Dom 29.07.2012
radar

FAN › UN ACTOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: WALTER JAKOB Y MOGAMBO

HIJO DE TIGRE

› Por Walter Jakob

Mogambo es mucho más que una película para mí. Mi papá la tenía en Súper 8 y la pasaba al menos dos veces por año. En aquellos tiempos todavía no existía el vhs y algunas películas clásicas podían comprarse para ser proyectadas en casa. Claro que el rollo que se compraba no contenía la película entera, sino un compilado de las mejores escenas, los highlights. Pero esto lo descubriría años más tarde. Para mí, Mogambo, en ese entonces, era esa cinta de quince minutos en la que Ava Gardner jugaba con el bebé elefante, la pantera negra atacaba a Grace Kelly y Clark Gable intentaba besar a Grace en la galería del bungalow con la tormenta arreciando afuera.

Mi papá era aficionado al cine. Tenía una cámara Bells and Howell de 16 mm y otra Canon Súper 8. Y proyectores para los dos formatos. Una vez al mes o cada dos meses se armaba “cine” en casa: ponía la pantalla, la familia se reunía y veíamos películas. El programa estaba dividido en dos partes: una primera, la más larga, en la que veíamos las películas que papá había filmado: películas de vacaciones, mudas en su mayoría, protagonizadas por nosotros, que papá se había ocupado de editar con su pequeña moviola, y una segunda parte en que veíamos las películas que había comprado –éstas, casi todas clásicos de Hollywood, estaban en súper 8–. Allí, entre Ben Hur y Singin’ in the Rain, estaba Mogambo.

La película transcurría en Africa, que era el continente de mis sueños. Africa era Marte para mí. Un Marte atestado de fieras salvajes, que desbordaban mi imaginación. Mi fascinación por el reino animal no tenía límites. Las paredes de mi habitación estaban colmadas de fotos de animales que mi mamá y yo íbamos consiguiendo: leones, cebras, zorros, gorilas, leopardos, ocapis... Y aquel que no estaba podía buscarlo en alguno de los 11 tomos de la enciclopedia Salvat de la fauna (los naranjas) que me pasaba horas mirando. Pero, por si esto fuera poco, había algo más... algo que más que expresar mi amor por los animales, lo determinaba, algo importantísimo: en mi casa, al pie de la escalera que llevaba a la terraza, colgaba sobre una pared, embalsamada, la cabeza de un tigre. Tigre que, para terminar de instaurar el reino de la fantasía en mi mente, mi mamá decía que había cazado mi papá.

Mi papá nació en 1922. Cuando yo nací, él ya tenía 53 años. Y había vivido la mayor parte de su vida. Era pelado y panzón. Y se parecía muy poco a quien había sido. Sus fotos de juventud, aquellas pocas que en su momento yo había podido ver, en las que aparecía con un bigote similar al de Clark Gable, no lo representaban, o mejor dicho, no representaban la imagen que yo tenía de él. Esa larga vida que mi papá había tenido antes de mi existencia, antes de decidirse a formar una familia, era para mí un misterio, que los relatos de sus aventuras (ficticias o reales) sólo se ocupaban de agigantar.

El parecido de los bigotes, los relatos de sus aventuras y la cabeza de tigre hicieron que yo transformara el clásico de Hollywood en una película hogareña familiar. Para mí Mogambo empezó a ser una película en la que actuaba mi papá, de joven, en el Africa profunda, rodeado de bestias salvajes y acompañado por las dos mujeres más bellas del mundo: la princesa de Mónaco (Grace) y Ava, que bien podían representar en espíritu a las mujeres de mi familia. Mogambo, así fragmentada, era la pantalla blanca sobre la cual yo podía proyectar mi propia película familiar.

Mi papá murió en el año ’93, cuando yo tenía 18 años. Poco después empezó a despertarse en mí la pasión cinéfila y me enteré de quién era John Ford. Me volví loco con Más corazón que odio, El delator y Quién mató a Liberty Valance y volví a ver Mogambo varias veces, con una actitud más sensata, pero sin perder nunca algo de esa primera sensación de encantamiento y familiaridad. Disfruté de la historia, que hasta ese momento no me había importado en absoluto. Admiré la ecuación hollywoodense, tan obvia como efectiva, del triángulo amoroso con telón de fondo exótico, esa historia de pasiones desatadas en esa tierra primitiva, elemental. (Mogambo significa pasión en swahili, me explica Google.) Y claro, me dejé obnubilar por Ava Gardner y Grace Kelly de nuevo. Por la belleza despampanante, graciosa y americana de Ava y la contenida, fría e inglesa de Grace.

Años más tarde, nos juntamos con Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu (dos fans de la cabeza de tigre que hoy cuelga un poco apolillada en mi habitación) a discutir y sugerir escenas de la que sería la nueva película de Mariano, actuada por los tres: Historias extraordinarias. Mariano nos había dicho a Agustín y a mí que podíamos pedir lo que quisiéramos para nuestras historias. Así que yo, sin pestañear, pedí tener una escena con algún felino salvaje. Mariano no sólo escribió la escena del león moribundo, El Coronel, sino que me llevó a filmar a suelo africano... Mogambo.


Walter Jakob codirige con Agustín Mendilaharzu La edad de oro (viernes a las 23.30, en El extranjero, Valentín Gómez 3378) y Los talentos (miércoles a las 20.30 y sábado a las 23, en ElKafka, Lambaré 866). Además, actúa en No soy un caballo, de Eduardo Pérez Winter, los miércoles a las 21, en Silencio de negras, Luis Sáenz Peña 663.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux