FAN › UNA ARTISTA PLáSTICA ELIGE SU OBRA FAVORITA: JULIETA ORTIZ LATIERRO Y EL MURAL DE LA ESTACIóN PICHINCHA, LíNEA E, VISIONES DE PICHINCHA, DE RAFAEL CUENCA MUñOZ.
› Por Julieta Ortiz Latierro
Soy fan de aquellas obras de arte que fueron encargadas para decorar espacios o construcciones. Las encuentro por casualidad mientras camino o viajo por Buenos Aires. Gradualmente van desapareciendo y siempre me reprocho no haberlo impedido de alguna forma. Aquí voy a hacer el intento escribiendo sobre una de ellas.
Un ejemplo de este tipo de obras son los murales cerámicos presentes en estaciones de subte. Muchos de ellos fueron realizados en la técnica cerámica de tercera. Se la llama así porque, antes de ser armado el rompecabezas, las piezas pasan tres veces por el horno: la primera para bizcochar, que es cuando el barro se transforma en cerámica, la segunda para esmaltar y, la tercera, para fijar el motivo aplicado previamente por el artista. Así se obtiene una obra que puede soportar distintos tipos de agresiones y a la cual se le puede pasar un trapo húmedo sin que se altere.
Descubrí mi mural preferido en la estación Pichincha de la Línea E un día en que no fui a trabajar. El mural describe una vista de Pichincha, Ecuador. Hacia la derecha, junto a otras cumbres como la Loma de las Antenas, el Cúndur Guachana, el Rucu Pichincha, la Cruz Loma y el Fraile Encantado, donde se ubica el volcán Guagua Pichincha. Tanto esta pieza como la que se encuentra del otro lado de las vías fueron realizadas a partir de dibujos del artista español Rafael Cuenca Muñoz, en 1939. Está compuesto por doce hileras de ciento diez azulejos cada una. El cálculo sumaría un total de mil trescientas veinte piezas de catorce por catorce centímetros. Las diferentes zonas de color fueron dibujadas con líneas negras. Una ceramista me enseñó que esta técnica se llama cuerda seca, y que generar distintas tonalidades es una tarea muy difícil. Si bien en este caso vemos degradés, una de las características de los murales cerámicos son los campos de color. Pueden verse celestes, lilas, verdes y diferentes tipos de marrón, las gamas y tonalidades exactas de los azulejos que se utilizan para revestir baños. Está enmarcado por una guarda geométrica y lo acompaña, haciendo juego, un banco de plaza.
Lamentablemente, al igual que en otras estaciones, la obra está incompleta: hay varias piezas perdidas. Otros murales del subte sufren también un deterioro extremo y descuido. Por ejemplo en la estación Plaza Italia, donde encontré una parva de los azulejos desprendidos del mural, tirados en el piso. En la estación Boedo, mientras un Primaldo Mónaco descansa en plena oscuridad, la obra de Alfredo Guido está casi completamente tapada por un kiosco de revistas.
En su mayoría los murales subterráneos de la Línea E describen escenas del proceso de independencia latinoamericana. Pero este caso es la excepción: el paisaje de montaña no hace alusión alguna al enfrentamiento bélico del que fue testigo: la batalla de Pichincha. Allí, en ese mismo paisaje, el ejército independentista comandado por el mariscal Sucre venció a las tropas realistas. La vista panorámica, su gran escala, los diferentes planos y los cerros recortados dan la sensación de apertura en el muro o de trampa para el ojo.
Las formas de abordar esta imagen siempre cambian. Algunas veces lo vemos recortado por una ventanilla, a través de la puerta de un vagón, desde una extraña perspectiva y siempre por tiempo limitado. Me gusta el carácter escenográfico del mural y la relación que se genera con las personas que esperan, llegan o pasan por ese andén. Disfruto ver cómo un paisaje, desprovisto de monstruos, anécdotas y acciones, es habitado y así modificado momentáneamente, para luego volver a quedar desolado. Y lo que más me atrae es el encuentro absurdo y reconfortante con la naturaleza, luego de viajar aprisionados por un túnel.
Rafael Cuenca Muñoz nació en Córdoba, España, en 1894. En sus obras desarrolló un estilo con fuertes raíces en el costumbrismo. De formación autodidacta, en 1914 realiza una exitosa exposición, lo que le vale una beca de la Diputación Provincial de Córdoba para desarrollar estudios académicos en la Escuela de San Fernando, Madrid. Tras dos años de estadía en la capital, en los que tuvo ocasión de realizar algunos viajes al extranjero para conocer las tendencias artísticas del momento, vuelve a Córdoba, donde sigue pintando, preferentemente retratos. Fue director y propietario de la revista Centauro que, concebida como revista semanal ilustrada, contenía secciones sobre arte, literatura, deportes y toros. Posteriormente viaja a Huelva, donde trabaja como caricaturista en numerosos diarios y revistas, mostrando sus aptitudes satíricas. Tras la Guerra Civil, Cuenca Muñoz se exilia en Argentina. La mujer se convierte en protagonista de sus obras: majas, bailaoras, gitanas, se suceden en los lienzos del pintor cordobés. Su destreza como retratista le proporciona gran cantidad de trabajos, retratando a numerosos personajes de la vida social argentina. También cultiva el género del paisaje, centrado en su añoranza de la tierra andaluza. En la estación Palermo del subterráneo de la Línea D de Buenos Aires se puede contemplar un gran mural cerámico basado en una obra de Cuenca Muñoz titulado “La espera” e inspirado en Almería, España. Basados en bocetos del artista de 1939, en la estación Pichincha de la Línea E existen dos murales temáticos ubicados en sus andenes, instalados por la constructora Chadopyf. Realizados por Cattaneo y compañía, ambos murales muestran visiones de Pichincha, Ecuador. Cuenca Muñoz murió en España, en 1967.
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