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› Por Sandra Martínez
En una esquina de Núñez se esconde un retazo de tierra con playas soleadas y mares azules. Caribe Riqueño es el emprendimiento de una pareja de puertorriqueños que dejaron de lado sus profesiones relacionadas con la construcción para lanzarse a la deliciosa aventura gastronómica. Eligieron compartir los sabores típicos de su patria (y de Cuba, que también forma parte de la herencia culinaria de su familia). Primero comenzaron con un servicio de delivery; de allí, el éxito los llevó a abrir, primero, un pequeño restaurante en el Barrio Chino, para finalmente desembarcar en el local actual, una esquina de la calle Cuba. Una reafirmación casual de la identidad gastronómica del emprendimiento.
Todavía se están acomodando a la casona, de la que coparon la planta baja con una gran cocina y diferentes ambientes convertidos en salones. Mientras tanto, los clientes fieles les siguen la pista para disfrutar el imperdible sándwich cubano ($33), de bondiola de cerdo con queso y jamón, en crocante pan francés. Los aderezos son simples, pero tienen un secreto familiar: la mostaza tiene que untarse junto al queso y la mayonesa va con el jamón. Si se cambia el orden, el sabor es otro, aseguran.
Otra posibilidad son las alitas de pollo fritas y caramelizadas con salsa barbacoa ($30) o la yuca frita con mojo ($22), típica salsa cubana a base de ajo, cebolla y limón. En lugar de las clásicas papas fritas salen unos tostones ($22), rodajas de plátanos fritos dorados por fuera y tiernos por dentro, o los platanutres ($22), crocantes chips de plátano que son perfecta compañía para una ronda de mojitos.
También hay propuestas más elaboradas en las que el fuerte son las preparaciones a la cacerola, como el pollo guisado caramelizado ($50) o la famosa Ropa Vieja cubana ($50), que lleva entraña deshilachada guisada con cebolla, morrón, tomate y laurel. Y todos los platos suman arroz y frijoles a la manera de una guarnición. El pescado criollo ($50) es otro favorito, a base de la siempre deliciosa merluza que aquí sorprende con ajo tostado, cebolla, tomate, vino blanco y salsa de cilantro. Para terminar, hay flan de coco y el postre la casa, Cajeta del cielo ($20), compuesta por crocantes azucarados realizados con la clásica tortilla de maíz cortada en trocitos, rebozados con azúcar y canela y servida con dulce de leche, y también el flan de coco.
Cuando llegue la primavera será un gran plan pedir una jarra de sangría bien fría para acompañar estos platos, y viajar imaginariamente a tierras lejanas donde florecen los sabores intensos.
Caribe Riqueño queda en Cuba 2904. Teléfono: 4704-6956. Horario de atención: lunes a jueves de 12 a 16 y de 20 a 23. Viernes y sábados de 12 a 16 y de 20 a 24.
¿Una panchería con dirección gastronómica de un chef? Por raro que pueda parecer, ese lugar existe, y está en una esquina color rojo intenso en San Isidro. El chef en cuestión es Diego García Tedesco, un hombre orquesta que no para de sumar experiencias interesantes vinculadas con la gastronomía. Es el chef ejecutivo del restaurante del Club Austria, tiene su propio servicio de catering y gerencia Brul Alimentainment, un espacio donde reciben a cocineros invitados, se dictan cursos, realizan degustaciones y llevan adelante una tarea social, capacitando a grupos de vecinos de barrios carenciados para promover la transformación personal a través de la cocina. Todos estos emprendimientos están en la zona del Bajo de San Isidro, donde Diego es uno de los impulsores del floreciente polo gastronómico.
La Pancha del Bajo, su nuevo proyecto, nació amparado en el éxito que logró el pancho que sirvieron en el stand de Club Austria en la feria Masticar del año pasado. A la gente le encantó y, en menos de un año, aquella inspiración se convirtió en una panchería especializada, con ambiente de maderas recicladas, latas usadas como macetas para las plantas aromáticas que decoran las mesas y otros detalles rústicos.
Los panchos se preparan con salchichas alemanas y panes caseros. La estrella es el Pancho Masticar ($18), que lleva relish –un condimento muy utilizado para acompañar encurtidos– y unos pickles llamados chalamade. Otras opciones son el Pancho Grill con cole shaw –repollo blanco y zanahoria– y sweet chili; el Pancho Bocas, con queso brie y cebollas caramelizadas; o el Curry Ketchup, todos a $18. Lo ideal es acompañarlos con un conito de chips ultra finos de papas o batatas crocantes ($8).
Fuera de las salchichas, también ofrecen otras delis del fast food, como el Wiener Schnitzel, más conocido bajo el nombre común de sandwich de milanesa ($20). En invierno es imperdible el goulash con spätzle ($40), uno de los platos más clásicos y afamados de la carta de Club Austria, que también está presente en este hermano menor. Y, para los días más cálidos, la ensalada del día ($25). Para cerrar la visita hay que elegir alguno de los postres que tientan desde la heladera exhibidora: mousse de chocolate belga ($15), strudel con crema ($15), los refrescantes palitos helados naturales de frutas ($10) y los frasquitos saludables de yogur, müsli y frutas ($15).
Ubicada en el corazón de una zona que está en pleno crecimiento, La Pancha del Bajo demuestra que hasta un sencillo pancho puede tener su dignidad gourmet.
La Pancha del Bajo queda en Tiscornia 891, Bajo de San Isidro. Teléfono 15-6517-5615. Horario de atención: martes a sábado de 11 a 24.
Los waffles pueden parecer un invento moderno, propio de alguna moda vernácula, pero la realidad es mucho más profunda: son originales del Medioevo, y ya por el año 1300 existían unas planchas de metal con textura similar a un panal de abeja sobre las que se cocinaba una masa crujiente. Estas placas se conocían como waffers y en las cocinas más ilustres, incluso, la típica forma enrejada se solía reemplazar con el escudo de armas del dueño de casa. Hoy, varios siglos después, y a miles de kilómetros de su lugar de origen, cuando un argentino piensa en waffles, imagina como arquetipo un postre de esos que adoran los golosos, cubierto con dulce de leche, crema y helado. Por suerte, estas esponjosas tortas dan para mucho más, y demostrarlo es el empeño que pone La Wafflería Gourmet.
El nombre de este local puede resultar conocido para los veraneantes de la costa atlántica, ya que sus dos casas más famosas están en Pinamar y Villa Gesell. Pero aunque todavía falten meses para la temporada estival, sus famosos waffles se pueden disfrutar hoy mismo en la Ciudad de Buenos Aires. La sucursal porteña está a unos metros de la Plaza Devoto, justo al lado de Monte Olivia, la famosa heladería del barrio. Arrancaron con un pequeño local al paso, y en junio reabrieron tras una ampliación que les permitió incorporar varias mesas. El resultado fue todo un éxito: los sábados y domingos por la tarde, cuando la plaza es punto de encuentro para los vecinos, es necesario hacer cola para conseguir una silla disponible.
La filosofía que anima a La Wafflería Gourmet es ofrecer comida rápida, de buena calidad, y con una vuelta innovadora. Allí están los infaltables waffles de dulce de leche ($28), de frutillas con crema ($36) o de mousse de chocolate con almendras ($34), pero también destaca la carta salada, con waffles que combinan panceta, cerdo y beer mustard ($42), jamón crudo, rúcula y tomates secos ($40) o pollo caramelizado con reducción de mandarinas ($42). Otra opción son los palicreps (desde $21), realizados con la misma masa, pero más delgada y montada sobre un palito, a modo de chupetines de jamón y queso, capresse o de salchicha ahumada, que se acompañan con tres dips que varían según el sabor elegido.
La Wafflería Gourmet provee a otros bares y restaurantes con sus waffles y la gran novedad es que, por encargo, también están disponibles para llevar congelados, a $50 la docena. Con un golpe de horno, felicidad en casa.
La Wafflería Gourmet queda en Mercedes 3948 (Devoto). Teléfono: 4504-7690. Horario de atención: martes a jueves de 10.30 a 22. Viernes a domingo de 10.30 a 2.
Fotos: Pablo Mehanna
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