FAN › FAN UN ARTISTA ELIGE SU OBRA PREFERIDA: OSíAS YANOV Y UN ANóNIMO DEL SIGLO I
› Por OsIas Yanov
Contextualizo: pasillos inmensos de museo europeo, bustos y cuerpos de guerreros, Adonis uno, Adonis dos, Adonis tres mil, emperadores, Venus de Milo, dioses y diosas del Olimpo. Todos; con cabezas, sin cabezas, con o sin nariz, con o sin manos, con o sin pierna, con o sin genitales ultrajados. Entre ellos, un perro de mármol. Con algunas fisuras (¡pero completo!). Epoca: siglo I. Imperio: el Romano.
Este canino, en actitud facial de plegaria, mira al cielo, al mismo lugar donde, unos siglos más tarde, pasará algún satélite que va a transmitir una publicidad de zapatillas utilizando como logo el ala de una diosa griega –luego romana– que al parecer había sido tomada de los egipcios, llamada Niké. Y que casualmente se encuentra sólo a dos pasillos de distancia del bonito animal.
¿Por qué la diosa y no el perro?
Sigo fascinado con esta figura. La siento como si se hubiera filtrado o más bien infiltrado. Mientras mueve la patita en su perimétrica isla de mármol, los humanos seguimos decidiendo, para gran parte del planeta, qué imágenes perpetuaremos, repetiremos y representaremos. Por ende y, en simultáneo, qué tipo de sociedad, cuerpos, sexualidad, casas, comidas, negocios, muebles y anhelos vamos a edificar.
Al día de hoy me siento más cerca del perro tratando de sacarse una pulga.
Mientras las estatuas conservadas en este tipo de museos, agrupadas bajo el calificativo de cuna de las culturas, están estáticas, triunfando, el flacucho perrito se siente molesto, desobedece la regla y mediante esta autómata performance (desde entonces que siempre se rascan de la misma manera) intenta aliviar su dolor.
El movimiento quita el dolor. La actitud rogativa en su cara se disocia de la acción de su cuerpo. El perro utiliza una positiva conciencia y actúa. Instinto de hacer algo cuando algo molesta. Ahí habita la manera desobediente, en este caso, rascarse entre guerreros.
Otro dato llegando al final. ¿Qué sexo tiene el perro? Le di mil vueltas al mármol y sólo descubrí que tenía ano, la raya del ano perfectamente definida... “¡Es un perro andrógino!”, exclamé. Solitario y andrógino. De esta manera ya estaba caído y rendido a sus pies. El anónimo sabio escultor en un acto de meditación anticipó que en un buen futuro no nos distinguiríamos por género.
Aunque esta sección me solicita mi absoluta fanaticidad con la obra, debo reconocer que no voy a poder terminar sin decir que hay una parte del mármol que me desestabiliza: ¡¡la última porción del rabo!! Esa torción final centrípeta amanerada es el segmento que martillaría en un acto de negación total hacia la redundante belleza que otorga. Luego de esto, ahora sí, revive mi fanatismo y abrazo al perro que no está subordinado a ser el mejor amigo de nadie. Pero que tampoco nunca estará solo. Es una hermosa maquinita en funcionamiento que tiene al cielo, a la pulga y al ano de su lado.
La escultura del perro pertenece a la colección del Museo de Pérgamo, integrado al circuito de museos conocido como la Isla de los Museos, en Berlín. Se trata de un anónimo del siglo I, realizado bajo el Imperio Romano. El material es mármol blanco de grano fino. La estatua se encontraba en posesión de la familia Patrizi, en Roma, cuando fue adquirida en 1829 por E. Wolff, proveniente de Vescovali. El zócalo, las patas del perro, las puntas de las orejas y la cola son restauraciones de los tiempos modernos. La escultura representa a una perra, un galgo, que se sienta con su parte superior del cuerpo en posición vertical. Ha levantado la pata trasera derecha para rascarse el cuello, detrás de la oreja, elevando la cabeza para llegar mejor a ese lugar con picazón. Se trata de una copia romana de un original griego de la época helenística. Si bien la tradición griega y la herencia etrusca fueron una referencia constante para su escultura, los romanos desarrollaron un arte con características propias visible especialmente en el retrato, donde los recursos clásicos se combinan con una expresividad de tipo realista. Mientras la escultura helénica se caracterizó por la búsqueda de un canon de belleza idealizado, alejado de la realidad cotidiana, la escultura romana puso énfasis en elementos y actitudes de la vida cotidiana.
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