FAN › UNA ACTRIZ ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: ANTONELLA COSTA Y BELLE DE JOUR, DE LUIS BUñUEL
› Por Antonella Costa
No siempre preferimos lo mejor.
Es un comportamiento de lo más humano.
Algunos prefieren generalmente lo peor.
Otros lo hacen por error y de vez en cuando.
Algunos lo hacemos por el simple placer de lo incorrecto, o por motivos de fuerza mayor, y a veces por las dos cosas, o porque una pasa a ser la otra.
Siempre estamos prefiriendo algo por encima de otra cosa, sobre todo los que somos libres. Y aunque existen ciertos parámetros universales, los motivos de esas preferencias se tiñen inevitablemente de algún grado de subjetividad.
La fruta de aspecto fresco y colores brillantes, de tamaño ligeramente mayor a lo normal, la transgénica, luce mucho mejor que la orgánica, que morirá en el cajón a la espera de un comprador, mordida por un gusanito que la prefirió.
He visto decenas de películas mejores que Belle de Jour.
No creo para nada que sea una mala película, pero sin duda no es la mejor, ni siquiera, de las que dirigió Buñuel.
Sin embargo, no dudo un instante en declararla mi preferida, porque me atrapa, me inquieta, me entretiene y la vería cien veces seguidas (¿ya lo hice?) y me vestiría con telas estampadas de sus fotogramas, porque me gusta mucho.
Una vez tuve que platinarme el pelo por cuestiones laborales y aproveché para sacarme fotos reconstruyendo mi escena preferida de Belle de Jour.
Cada vez que veo el DVD en un negocio, la compro, y la regalé tantas veces como la compré, y la seguiré comprando y regalando, y siempre lamentaré haberla regalado y entonces la compraré de nuevo, y ojalá algún día me la regalen a mí. Soy fan.
Cuando se ha sufrido por amor (porque no siempre nos enamoramos de quien nos conviene), y se ve Belle de Jour, se comprende que todo hubiera sido mejor en París y vestida por YSL. Pero hay otras cosas de Séverine que me apasionan, y justamente no tienen que ver con su imagen impecable, sino con el riesgo que corre esa imagen de ser destrozada en cada escena siguiente a la escena en que pensé que iba a verla destrozada.
Me despierta ese morbo que no uso nunca, que no sé ni para qué me sirve, esas ganas de ver de nuevo su melena ligeramente desprolija, el tapado finísimo manoseado por un grupito de putas, que ahora son sus colegas, que representan el riesgo, el futuro posible de Séverine, la vida y el aspecto que ella, tal vez, termine prefiriendo.
Toda la película construye y estimula ese morbo en mí. Las comparaciones entre el mundo y la imagen de Séverine, y los de su nuevo entorno son constantes, pero ella circula entre ambos universos con una naturalidad asombrosa, sin traicionarse nunca, y haciéndome desear siempre más, ver un poco más, saber, oír. Quiero sentir su aliento cerca de la oreja mientras junto a ella espío por el agujero que la madama disimula en una de las paredes empapeladas del burdel. Quiero oler las sábanas que comparte con sus amantes desconocidos, encontrar un minúsculo desgarro en su ropa interior de seda, investigar sus genitales corruptos.
Pero nunca habré pagado lo suficiente. Nunca me ganaré ese derecho. Buñuel me cuenta de sus amantes, pero me deja del lado del marido, con el privilegio de entender toda su hermosura, pero perdiéndome la mejor parte.
Y otra vez la casa, las mentiras, los trucos para evitar la cama matrimonial.
Otra vez la mirada sufrida entre las mieles del arte decorativo, y a esperar que vuelva a salir el Sol.
Las fantasías se mezclan con recuerdos de la infancia, y voy entendiendo por qué no goza, por qué no se permite disfrutar sanamente de lo que tiene. Entiendo que inevitablemente va a buscar de nuevo el placer donde la obliguen y castiguen, y jamás en los abrazos tiernos de su marido.
Entonces, entre todo esto y con poco, resplandece una escena.
Después de haber accedido al exótico (y jamás revelado) pedido de un cliente oriental gordísimo, alguna práctica de la que las putas experimentadas huyen y cuyas herramientas fundamentales se ocultan en una misteriosa caja, Séverine yace desnuda entre las sábanas de una cama del burdel, boca abajo.
Entra la empleada doméstica con una pila de toallas en las manos. Ve a Séverine, se compadece de su estado, y le dice algo como “a veces los hombres pueden ser terribles”.
Entonces Séverine levanta su torso para mirarla, sonríe y brilla con la melena revuelta. “Usted no tiene idea”, le dice. Y en la sábana deja ver, al levantarse, cuatro gotitas de sangre.
Nunca voy a saber qué le pasó, qué hizo o qué le hicieron, ni de qué parte de su cuerpo salieron esas gotas de sangre.
Ella logra darse los gustos más bajos sin renunciar jamás a su intimidad de diosa.
Está feliz, por fin es la más puta de todas. Será, de las chicas del burdel, la que más vejaciones soporte y logre disfrutar. Ha encontrado su destino.
Es que no siempre preferimos lo mejor.
La actriz y directora teatral Antonella Costa ha creado este mes, en calidad de programadora invitada del Malba, un ciclo titulado Cine chileno contemporáneo: para ponernos al día, en el que se verán, del próximo jueves 21 al domingo 24, diez films trasandinos de los últimos dos años, en su mayoría inéditos (o sólo proyectados en festivales) como: Post Mortem (2010), de Pablo Larraín; Electrodomésticos (2011), de Sergio Castro San Martín, documental sobre una banda emblema de la resistencia artística contra la dictadura pinochetista; Lo que falta (2010), de Colectivo Miope, sobre un grupo de boxeadores amateurs de una pequeña ciudad del norte de Chile o la extraordinaria saga de amor y desamor adolescente de Te creís la más linda...(peroerís la más puta) (2010), de Che Sandoval, por mencionar sólo algunas. Información completa en malba.org.ar
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