FAN › UN DIRECTOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA. ALFREDO MARTíN Y EL INQUILINO, DE ROMAN POLANSKI
› Por Alfredo Martin
La película que voy a elegir es El inquilino de Roman Polanski. Combina el cine de terror, el drama psicológico y el humor negro, además de una cierta comicidad bizarra. No fue su mejor film y en su momento fue un fracaso de taquilla, pero con el tiempo se convirtió en una película de culto, quizá porque su protagonista es el mismo autor.
Un día fuimos al cine con mi hermana, yo tendría poco más de 20 años, dos más que ella. Ya estábamos mudados a la casa nueva y yo había empezado a estudiar medicina. No era una salida común para nosotros ir juntos al cine; creo que la propuse buscando compartir una experiencia distinta. El Cine Colón era la única sala que quedaba en la ciudad de Corrientes, las otras habían cerrado sus puertas por falta de público. El hecho es que éramos muy pocos los espectadores ese día y la película de Polanski nos perturbó profundamente, al punto de quedarnos paralizados de miedo en la butaca.
En ese entonces yo aún no sabía que la psiquiatría y el psicoanálisis serían dos de mis profesiones. Ya en casa, no pudimos conciliar el sueño por más que contáramos ovejas, nos tapáramos hasta la cabeza o pensáramos en algo lindo. Perseguidos por extrañas percepciones e imágenes acústicas de pasos y cuchicheos amenazadores, cuya naturaleza intentábamos investigar, nos torturamos durante horas y no pudimos pegar un ojo. Finalmente, agotados, nos fuimos a esperar el día en la cocina, acabando con los restos de un exquisito pastel de zapallo, especialidad de mi madre. No diré que ésa fue la única razón, pero jamás volví a ir al cine con mi hermana.
La película narra la historia de un ruso con ciudadanía francesa que alquila un cuarto en la ciudad, cuya inquilina anterior se había suicidado y se hallaba agonizando en el hospital. Este hombre poco a poco se va enfrentando con los vecinos de la casa y al mismo tiempo “se ve llevado” a tomar el lugar de la mujer, feminizándose. Sumido en una terrible paranoia, termina solo y desesperado.
Hasta los 18 años viví con toda mi familia en una casa antigua y enorme que alquilaba mi padre. Quedaba en el límite de la ciudad, en una zona despoblada y con un fondo abierto, adonde había que salir de noche para ir al baño. Lo hacíamos corriendo y uno de nosotros se quedaba de guardia en la puerta de la casa. Mis hermanos y yo teníamos mucho temor porque siempre se escuchaban ruidos por la noche, sobre todo al pasar por las puertas altísimas de una habitación a otra, cuyos techos habían sido descendidos por extensos cielorrasos. Sentíamos como una suave ráfaga o un silbido sobre nuestras cabezas. Por esta razón, apenas oscurecía nos quedábamos juntos en el comedor, tratando de no andar solos por la casa. Acompañame al dormitorio, dale, nos decíamos a cada rato. Acompañame a la cocina y te doy esto y/o lo otro, proponíamos un poco nerviosos. Qué miedosos que salieron todos ustedes, nos decía mi madre, atribuyendo nuestro temor a una especie de debilidad constitucional.
Como era una casa demasiado grande, una segunda familia había alquilado el sector derecho, separado por tabiques o algunas puertas clausuradas. La vida de esos vecinos paraguayos formaba parte de nuestra intimidad, podíamos intuir todo lo que hacían aun en el silencio más estricto, aunque de a ratos hablaban en guaraní. A veces nos acercábamos y apoyábamos las orejas sobre esas divisiones para indagar un poco más. Mi madre me pilló una vez espiando por la hendija de una de las puertas selladas y me miró tan seria que salí corriendo. Ese mismo fin de semana pidió ayuda a mi padre y apoyaron un gran ropero sobre la misma puerta, como una medida para atemperar “el bullicio de la vida de los otros” y anulando así mi precario observatorio pulsional.
En la película, el hombre se la pasa vigilando los pasillos por la noche, observando la actividad de los otros habitantes de la casa, mirando el patio interior y controlando todos los movimientos de sus vecinos, a quienes se los muestra en escenas bizarras donde comen, bailan, juegan incluso con una máscara diabólica. En un momento hay una pelota que rebota, apareciendo y desapareciendo ante la cámara, y de repente se convierte en la cabeza desgarrada del protagonista separada del cuerpo y exageradamente maquillada. Allí la imagen se detiene un instante y a mí me hizo acordar a la cabeza de Loli, una vecina loca que vivía frente a mi casa vieja. Nosotros sabíamos que esta chica se arrancaba abundantes mechones de pelo cuando tenía alguna crisis, y estaba casi pelada, pero ella siempre se paseaba por nuestra vereda cubierta con una peluca llena de ondas y maquillada como una puerta. En otra escena, el hombre está muy enfermo y cuando consigue llegar por fin al lejano baño común, observa hacia la ventana de su cuarto, que está justo enfrente, y ve a su doble espiándolo a través de unos binoculares.
Con nuestros vecinos la relación fue deteriorándose con el tiempo y lo que en un momento era amabilidad, respeto y apacible convivencia, derivó primero en ruidos molestos y malentendidos y luego en comentarios enojosos terminando en franca hostilidad.
En la película, los vecinos le reclaman al protagonista por el nivel de los ruidos que se escuchan por las noches y éste no entiende de qué le hablan. Avanzada la trama, el joven se despierta sobresaltado y con manchas de sangre en las ropas. Luego de buscar la causa se mira al espejo y advierte que le han quitado un par de dientes de su boca, su expresión mutilada recuerda la de la mujer que vivía antes en el cuarto. Inmediatamente escucha ruidos de pasos que parecen acercarse y corre la traba de la puerta de entrada y arrastra varios muebles contra ella. En la última parte, una mezcla de siniestro y de comicidad absurda, el protagonista, totalmente travestido, se arroja por el mismo agujero del patio interno que usó la mujer para suicidarse y como no logra quitarse la vida, vuelve a subir los cinco pisos, calzado con unas plataformas enormes y perseguido por los vecinos que intentan calmarlo/retenerlo. Otra vez arriba, se vuelve a arrojar brutalmente desde su cuarto, ni la policía puede impedirlo, y queda agonizando en el mismo hospital del principio. Años después, cuando ya empezaba a estudiar a Sigmund Freud, leí Las memorias del doctor Schreber, de su brote y de su experiencia al sentirse la mujer de Dios y descubrí otro concepto no menos interesante, llamado compulsión a la repetición.
Un día de aquéllos, cuando por fin nos marchamos alegremente a nuestra propia y nueva casa, el último día de la esperada mudanza, vino el dueño de la inmensa propiedad y empezó a recorrer las habitaciones. Contaba que en cada una de ellas se habían matado algunos de sus tíos y hermanas, ahorcándose con la araña en un caso, cortándose con el espejo de un viejo ropero en otro, o bien tirándose del techo, etc. Hicieron sacar todos los viejos cielorrasos, debido a unas goteras que los arruinaron, y descubrieron en esos huecos altísimos, muchísimos nidos de murciélagos.
Nunca más volví a entrar en la casa vieja, aunque a veces la veo de paso cuando viajo hacia Corrientes. Aunque está muy venida abajo, todavía encierra el misterio de nuestros terrores infantiles y, de un modo más remoto e inconsciente, mi fuerte identificación con la película de Polanski.
Le locataire (1976), conocida en castellano como El inquilino, es el tercer film de la llamada “trilogía de apartamentos” y algunos lo consideran como una mezcla entre Repulsión y El bebé de Rosemary. Muy apreciado por sus fans, muchos lo consideran el mejor de su filmografía, aunque en su estreno supuso un sonado fracaso. En esta película, su director, Polanski, interpreta el rol principal, el de Trelkovsky.
Alfredo Martín protagoniza La música del azar, de Paul Auster, con dirección de Gabriela Izcovich. En el Samsung Studio, de jueves a domingos a las 21 hs. También es el responsable del texto y dirección de Lo que llevo de ausencia, basado en el cuento “A la diestra” de Haroldo Conti. Todos los sábados a las 20.30 hs. en Teatro del Borde, Chile 630. En abril estrenará Mujeres que no duermen, espectáculo basado en diferentes poetas rioplatenses (Pizarnik, Di Giorgio, Ocampo, Storni, Bordelois y Vilariño, entre otras) en la Scala de San Telmo.
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