FAN › UNA ACTRIZ ELIGE UNA ESCENA DE SU PELíCULA FAVORITA: JORGELINA ARUZZI Y UNA VIUDA DIFíCIL DE FERNANDO AYALA
› Por Jorgelina Aruzzi
Allá en los comienzos de la década del ’80, cuando yo tenía 6, 7 u 8 años, nos quedábamos con mi hermana Cecilia, que es dos años más grande, en el departamento de mi nona en el barrio de Flores porque mi hermano iba a fútbol o algo por el estilo. Esa época duró algo así como dos años y me acuerdo que, casi siempre, bajábamos la persiana y, medio a oscuras, mientras tomábamos la leche, las tres nos ubicábamos frente al televisor que tenía un control remoto del tamaño de un Falcon, y un transformador gigante, para mirar juntas, en Canal 7, películas antiguas. Durante esa época, que duró dos o tres años, creo que nos vimos todo el cine de oro argentino; todas las películas, por ejemplo, de Lolita Torres.
Eva, mi nona, era piamontesa, una mina que trabajó durante toda su vida de ama de casa, muy misteriosa y picarona, además era súper graciosa cada vez que hablaba por su acento; siempre nos reíamos cuando decía palabras como “feretería”. De jovencita, se fajó los pechos con una tela para que no le crecieran. Era dos años mayor que mi nono, pero eso era “secreto de Estado”. Siempre contaba con orgullo que en su noche de bodas, para que no “pasara lo que tenía que pasar”, hacía un ruido con la boca “cruk, cruk” y le decía a mi nono: “Armando, ¡hay un bicho!, ¡¡un bicho!!”.
Una de las películas que vimos durante esos años es la que quiero elegir porque me marcó muchísimo, aunque nunca más volví a verla y recién en estos días me enteré de cómo se llamaba. Le pregunté a mi hermana y me dijo cualquier cosa, Mi asesino preferido; después le pregunté a mi mamá y tampoco sabía, así que por un momento pensé que no existía, que era un invento mío, un sueño. Pero no: se llama Una viuda difícil y la dirigió Fernando Ayala. Así que me metí en Internet y por el argumento la fui sacando. Era una película basada en una obra teatral del mismo nombre, del escritor Conrado Nalé Roxlo. Parece que en la época de la Colonia, por una gracia concedida por el virrey, cuando a las mujeres se les moría el marido y quedaban viudas podían optar por casarse con alguien que estuviera condenado a muerte, es decir, un delincuente, un criminal. Se casaban, se los llevaban a su casa sobre todo para trabajar y, entonces, le perdonaban la vida. Me acuerdo de que las actrices usaban vestidos largos, como muy aristócratas, algo muy simbólico, porque la viuda era joven y no podía sola con el negocio. Ahora que lo pienso, el argumento de la peli era tremendo, muy machista: la viudita prefería casarse con un posible asesino antes que bancársela sola.
La película sería del año ‘56 o ‘57, es decir que Alfredo Alcón, para mí, ya era un señor mayor. Por eso me impactó muchísimo verlo joven y haciendo de delincuente; además el blanco y negro le daba un erotismo muy sutil. No podía entender el paso del tiempo y no podía entender cómo Alfredo Alcón estaba tan fuerte en la película.
La viuda, interpretada por Alba Arnova, se casaba con el personaje de Alcón, sobre todo para que la ayudara con su negocio. El tema es que la primera noche de convivencia sintió mucho miedo de que él le hiciera algo, que le robara, la violara o la matara. Y por eso puso un montón de cerrojos en su cuarto, me acuerdo muy bien incluso del número: una tranca y seis cerrojos. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que el tipo estuviera metido en su casa le venía bien para echar a los muchos pretendientes que la acosaban, ya que a ella no le interesaban para nada. Es más, a medida que fue viendo y entendiendo que se trataba de un buen tipo y que además había sido acusado de un crimen que no cometió, poco a poco, todas las noches iba sacando los cerrojos. Cada vez que la mujer, a la noche, sacaba un cerrojo, como los relatos de Las mil y una noches, para mí era como una sola escena, una única escena, porque mi nona festejaba como si se tratara de un gol de la selección en la final del mundial. Mi nona era una mujer de cuerpo y ojos pequeños, pero de un color celeste muy claro y muy hermoso, y la manera de festejar cada una de esas escenas era con un pícaro levantar de cejas muy veloz hacia arriba y hacia abajo, y entonces decía “la viudita sacó el cerrojo”.
Para mí era una especie de porno soft sutil en blanco y negro, con las persianas bajas, la leche, y la cara lujuriosa de mi nona, una especie de despertar. Esa fue una tarde reveladora porque entendí el erotismo, entendí el juego entre el hombre y la mujer. Dicen que esos momentos influyen mucho en una persona y ¡qué suerte!, porque al final la película terminaba bien: la viudita y Alcón terminaban juntos, sin cerrojos, con la puertita totalmente abierta.
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