FAN › UNA ARTISTA PLáSTICA ELIGE SU OBRA FAVORITA: PAULA OTEGUI Y MY COMPLEMENT, MY ENEMY, MY OPPRESSOR, MY LOVE, DE KARA WALKER
› Por Paula Otegui
Allí donde se produce el fortuito encuentro de una sombra oscura en el abismo de la noche, cuando no sabemos qué parte es verdad y dónde empieza la fantasía, Kara Walker me dio la bienvenida a sus paisajes.
Dormí y desperté sobresaltada, sentía miedo, frío, “el peligro cerca, una presencia oscura que se acercaba sigilosamente, al abrir los ojos creí verla por unos segundos. Intenté seguir durmiendo, pero estaba angustiada y escuché ruidos que venían de alguna parte. Atravesé muy rápido la oscuridad de la casa, entré a otra habitación, cerré la puerta y prendí la luz: el salón era enorme y circular, me abarcaba y me hacía parte del drama, dejé de ser sólo una simple espectadora. Un gran escenario cargado de viñetas se revelaba como un teatro de sombras con formas homogéneas e identidades secretas, como apariciones en contraste con algo que les permitía emerger, recortándose en el espacio.... Así como se inscriben las letras en el papel cuando escribimos, quedando tatuadas negras en el blanco de la hoja.
Ya no estaba sola, tomé conciencia de lo humano en constante fluir, todos ellos parecían estar moviéndose permanentemente, algunos bailando la danza macabra de la época medieval y otros flotando por los cielos como Peter Pan.
Pero esos seres venían a cantar su propia canción, de manera descarnada y con un tono cómico, sembrando dudas e incertidumbre, amos y esclavos, dominados y dominadores, estableciendo una relación de fuerzas comunitarias y en constante lucha.
La luna tenebrosa, el humo saliendo de la chimenea y los estereotipos raciales me llevaron directamente al lugar donde Scarlett O’Hara y Linda Brent vivieron, en alguna mansión del sur de Estados Unidos, a mediados del siglo XIX. ‘Nosotros salimos de la sombra. No teníamos derechos y no teníamos gloria, y justamente por eso tomamos la palabra y comenzamos a relatar nuestra historia’, parecían gritar en palabras de Michel Foucault.
Detuve la mirada en la chica/fuente, la vi como un objeto de deseo. Otra arrastraba una carreta pesada, como si llevara todo su mundo a cuestas. Allá lejos aparecía la casa donde seguramente otras historias se superponían. Un hombre abordaba a otro intimidándolo, un señor con traje de levita levantaba de la nariz a un niño socavando su humanidad, al igual que hacía una señora sacudiendo una niña/muñeca.
La naturaleza agregaba sensualidad a los relatos y el erotismo de algunas escenas me causaba atracción y repulsión al mismo tiempo, esa sexualidad violenta resultaba inquietante.
Alguien quería contarme su propia historia y yo no pude dejar de pensar también en la mía, como si ‘las fuerzas telúricas’ se apoderaran de mis huesos.
¿Es que hay acaso un llamado de la tierra, lo ancestral, lo arquetípico, eso que nos conforma y que a veces desconocemos nos tironea desde alguna parte? Sí, definitivamente. Pensé en mis orígenes y en las personas cuyos relatos armaron mi propia genealogía, y en tantas cosas que imaginé como verdaderas... habitaciones, rostros, cosas, ideas, voces. Esas historias se volvieron imágenes, se transformaron en ficciones al reconstruir las narraciones, condensándolas en pequeñas escenas dentro de un gran escenario, donde todo es posible.
Sentí el vaivén del tiempo, pasado, presente y futuro interconectados allí, como barro sublevado.
Recordé algo de Borges que había leído hacía poco tiempo: ‘Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es: Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él’.
Atravesé la abertura, apagué la luz y cerré la puerta. Caminé hasta llegar a mi habitación. Ya estaba amaneciendo”.
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