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› Por Cecilia Boullosa
Un, Dos, Crêpes: para comer al paso
Sorpresas da la vida, ay Dios. Eso podría estar pensando el bretón Ludovic Casrouge, quien en pocos años pasó de ser un joven y promisorio economista en la Bolsa de París a vestir un delantal de cocinero para atender su crepêrie a 11.000 kilómetros de distancia, en el centro de Buenos Aires. A los 30 años colgó la corbata y decidió irse de viaje nueve meses por Sudamérica. Dos países le gustaron en particular: Colombia y Argentina. Finalmente, el romance con una local lo decidió a mudarse en agosto de 2010 e instalar su negocio aquí, que abrió hace menos de un año. Además de haber nacido en Bretaña –la provincia de los crêpes–, Ludovic se entrenó en el oficio en París y en el Museo Evita, donde confeccionó la carta de esta especialidad francesa.
Un, Dos, Crêpes está diseñado según la modalidad “para llevar”. El ambiente es sencillo y, si bien hay una barra con taburetes, éstos están dispuestos para la espera –que igualmente nunca es mucha– y no para comer en el lugar. La gracia consiste en observar cómo Ludo, con maestría autóctona, prepara el plato de la casa sobre las placas de hierro fundido que le permiten hacer un crêpe tan fino como los que se estilan en Francia.
Según cuenta, ganarse el paladar de los oficinistas porteños no es fácil. “Hay gente que pasa 20 veces por la puerta y no entra”, cuenta. Para vencer la resistencia de quienes están acostumbrados a almorzar siempre lo mismo, un pebete de jamón y queso o una ensalada, cada tanto organiza degustaciones en la misma puerta o lanza ofertas irresistibles: el 2 de febrero, día del crêpe en Francia, todo salió 50 por ciento menos. El local se llenó. Billetera mata pruritos.
Hay 25 variedades de crêpes dulces y salados. Un desayuno nutritivo puede consistir en un delicado crêpe de limón, azúcar y miel ($14) acompañado con un licuado de manzana, cereales, leche y miel ($14). Para los que quieren algo más contundente, una alternativa es el de chocolate caliente y peras salteadas ($20) o el que viene con nutella.
Entre los salados, se destacan el Indian crêpe (pollo con curry casero y suave), a $28, o el clásico completo con jamón, queso y huevo a $22. Ludo se permite jugar con los ingredientes y sabores porteños: en invierno incluirá un “un choricrêpe” y también sumó una opción caprese, con buena aceptación. Como se ve, los precios son muy competitivos; sumado a que los crêpes son grandes –40 centímetros–, pero no pesados, Un, Dos, Crêpes es una buena opción para variar, con un toque de glamour francés, la monotonía del menú oficinesco.
Un, Dos, Crêpes está en Perú 424, San Telmo. Teléfono: 4331-3132. Horario de atención: lunes a viernes, de 9 a 18.
La Maison, el reino del caracol
En general, los prejuicios porteños contra la cocina francesa son: 1) es muy cara y 2) es muy formal y circunspecta, incluso anticuada. La joven empresaria Fleur De Villeurs quiso echar por tierra estas ideas, creando un espacio desestructurado y juvenil, con precios que no se van por las nubes y con camareras sin uniforme y sin protocolo de servicio. Es decir, intentar que La Maison (“la casa” en francés) haga honor a su nombre y se parezca más a un hogar que a un restaurante. Y lo está logrando.
“Están los que entienden la idea y se sienten cómodos; y los que no. Pero esto era lo que tenía ganas de hacer”, dice Fleur, dueña y alma de casa, quien se fascinó con Buenos Aires (“los espacios verdes, los barrios como de pueblo”) durante unas vacaciones y poco tiempo después decidió mudarse. Sin experiencia previa en restaurantes, sabía de cocina lo que había aprendido de su familia y de su región, Lyon, cuna de la gastronomía francesa y de chefs célebres como Paul Bocuse. El resto fue camino al andar y muchas ganas de que las cosas salieran bien.
Ubicado en lo que era una típica casona de Palermo de techos altos, tiene tres espacios diferenciados. Un antepatio con mesas bajas y sillones, una galería calefaccionada y un salón con una imponente barra armada con maderas de demolición. El estilo es austero y elegante, con muy pocos ítems que sobresalen. Tal vez el más peculiar sea una minicolección de cráneos de vacas, que la dueña se trajo en la valija y hoy decoran los rincones. La presencia de animales no termina allí: el símbolo de La Maison es el caracol (“porque a los franceses nos encantan y porque llevan su casa encima, como yo”, explica Fleur), plato que de tanto en tanto los comensales tendrán el placer de encontrar en carta bajo el nombre de escargots.
Y si no hay caracoles, buen reemplazo es el canard (pato con salsa de naranjas y vegetales acaramelados) o las ris de veau aux morilles; en criollo, mollejas y hongos morillas con puré de papas. Entre las entradas sobresale el fondant de camembert, y para el final, el trío de crème brûlée, con una versión natural, una de maracuyá y una última de caramel de manteca salada. La carta de vinos está compuesta por bodegas chicas, en su mayoría mendocinas, como Urraca, Sottano y Carmelo Patti. Precio promedio de la cena: 150 pesos. Sin ser un regalo, es similar a lo que cuesta cualquier otro lugar del barrio.
Los fines de semana la casa abre durante el día para servir el brunch. Y los jueves siempre se arma tertulia, con lecturas de poesía y música en vivo. Como dice La Marsellesa: allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!
La Maison está ubicado en Honduras 5774, Palermo. Teléfono: 3979-2970. Horario de atención: martes a domingos, de 18 al cierre; sábados, de 13 al cierre; domingos de 12 a 20.
Le Bistrot, emblema de la Alianza
Para llegar a Le Bistrot hay que seguir ciertas instrucciones: entrar a la sede de la Alianza Francesa en avenida Córdoba, subir una escalera en forma de caracol hasta el primer piso, meterse en un largo pasillo que indica Patio de los Idiomas y, recién al final del túnel, doblando a la izquierda, llega la luz: un lindísimo y diminuto salón Belle Epoque, en lo que antiguamente era un jardín de invierno. Lo más impactante, además del restaurado piso de venecitas con detalles de flores y las boiseries, es un enorme vitral que le da carácter al ambiente y recuerda el pasado de petit hotel (construido en 1912 por la familia Castex) del edificio. Para no sobrecargar y acentuar la propuesta informal de Le Bistrot, las mesas y sillas son de estilo moderno.
El local funciona por concesión y desde hace cinco años su responsable es Patricia Courtouis. Como el objetivo último es difundir la gastronomía francesa, no sólo recibe alumnos de los distintos cursos de francés, sino que está abierto al público. La carta del mediodía (a la noche no abre) es muy breve, y se anuncia cada día en una pizarra. Se puede optar por el menú ejecutivo (principal, postre y bebida a $55) o elegir alguno de los clásicos de la carta, que varían entre platos de la cocina francesa, porteña y algunas étnicas, como la india. Algunas opciones otoñales: la soupe á l’oignon ($30), servida en una vasija profunda que mantiene el calor de las cebollas caramelizadas. Una señora sopa, sacia y alimenta, funcionando como un buen principal. Otro punto alto del menú es la croque madame ($30) en pan de brioche, coronada con un huevo frito, a la usanza gala, o los quiches, también a $30. Un detalle importante, y algo penoso: como se trata de una escuela, no se vende alcohol.
Como buen francés, el hincapié en Le Bistrot está puesto en la pastelería, que se puede disfrutar en el salón o comprar para llevar. Hay buenos canelé de Burdeos ($8), mini kuglof con almendras ($12), galletas de avena ($5) y bizcochuelos de yogur ($12). También crème brûlée, con capa crujiente y cremosa en su interior, la siempre efectiva tarta tatin y, cuando hay cerezas, el tradicional clafoutis, todos a $15.
Lo mejor de Le Bistrot se deduce del primer párrafo. Si entrar para uno es intrincado, lo mismo les sucede a los ruidos y bocinazos, que se quedan estrictamente afuera. A metros de la 9 de Julio, es posible comer en un ambiente sereno y luminoso, aislado del trajín afiebrado del microcentro.
Le Bistrot funciona en Av. Córdoba 946, primer piso. Teléfono: 4322-0068. Horario de atención: lunes a viernes, de 9 a 19.
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