SALí
Por Julieta Goldman
Según indica el Servicio Meteorológico, será una primavera lluviosa. Qué mejor que aprovisionarse de un buen paraguas o reparar alguno considerado baluarte familiar. Claro, uno está acostumbrado a suponer que es un objeto de fácil descarte. Pero, ¿por qué tirarlo tan rápido si Paragüería Víctor se encarga de restaurarle esa varilla rota, cambiarle una manija o vestirlo con tela nueva?
En una esquina del barrio de Boedo se esconde esta antigua paragüería atendida por su actual dueño, Víctor Fernández, hijo del legítimo dueño Elías Fernández, con muchísimos años en este oficio casi obsoleto. Desde el pasado 21 de septiembre, fecha exacta de su nacimiento, están de festejo corrido, ya que cumplieron su aniversario número 50. En sus inicios, el señor Elías ejercía su labor de forma ambulante, recorriendo las calles de Berisso y Ensenada al grito de “¡A los paraguas!”. Se comenta que hasta un loro de Berisso terminó repitiendo su voceo.
La variedad de paraguas que hoy ofrecen en el local es extensa y variopinta: de hombre, mujer y niños, plegables, pequeños, pintados a mano, de 24 varillas, manuales, automáticos, colección tango, de China, con vara de madera, y más. ¿Quién iba a pensar que podía existir tal cantidad de opciones? Es que hubo una época en que era un accesorio imprescindible para estar a la moda, pero hoy su uso es casi una antigüedad y hasta algunos lo consideran un objeto incómodo. Por último, bastones, sombrillas y abanicos completan la oferta de Paragüería Víctor, lo que hace que el local guarde una magia especial. Además conserva en su sótano el mismísimo taller donde la familia Fernández confeccionaba y reparaba viejos paraguas. Hoy, la gran mayoría son importados y cada vez entran menos clientes para pedir algún arreglo; quizás algún que otro nostálgico que no quiere desprenderse de su viejo y fiel compañero.
Paragüería Víctor queda en Independencia 3701. Teléfono: 4931-2625.
Por Natali Schejtman
Luis todavía se acuerda de cuando el sombrero era un furor obligado, época que coincide con la apertura de su local a la calle especializado en este accesorio histórico. Fue hace 64 años y la iniciativa tuvo que ver con terminar de asentar el oficio que había aprendido ante la urgencia económica familiar: “Nadie andaba en cabeza, la gente se vestía mejor que ahora. A la cancha, al hipódromo, a los espectáculos, siempre iban cubiertos”, comenta Luis. De hecho, todavía rige en la ciudad de Buenos Aires una de las simpáticas ordenanzas algo vetustas (con fecha en 1910) que explicita la prohibición de permanecer con el sombrero durante un espectáculo. Pero la moda de hoy no es la que era, y si lo sabrá Luis, que además menciona las aproximadamente treinta fábricas que existían antes —y exportaban sombreros asiduamente— frente a las pocas que subsisten hoy en día. Luis ahora manda a hacer a una de ellas los sombreros que diseña a pedido y a medida, pero también sigue confeccionando algunos ejemplares en el taller que tiene montado en la misma burbuja de tiempo que es su local, seguramente uno de los más antiguos todavía atendidos por su dueño y fundador, aunque este rubro tiene diversos exponentes añosos más o menos aggiornados y abiertos a los nuevos consumos, como Lagomarsino (que tuvo entre sus clientes a varios próceres) o la Casa Saslafsky. “Mi oficio es hacer sombreros de ciudad y sombreros de campo, boinas, distintos modelos”, dice Luis, orgulloso. De paso, sugiere una tendencia que lo alegra particularmente: “Ahora volvió un poco la moda de los sombreros. Lo veo incluso en la gente joven”.
Romer Sombreros queda en Riobamba 1056.
Abre de 10 a 14 y de 16 a 18.45 hs.
Casa Saslafsky: Sacalabrini Ortiz 514,
de 8.30 a 19 hs.
Lagomarsino: Tucumán 2345, de 9 a 18 hs.
Por N.S.
Para algunos, el mundo se ve redondo y chiquitito. Es el caso de Eduardo, que tiene décadas en el mundo de los botones, a tal punto que la declaración de matrimonio que le hizo a su esposa tuvo como protagonista a un botón tallado por él, a mano. “Decía: ‘Me tenés podrido, pero te amo’”, se ríe Eduardo, que continuó el oficio de su padre y dice haber nacido entre botones. Todo su local, El Rey de los Botones (que está por cumplir 40 años), está organizado en pequeños compartimentos blancos, señalizados por botones de diversos tamaños, colores, materiales; ejemplares realmente sorprendentes que harían babear a cualquier estudiante de diseño de indumentaria y afines. Datan de los años ‘60 y ‘70, y también de antes y después. La gran mayoría fue realizada artesanalmente por Eduardo, que tiene su máquina y su torno en el mismo local y hace una muestra in situ de cómo logra tallar un botón que tiene la forma de una perla, para darle efectos de luz y color.
Más enfocado hacia la venta por mayor, la Botonera Lavalle se remonta a los años ‘50, cuando todavía no tenía fabricación propia, y ahora está comandada por la segunda y la tercera generación. Daniel, sobrino nieto del fundador, vivió mudanzas y diversos cambios: “Tenemos hasta botones hechos en cuerno de vaca, de todo. ¡Estoy podrido de los botones!”, dice, entre risas.
El Rey de los Botones queda en Rivadavia 6283.
Botonera Lavalle queda en Pasteur 468.
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