SALí
› Por Martin Auzmendi
La Emilia Romagna, la casa de Ombretta.
“Esta es la mejor mesa”, promete Ombretta Lotti, señalando la que está justo a la derecha de la puerta de entrada, junto a la ventana. Sentado se ve el inmenso edificio de los extintos Talleres Canale, la barranca del Parque Lezama y la esquina que forman Martín García y Defensa, una de las fronteras entre Barracas y San Telmo. La Emilia Romagna parece un local perdido donde San Telmo se sacude de todos los turistas y recupera la calma barrial.
La historia del restaurante es la de su cocinera y dueña. Ella misma se encarga de dar cuenta de su vocación: “Los italianos amamos la comida. Aprendí de mi padre y de mi madre. Es que, en la cultura italiana, la cocina es cosa de mujeres y también de hombres”. Ombretta llegó a Buenos Aires hace más de seis décadas, cuando sólo tenía 6 meses junto con sus padres y su hermano mayor, arrastrando la misma pobreza con la que llegaron miles de inmigrantes de Italia. Su nombre significa “pequeña sombra” y sus padres lo eligieron por el personaje de la novela Piccolo mondo antico del escritor Antonio Fogazzaro, que descubrieron en la versión fílmica en los años en que Italia estaba atenazada en los combates de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque abrió hace dos años, Ombretta cocina desde siempre, sólo que antes lo hacía en su casa y en eventos para la comunidad italiana local. La carta llega en tres hojas tamaño oficio escritas en cursiva y fotocopiadas. Parecen arrancadas de anotaciones informales, un espíritu casero que se repite luego en la comida, servida de manera informal, rústica pero muy sabrosa. Hay ravioles de calabaza, espinaca y ricota, rellenos de berenjenas ahumadas y hasta de espinaca y morcilla. También tagliatelle, lasagna o capelette de jamón crudo y pollo, todo hecho a mano. Más opciones: polentina italiana con bolognesa, polpettinis con spaghetti y hasta goulash con spätzel. Todos platos que promedian los $ 45/50.
¿Qué hizo que Ombretta decida dejar la cocina hogareña y pasar a la comercial? “Mi hermano me puso este restaurante”, cuenta, y agrega que vivió muchos años lejos del sur de la ciudad, se mudó por temas personales y así descubrió toda esta zona que hoy le gusta mucho. “Es increíble que ahora estoy tan cerca de La Boca, donde hace 63 años desembarqué con mis padres y mi hermano”, dice mirando por la ventana del restaurante. Pero lo dice y enseguida vuelve a la cocina. Para seguir cocinando esos platos que honran a la tradición italiana en su versión más honesta.
La Emilia Romagna queda en Defensa 1803. Horario de atención: lunes a domingos mediodía y noche. Teléfono 4300-8086.
Rivas Café, múltiples vidas de una esquina.
En pocos años la esquina de Estados Unidos y Balcarce vio cambiar su fachada según los negocios gastronómicos que allí estuvieron. Esa esquina fue Nacional, luego Los Loros y ahora Rivas Café. ¿Y qué quedó de todo esto? Mientras que algunos lugares pierden encanto en ese trajinar de propuestas, este local está intacto, como un barco que navega a salvo del paso del tiempo. Su estructura es similar a la de otros bares y cafés históricos, como el Británico o Dorrego, pero mientras que estos últimos seducen con un clima bohemio, Rivas suma elegancia y una sofisticación clásica, sin perder la calidez barrial.
Finalmente, de la mano de su dueño Luciano Nazar, el lugar parece haber encontrado un destino duradero, a unos pocos metros de la furia del turismo que copa el barrio. Y aunque llegan extranjeros a sus mesas, son aquellos que quieren tranquilidad y agradecen el clima íntimo y relajado que se respira dentro. “Vienen todos los días los mismos”, cuenta Luján Speroni, encargada del lugar y atenta a la barra. Los días de semana y especialmente al mediodía almuerzan tanto vecinos como quienes trabajan en la zona, sumando un clima animado y bullicioso.
Rivas abre a tiempo completo: los que quieran desayunar encontrarán propuestas como macarrones, muffins, cookies y budines para acompañar el café de la mañana. Para los almuerzos ofrece un menú que por menos de $ 50 incluye principal, bebida y postre con opciones de platos donde deambulan pastas, carnes, pescado y ensaladas. La carta (promedio por persona de $ 100) ofrece tarte Tatín de cebolla morada y dátiles, huevos cocotte con salmón ahumado y estragón, ensalada de pato confitado, y también opciones populares como milanesa napolitana, ñoquis de papa o un sandwich de roast beef con mostaza Dijon y pepino. Otro de los atractivos es su propuesta de bebidas, con una buena selección de vinos que ofrecen en una de las pizarras colgadas de la pared, y completa carta de tragos con opciones clásicas a buenos precios, desde un Negroni o un Garibaldi hasta un Old Fashioned. Para acompañar, endivias con queso azul, tortilla de papas e hinojos gratinados con parmesano son algunas de las tapas que ofrece la cocina.
El mejor lugar para sentarse es tal vez la esquina de la barra, que invita a beber, comer y charlar. Mientras el día queda atrás y comienza la noche, todo cambia. Menos esta esquina, donde se escribe una historia que aún no termina.
Rivas Café queda en Estados Unidos 302. Horario de atención: martes a sábados de 9.30 al cierre; domingos de 9.30 a 20. Teléfono: 4361-5539.
La Popular, fútbol, barcos y misterio.
¿Por qué “La Popular”? ¿Es una definición ideológica o una referencia a las tribunas de los estadios de fútbol? Al cruzar la puerta de la esquina no quedan dudas: allí hay una real tribuna de madera pintada de rojo ubicada en uno de los lados del techo, como si uno estuviera por entrar y la viera desde abajo. Una de esas viejas tribunas que ya se han retirado de casi todas las canchas, la de los tablones que se curvaban y vibraban, que son parte de la memoria emotiva de tantos futboleros.
Los responsables del lugar son Ariel Almeyda y Diego Sicoli. Daniel cuenta que, en los años ’20, hubo un equipo llamado Los Bárbaros, que tenía su clásico con San Telmo, y que desapareció en un viaje que emprendió para jugar un partido en Uruguay. Misteriosamente el barco se encontró sin rastros de los futbolistas, en Cuba, un año después. “Conseguí fotos del barco”, sigue y promete ampliar la recuperación de la leyenda de aquel equipo de fútbol del barrio. Y todo eso tiene su eco en este lugar, todo se resume en los objetos que arman la estética del espacio, desde la tribuna pintada de roja al frente de un telégrafo de barco pasando por el chapón del escudo del club.
Pero el nombre no sólo es un guiño deportivo. Este restaurante reivindica también el espíritu popular de cantinas y bodegones, y el lugar elegido no podía ser mejor: la Avenida Caseros, uno de los más lindos boulevards de la ciudad. Recortada de la muchedumbre que se concentra en Defensa y la Plaza Dorrego, Caseros conserva un clima bohemio enmarcado por edificios de estilo, en una mezcla que fascina a extranjeros y locales por igual.
El local guarda intacta su estructura, con columnas de hierro, ventanas de madera para acodarse a beber, colección de botellas antiguas, una gran barra en el centro para acercarse a tomar un vermú, pingüinos para el vino de la casa y hasta lamparitas colgando del techo. La cocina es otro acierto de la propuesta, con opciones diarias que el camarero lleva escritas a mano en papelitos clavados en una tabla para cortar carne, incluyendo ejemplos como bondiola, bife de chorizo, pastas caseras. Sobre la barra, una gran pizarra anuncia los platos fijos: milanesa napolitana, macarrón con tuco y pesto, paella valenciana, molleja al verdeo, pollo a la portuguesa, cordero braseado, rabo de toro, rabas, bondiola a la sidra, entre otros. Cada plato ronda los $ 50 y resume la cocina popular. Aquella que es parte de la historia porteña.
La Popular queda en Av. Caseros 500. Horario de atención: lunes a jueves mediodía; viernes y sábados mediodía y noche.
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