FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: JAVIER LECUMBERRY Y “PARA IR”, DE ALMENDRA
› Por Javier Lecumberry
Veía todo tal cual lo planteaba Spinetta en “Para ir”. En esa época vivía con mi abuela, tenía el disco Almendra II en casete, lo escuchaba en uno de esos grabadores que vos apretabas eject y el casete salía como una escupida al ojo. Y así veía la vida: como aparece en “Para ir”. Veía la avenida, con todo el placer que eso me daba. La luz, la llegada del día, la historia de que, en un mundo sencillo, uno puede transitar en paz, tranquilo. Me daba mucha seguridad, porque podía pensar que cualquier plan estaba bien si uno se podía calmar y sabía contemplar. La letra dice: Siéntate a ver el día / mira qué gusto da ver entrar el rayo / donde empieza la avenida. Habla del acto natural de la contemplación. Y es encantador. También dice: No lleves ni papeles; / hay tanta gloria allí, que al final / nadie tiene un sueño sin laureles. De alguna manera, te proponía que te tranquilices, que no había que ser un superhéroe para tener una vida. Solamente con sentarte a mirar y entenderla alcanzaba.
Yo era muy pendejo en ese momento, tenía 16 años. Todo esto que cuento sucedía en San Antonio de Padua. Hasta los 18 años viví en el Oeste. Escuchábamos mucho Spinetta con un amigo, Gabriel Culetta. Y eso significa que pasaba un montón de horas de mi vida dedicadas a meterme en su música. Tratando de parecerme a las cosas que decía, je. O por lo menos intentaba pensarlas desde ese lugar. Porque su música tenía algo mágico. Alma de diamante, Kamikaze, son todos discos espléndidos. Básicamente me atraía su poética y su calidad sonora, cómo se escuchaban su guitarra y su voz: era muy destacado, muy delicado. Siempre escuché Spinetta: desde los once años. Lo descubrí a partir de algunos compañeros de escuela y de un primo, que tenía discos suyos y de los Beatles. Spinetta fue muy importante en mi adolescencia: un artista de cabecera. Me atraía su poesía. La ternura de canciones como “Muchacha (ojos de papel)”, “Durazno sangrando”, que son como cuentos para niños. Y después cosas más complejas, cuando me fui poniendo más guarrito, ya de adolescente. Así fui descubriendo que, por ejemplo, uno no sólo podía cambiar de estado girando en círculos y mareándose. Los estados mentales podían cambiar de otras formas...
Lo fui a ver muchas veces, pero la primera vez me acuerdo que estaba quebrado. Fue en Casa Padua, a tres cuadras de mi casa, en la calle Independencia. Estaba presentando Alma de diamante con Spinetta Jade. Y él tocó sentado porque, según dijo, se había fracturado la pierna jugando al ping pong. Estaba entusiasmadísimo antes del recital, nos habíamos juntado con unos amigos y estábamos locos porque íbamos a ver al Flaco. Era un encanto de persona y de artista. Un ser humano con una calidad enorme. Un tipo tan familiar, tan querendón, tan amable, que enseguida logró que estuviéramos todos con todos: integró al público de una forma increíble. Y nosotros lo escuchamos atentamente, toda la noche. Lo que más me impresionó es que eran bellísimas todas las canciones de Alma de diamante. En vivo sonaban espléndidas: se parecían mucho al disco. Mi imagen de esa noche es el Flaco tocando sentado porque se había quebrado jugando al ping pong.
Lo escuché, comprando todos sus discos, hasta Privé o Téster de violencia. Después vino la adolescencia y me enganché con otras cosas, como The Cure, U2, Pixies o Depeche Mode. Pero esa canción, “Para ir”, tiene que ver con los orígenes. Y con ese momento de mi vida, cuando había decidido irme a vivir con mi abuela. Estaba en plena búsqueda, tratando de encontrar mi personalidad, de saber hacia dónde iba a ir, qué iba a hacer. Supongo que todas esas preguntas quedaron marcadas por la calidez, la sencillez de “Para ir”. Y con su enseñanza, también: descubrir que hay una vida; que es lindo contemplarla; que el devenir es importante; que no hay que trabajar por una cosa ególatra ni para descollar; que hay que estar tranquilo; que la vida se manifiesta todo el tiempo y uno tiene que saber mirarla, porque si no la realidad te desborda. Eso es lo que veo desde acá, pero no sé qué pensaba yo en ese momento. Me imagino que, desde algún lugar, “Para ir” me acompañaba y me daba una salida, una forma diferente de ver el mundo.
Para mí Spinetta significó mucho: como un libro querido, una persona a la que consultar, un artista que elijo para poner mi tiempo de espectador y disfrutar de una obra bella. Una persona que se preguntaba cosas interesantes. Tenía reflexiones muy profundas sobre muchos temas. “Para ir” me sigue conmoviendo: me parece brillante. Siéntate a ver el día / mira qué gusto da ver entrar el rayo / donde empieza la avenida: es simplemente eso. Y es un verdadero gusto tener el tiempo para ver esas cosas. Ahí es donde sucede el acto: una persona contemplando. Como quien mira, por ejemplo, un árbol y ve el fruto. Y entonces piensa: “Bueno, tuvo que llover, alguien lo tuvo que cuidar. Y si nadie lo hizo, la naturaleza igual le dio la oportunidad de dar su fruto. Y yo veo este fruto, que tiene un tiempo. Y me lo voy a comer”. Está bueno poder detenerse y observar lo que te rodea con esa perspectiva: tiene que ver con la vida misma. Si no, uno anda como un bólido al que nada le importa. Para mí es una fotografía muy amable que el Flaco te diga: Siéntate a ver el día/ mira qué gusto da. Te está diciendo: “Tranquilizate. Mirá qué cosa bella”.
Javier Lecumberry es cantante y tecladista de La Doblada y tecladista de Skay Beilinson. La Doblada presenta su nuevo disco, Geografía under, el viernes 23 a las 22.30 en Imaginario Bar (Bulnes y Guardia Vieja).
“Para ir” fue incluido en el segundo disco de Almendra, Almendra II, de 1970. Editado originalmente como un doble vinilo –toda una rareza para la época–, el álbum vino a cerrar la primera etapa de una de las bandas fundacionales del rock argentino. El tema “Para ir” estaba inspirado en Cristina Bustamante, la misma musa de Spinetta a la hora de escribir “Muchacha (ojos de papel)” y “Blues de Cris”. De hecho, las líneas de “Para ir” que dicen quiero que sepan hoy qué color es / el que robé cuando dormías tienden un puente imaginario con “Muchacha...”, una referencia a aquel Cuando todo duerma te robaré un color.
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