lo que se está dando a ver. Su humor es mordaz porque se ahorra el chiste, y no es broma.
Flag se presenta como un umbral por el que pasar a través o un muro contra el cual estrellarse. Oscar Wilde lo vociferó en el prólogo de El retrato de Dorian Gray: aquel que siente el deseo de explorar por debajo de la superficie de los signos lo hace a su propio riesgo. De todos modos siempre cabe la posibilidad de que sea ésta una empresa inútil y eso nos llevaría nuevamente a mis años de mirada perdida.
Testimonio recogido por Josefina Barcia
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