FAN › > UN DIRECTOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: MARTíN SEIJO Y “CHE COSA SONO LE NUVOLE?”, DE PIER PAOLO PASOLINI
› Por Martin Seijo
¿Lo cuantitativo es un criterio a tener en cuenta para reconocerse fan de algo? La cantidad de veces que escuché un disco, que leí un libro o que vi una película, ¿alcanza para definir en mí una conducta patológicamente extrema y fanática? No siempre. Por ejemplo, ¿cuántas veces nos encontramos viendo por enésima vez una película de morondanga porque no hay otra cosa para ver en la tele? Sin más dilaciones, a lo que voy, mi punto, es que esto de la cantidad no es indicativo de nada. Además, mis gustos artísticos siempre tendieron a ser mesurados, metódicos, escépticos, distantes, pretenciosamente críticos, porque los artistas son humanos, pasibles de traicionarse de un momento a otro y endiosarlos a ellos y a sus obras, bla, bla, bla... Con lo cual, no sé si seré la persona indicada para esta sección. Pero el error ya está cometido. Avancemos, por favor.
En tren de elegir mi película favorita, decidí aplicar una combinación de criterios cuantitativos y cualitativos, por considerar éste un modo lógico, atendible, objetivo y representativo de mi personalidad algo meticulosa, a pesar de tratarse de una consigna que tiene por objeto celebrar la subjetividad, el capricho, la vivencia personal en relación al séptimo arte. Otorgando un punto por película vista, dos por cada vez que la volví a ver, otro punto si me gustó, y otro punto más si me gustó aun más al verla por segunda, tercera o cuarta vez, y restando los puntos correspondientes en caso de no gustarme, la tabla de posiciones arrojó el siguiente resultado: Pasolini 37 puntos, Herzog 30, Burton (no Richard) 25, Coppola 21, Allen 20, Tornatore 18 (todos puntos conseguidos con una sola película: Cinema Paradiso) y siguen las firmas. En zona de promoción me quedó Steven Spielberg (que últimamente no da pie con bola). Y en descenso directo: Enrique Carreras (Rambito y Rambón calaron hondo en mi infancia, pero esto no le alcanzó para zafar) y George Lucas (todos los puntos que ganó con las tres primeras partes estrenadas de La Guerra de las Galaxias, los perdió con las posteriores precuelas (¿posteriores precuelas?)).
Pier Paolo Pasolini es el cineasta de quien más películas he visto y que, en general, más me han gustado. Todo gracias a un ciclo que organizó hace unos años el Centro Cultural Borges (¡qué ensalada! ¿Borges con Pasolini?), así que suena coherente dentro de mi cabeza que una de sus producciones se convierta en mi peli favorita. Es mi humilde premio a una obra sólida, polémica y diversa.
Me quedaba por delante, entonces, una tarea muy sencilla. Elegir una entre todas. Claro, facilísimo: El Decamerón es la peli que más puntos aportó para que Pasolini se clasificara campeón de mi torneo de preferidos. Chau. Pero no. Llegado a esa instancia, reflexioné que El Decamerón (Pasolini hace del pintor Giotto di Bondone) la vi varias veces por razones que no vienen al caso, a diferencia de muchos de sus trabajos que lamentablemente apenas pude disfrutar en una sola ocasión. En especial “Che cosa sono le nuvole?” (“¿Qué cosas son las nubes?”), con la actuación del capocómico italiano Totò, pero enmarcado en una propuesta que hace que su registro actoral característico termine siendo dramático, patético e igualmente enternecedor. Totò hace en este film lo que hizo siempre con maestría, sus morisquetas, las miradas con tremendos ojos casi saliéndose de sus órbitas, remarcando, enfatizando, exagerando tanto el cuerpo como la palabra. Un manual condensado de Commedia dell’arte, si se quiere. Sin embargo, Pasolini logra que Totò no cause carcajadas, salvo en algunos pasajes muy bien dosificados. Me animaría a decir (lo digo) que Pasolini no le pidió a Totò que dejara de ser él, al contrario (cómo pedirle eso a un actor que para muchos se encuentra al mismo nivel que Chaplin o Buster Keaton; por estas tierras, lo más cercano sería Olmedo, con quien tiene incluso cierto parecido físico, o Capusotto o Pepe Biondi).
Pero las virtudes de “Che cosa sono le nuvole?” no se agotan en la presencia destacadísima de Totò. Porque Pasolini acertó en cada una de las decisiones que adoptó para este trabajo de apenas veinte minutos que forma parte de la película Capriccio all’italiana (1968), con producción de Dino de Laurentiis (¡cómo me gusta decir o escuchar ese nombre! ¡Dino de Laurentiis!) y la participación de otros directores de la talla de Mario Monicelli. Sí, el refrán ya lo dice, lo bueno si breve, como en este caso, dos veces bueno. ¡Buenísimo!
Primera decisión. Crucial. Además de Totò, integra el elenco uno de los actores fetiche de Pasolini, Ninetto Davoli, dueño de un estilo de actuación realmente indescifrable (aquí cabe la famosa pregunta: ¿es o se hace?), quien ya hiciera dueto con Totò en ese otro peliculón que es Pajaritos y pajarracos (1966). Y en “Che cosa son...” también se lo ve y escucha cantar a Domenico Modugno (famoso por temas como “Volare”, luego exitosamente versionado por los Gipsy Kings).
Más aciertos. El guión. Totò y Davoli son marionetas que esperan en un teatro el comienzo de la función. Los acompañan en fila otros tantos actores marionetas. Todos tienen brazaletes de los cuales salen unos hilos hacia arriba, desde donde los manipularán sus creadores. Se abre el telón y comienza una magnífica adaptación de Otelo, la tragedia de Shakespeare. Davoli hace del moro de Venecia y Totò del ponzoñoso Yago. Los movimientos de los actores acompañan esta idea de que son marionetas con gracia y soltura (bueno, esto último no es tan así porque en rigor están atados).
El neorrealismo también se hace presente cuando la cámara empieza a mostrar al público que está presenciando esta extraña función que no es precisamente de gala, a juzgar por la vestimenta de los espectadores, quienes todo el tiempo permanecerán a la vista. Es decir, en esta inmejorable fusión de cine y teatro no hay cuarta pared. La locación es perfecta. Un teatro de paredes grises apenas adornadas por una franja de un celeste bastante apagado, en donde no se visualiza puerta alguna, un ambiente cerrado, enfermizo, pero a la vez festivo y popular. El público tomará partido por Desdémona y Casio. Al principio, lo hará reaccionando con abucheos y gritos contra los planes de Yago, y luego, subiendo al escenario a la italiana (no podía ser de otra manera) para impedir el desarrollo del clásico final shakespeareano (Yago convence a Otelo, éste estrangula a Desdémona, su ruta).
Las marionetas ajusticiadas de Otelo y Yago son cargadas en la parte de atrás de un camión por Domenico Modugno, quien realiza estas acciones a la par que entona una bella canzoneta que compuso para la película con ayuda de Pasolini. Seguirá cantando melancólicamente mientras conduce el camión en dirección a un basurero, en donde dejará a las marionetas junto a otros desperdicios. Allí, con ese fondo miserable y marginal, Totò y Davoli mirarán al cielo y mantendrán un diálogo esperanzador que dará respuesta al acertijo planteado en el título: las nubes son maravillosas bellezas de la creación. Esta película también lo es. Por algo así vale la pena traicionar un método, volverse desmesurado, casi fanático. Ma queste son parole / e non ho mai sentito /
che un cuore, un cuore affranto...
“Qué cosa son las nubes” es el episodio dirigido por Pasolini del film colectivo Capricho a la italiana (1967) en el que compartió la realización junto con otros grandes como Mauro Bolognini, Mario Monicelli, Steno, Pino Zac, Franco Rossi y Mauro Bolognini. La historia de Pasolini es una revisitación de Otelo en clave teatro de marionetas. Martín Seijo dirige a la Compañía de funciones patrióticas en ¿Qué, cómo? Lunes a las 20.30, en el Teatro Regina/Tsu, Santa Fe 1235. Entrada: 50 pesos
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