FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: NATALIA RIZZO Y HELENA, DE MARCO EVARISTTI
› Por Natalia Rizzo
Diez batidoras enchufadas, con un pez dentro de cada una. Los visitantes son libres de ponerlas en marcha. Una obra interactiva. La instalación no permaneció el tiempo previsto, ya que fue desalojada antes del fin de la muestra por la policía, para salvar a los peces.
Elijo esta obra porque me sirve para debatir algunas problemáticas actuales del arte. Se llama Helena y es de Marco Evaristti, un artista chileno-danés.
Al pensarme viendo esta obra, no dejo de pensar en la regurgitación placentera que le generaría mi morbo a mis entrañas. La intranquilidad y ansia de querer ver qué pasa si aprieto el botón. Supongo que a muchos se les ha hecho inevitable preguntarse si podrían oprimirlo, y si al hacerlo, la licuadora efectivamente hace añicos a los peces.
En todos nosotros, humanos, existe una secreta pulsión de matar, que se ve seducida por este dispositivo-obra; sin embargo, la simple posibilidad de ejercer este acto de patetismo absolutista despierta extrañas conmociones en los espectadores. Uno podría ser el sádico intranquilo que mete el dedito, el morboso que se queda mirando, o tal vez encarar al ético catequista que se retira, hace un escándalo e intenta parar la obra, que o-cultamente es más sádico que ninguno y pretende lavar sus culpas sobre lo que acaba de imaginarse, entre otros.
Podríamos decir que Evaristti propone un paralelismo entre la realidad cínica y destructiva del hombre y la realidad de la fisonomía superficial del arte. ¿A dónde nos conducen estos dos caminos cruzados? ¿Adónde nos conducen casi todos los caminos? A la axiomática muerte. Y cuando pienso en la muerte del arte, pienso en algunos artistas que matan al arte, a la muerte misma.
Morir por el arte, es un concepto en el que vengo pensando. Mucho artista medio, de clase media, peligra de ser indigente, además muere y mata por el arte y lo termina matando todo en ficciones. Se caga de hambre. Este individualista para mí es un artista desheredado, sin capacidad económica propia de producir su obra, hecho que le genera hacer cualquier cosa por concretarla, incluso prostituirse con las instituciones para incrementar su nivel de visibilidad, para al menos tener la esperanza de conseguir su voluptuoso valor agregado algún día y salvarse. Pretender conseguir el valor agregado es como esperar ganarse la lotería. Una excepción a la regla que es la regla misma. “A fulano le pasó, me puede pasar a mí.” (En realidad, fulano tiene apellido, amigos, “contactos”, en muy pocos casos fulano tiene flor de mediocre suerte.) Yo prefiero recuperar plusvalía.
Cada vez más me hago una pregunta que algunos se hacen desde hace años, y que en artistas como Roberto Jacoby, por ejemplo, atraviesa su obra entera: ¿quién cuernos es un artista? Y además: ¿de qué vive? ¿De dar clases, de manejar un taxi, de producir eventos culturales? Y si vive de otra cosa que no es el arte mismo, ¿es artista? ¿Los artistas somos trabajadores? Muchos artistas podrían tomarse como trabajadores, pero para ello deberían cobrar por su trabajo, cosa que no suele suceder. Todos en una muestra cobran por su trabajo, el curador, el montajista, el productor, la persona que limpia, los que dirigen o administran las instituciones, los programadores, los críticos, la prensa, etcétera. Todos menos los artistas, que a veces hasta pagan por exponer y otras gastan–pagan mucho dinero en la producción de sus obras. Y, ¿por qué los artistas siempre pagan? Pagan tal vez porque subliman en obras pulsiones sexuales, dolores, lo que los aqueja o conmueve; o tal vez porque no entendemos siquiera que estamos pagando o porque la mayoría de los colegas lo hacen...
“Mientras tanto en Ciudad Gótica...” Mientras tanto, hay otras tantas maneras de hacer arte, de promover otro tipo de prácticas artísticas, fuera de las instituciones, a la vista del que quiera detenerse a mirarlas, tocarlas, participar en ellas. Ya me estoy yendo lejos...
En fin, ¿cómo termina el caso de Evaristti? Termina con que el artista hizo un acuerdo con Gene Hathorn, un preso yanqui de Texas, acusado en 1985 y condenado a muerte, a quien se le adjudica el asesinato de su padre, madrastra y hermanastro. Hathorn ha accedido a ser congelado luego de su ejecución, y posteriormente transformado en comida, con la que el público podrá alimentar a unos peces en un acuario. El artista se comprometió, a cambio, a financiar la apelación del preso mediante la venta de dibujos realizados por él en prisión.
El asesinato sigue siendo legal en algunos lugares. Lo curioso es cómo los que hicieron que Helena se levante por el peligro que corrían los peces, ahora que es un ser humano el que se convierte en comida, no hacen nada.
Los invito a pensar el arte colectivamente en: el Clú, CIA, la Oficina Proyectista, Lipac, el ciclo Curados de espanto en radio La Tribu, el grupo Etcétera, la calle, cualquier lugar, etcétera. Busquen, hay más.
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