Dom 16.06.2013
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A comer a restaurantes centenarios

› Por cecilia boullosa

Encanto de extrarradio

El Puentecito y sus aires de fonda

Los 140 años de historia de este bodegón de Barracas saltan a la luz en esa esquina sin ochava y locación excéntrica. En tiempos de polos gastronómicos y de apuestas sin gran riesgo, ¿a quién se le ocurriría abrir hoy un restaurante en un paraje tan desolado y fabril (sobre todo por las noches), a pasos nomás de la mancha negra del Riachuelo? El Puentecito tiene así el encanto del extrarradio, con esa esquina que casi se cae de la Capital y acaricia el conurbano. Y también de lo atemporal, de lo que no pasa de moda porque nunca lo estuvo.

Hay que tomar la decisión de ir hasta El Puentecito y hay que hacerlo por lo menos una vez en la vida. El lugar es tan porteño como la tira de asado de casi medio metro para compartir, uno de sus platos insignia. O como su suprema a la Maryland, también para compartir. De hecho, todo es para compartir: una montaña de papas fritas cortadas casi paille, banana madura empanada y frita, suprema generosa, morrón, jamón y una salsa de choclo aparte ($74). O como su flan mixto, famoso más allá de las fronteras del barrio. Cualesquiera de estos platos son una vía de entrada a la esencia de este bodegón.

El salón alargado ocupa casi media cuadra y se divide en dos espacios. Dicen que el de la izquierda está reservado para los choferes de la línea 12, cuya terminal está ubicada enfrente. La decoración es chapada a la antigua: revestimiento de madera en las paredes –repletas de fotos en sepia y viejos recortes de diarios–, sillas Thonet y la bandera gallega blanca y celeste plantada a la par de la española.

Volviendo a la carta, en días de frío, cualquiera de sus sopas ayudan a entrar en calor. Puede ser una que remita a la infancia como la de cabellos de ángel ($15) o una de batalla como la Pavesa ($20), que en un mismo pote reúne vegetales (el caldo), proteínas (un huevo poché) e hidratos (trozos de pan con salsa de tomate).

Hasta 2010, El Puentecito mantuvo la costumbre de estar abierto las 24 horas. El full-time ya no corre más, y son muchos los que aún lo lamentan, pero por suerte el horario sigue siendo bastante amplio y generoso: entre las 6 y la 1 de la mañana, cualquier día de la semana, uno puede cruzar la vieja puerta para encontrar un restaurante que, en lugar de tachar días en el almanaque de su historia, tacha siglos.

El Puentecito queda en Luján y Vieytes, Barracas. Teléfono: 4301-1794. Horario de atención: todos los días, de 6 a 1.


Alta cocina y caballos

La París del Hipódromo

Al Hipódromo de Palermo se va a apostar por caballos de nombres excéntricos, incomprensibles o graciosos. También, a meter centavos en las máquinas tragamonedas o a jugar a la ruleta, pero... ¿a comer? Sí, a comer. Entre los ocho restaurantes y confiterías que tiene el predio, la más linda y antigua es La París, inaugurada en 1912, cuando Buenos Aires se proclamaba la Ciudad Luz de Sudamérica. Se levanta muy cerca de donde se hacen las rondas de exhibición antes de cada carrera, y lo primero que se destaca es su arquitectura. El estilo es afrancesado y neoclásico, como el de la Tribuna Oficial, y ambas fueron declaradas patrimonio histórico de la ciudad. Una vez en el interior, el estilo se mantiene aunque con algunas concesiones a la modernidad (la confitería fue remodelada para su centenario), como la poco tentadora sala de slots ubicada en el fondo. El menú y el liderazgo de la cocina están en buenas manos: Jean Paul Bondoux, chef de La Bourgogne. La carta equilibra de manera armónica pescados, carne vacuna y pastas, entre los cuales hay más de un imperdible: por ejemplo, la transparence de la mer ($69) –rillet de salmón, trucha marinada, camarones al ajillo y tapenade de berenjena–, el lomo de cordero asado con papas bouchon y champiñones salteados en manteca de hierbas ($88) o el tiernísimo guiso bouef bourguignon que sale seguido como plato del día. Al estar abierto las 24 horas, la carta contempla opciones más livianas y rápidas para distintos momentos del día, como los sandwiches croque monsieur ($56), la hamburguesa de la casa con panceta y cheddar o la variedad de tapas y pastelería. En el rubro dulce, el Vacherin es una escultura que recuerda a las creaciones de Escoffier, un postre en altura que combina helado de frutilla, maracuyá, merengue y crema chantilly (43). No es necesario conseguir las tres cerezas en una de las maquinitas ni hacer trifecta en los burros para darse una vuelta por esta encantadora confitería centenaria. Un café cuesta apenas $16 y un buen capuccino italiano, $28. Valores más que correctos para una centenaria tarde en el Hipódromo.

La París queda en Av. Del Libertador 4101, Palermo. Teléfono: 4778-2800. Horario de atención: todos los días, las 24 horas.


El más antiguo de todos

El Imparcial: Un hispánico de ley

“Nuestros clientes son muy fieles. Hay muchos que venían de chicos con sus familias y hoy vienen con sus nietos.” El que habla es Juan Farías, uno de los mozos históricos de El Imparcial, con cuarenta y dos años de servicio. Con mejores y peores épocas, la suerte ha acompañado a esta casa de comidas que está en pie desde que Bartolomé Mitre era gobernador de la ciudad y supo ser la primera en contar con baños en sus instalaciones, una novedad modernista para la época. Mucha historia ha corrido entre las paredes cubiertas de mayólicas y escudos o revestidas en madera: desde una jornada inolvidable en la que todo el restaurante se levantó a aplaudir al presidente Arturo Illia luego del golpe de Estado del ’63 hasta el derrumbe del viejo hotel Victoria sobre sus instalaciones en el ’69, que obligó a su reconstrucción. En 2001 casi cierran: los mozos estuvieron meses sin cobrar para aguantar la crisis y lograr así que el restaurante, que es parte de su vida, siguiera abierto. Ubicado en una zona de locales gastronómicos de estirpe española, justo enfrente de El Globo, los clientes llegan en busca de los platos de siempre: gambas al ajillo, cazuela de mariscos, pulpo a la gallega (uno de los pocos lugares que aún lo tienen en su carta), fabada asturiana, callos a la madrileña, caracoles a la bordalesa y ranas a la provenzal. Las rabas a la romana ($88 la porción) son perfectas. De fritura fresca, ceden a la primera mordida. El puchero (para 4 personas, $340) es otro de los clásicos. Los precios son altos, pero se justifican en la calidad de la materia prima utilizada. En 2010, El Imparcial cumplió sus primeros 150 años y sumó nuevos bríos para seguir haciendo lo que mejor les sale: comida de bodegón en un ambiente austero y clásico, y con mozos como los de antes, “expertos caballeros cargados de profesionalismo y calidez en el trato”, tal como los presentan en la web. Postres como el panqueque de manzana quemado al rhum, las natillas o el sambayón caliente al oporto son una buena alternativa para cerrar una comida en El Imparcial, y sumarse a los festejos por su aniversario.

El Imparcial queda en Hipólito Yrigoyen 1201, Congreso. Teléfono: 4383-2919. Horario de atención: todos los días, mediodía y noche.


Fotos: Pablo Mehanna

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