Domingo, 3 de diciembre de 2006 | Hoy
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La anécdota la contó el propio Diego Vainer, durante un show de Rosario Bléfari en el Malba, sin saber que había un periodista escuchando en la butaca de atrás (perdón, fue sin querer): en una presentación conjunta, él perdió su cuaderno de apuntes y notas y, como resultado de la experiencia, ella le dedicó una canción. Se titula, justamente, “Cuaderno”, y es una de las más bonitas de Misterio relámpago, su tercer álbum solista. La letra (“quiero tu cuaderno/ donde vi mi nombre escrito/ el mismo día que desapareció/ juro que no fui yo”) es una muestra más de su rara habilidad para atravesar lo obvio sin caer en la obviedad, aunque en otros temas también pueden meterse con asuntos más existenciales (“Por qué”, “Condición”) o, a tono con el título, misteriosos (“Paranormal”, “Lobo”).
Desde el comienzo mismo, con “Accidente”, queda establecido un tempo acelerado y casi punky que marca el pulso del disco hasta el final. La idea de grupo está consolidada con respecto a Estaciones, su predecesor. Con la salida de María Ezquiaga y el ingreso de Javier Marta en guitarra, lo que el trío que la acompaña perdió en términos de arreglos corales lo ganó en dinámica y energía a la hora de darles vida a las canciones. Quizá por eso la voz de Bléfari, sin dejar de lado los particulares saltos de tono que le son propios, suena más directa y frontal. Quizá por eso, también, por momentos se oyen ecos que remiten a Suárez, su banda anterior. La cantante parece poner en palabras el ímpetu del que estamos hablando en “De una vez”, justo sobre el cierre del disco: “No vayamos por partes/ hagámoslo todo de una vez/ pasemos juntos/ demos la vuelta/ y corramos hasta la red”. Ese podría ser uno de los principales secretos detrás de este Misterio relámpago.
Rosario Bléfari, Misterio relámpago (Fan Discos)
Desde su primer disco, Fito Páez viene ensayando distintas formas de pintar en tres minutos y pico el fresco de una época y, al mismo tiempo, su reflejo en un paisaje más, digamos, interior. Pensemos, si no, en clásicos como “Del ’63” o “Tercer Mundo”, lo mismo que en piezas más recientes como “Tema de Piluso” o “Al lado del camino”. Bueno, si alguna vez al músico rosarino se le ocurre editar sus letras en formato libro, puede bautizarlo con el título de su último álbum: El mundo cabe en una canción.
En realidad, así se llama la inspirada canción que lo inaugura y que marca su tono hasta el final: liviano, pero nunca superficial. Y ése parece ser también el punto de partida para que Páez se entregue a su ambición de abarcarlo todo con la música, con el virtual desfile de personajes que transcurre a medida que desanda el flamante repertorio: Thelonious Monk, Pichuco Troilo, Mercedes Sosa, Victoria Abril, Marilyn Monroe, Lady Di, Vinicius de Moraes, Kate Moss, Cuchi Leguizamón, Boogie el aceitoso, San Martín y la Difunta Correa. Por eso, cuando llega la simpática marchita de psicodelia pop “Sargent Maravilla”, en la que homenajea al eterno fan de los Beatles que lleva adentro, no cuesta imaginar una tapa alternativa a la diseñada por Alejandro Ros: adivinen cuál.
Entre un puñado de rockitos que llevan su firma (“Rollinga o Miranda girl”, “Fue por amor”) y una más nutrida lista de baladas (“Entrance”, “Eso que llevas ahí”, “La casa de las estrellas”), estamos ante su mejor trabajo en años. Uno en el que puede meterse con una historia densa (“Te aliviará”) pero igual sonar esperanzador. Las de El mundo cabe en una canción son, como canta por ahí casi al pasar, “canciones de liberación”, en un sentido mucho más poético que político.
Fito Páez, El mundo cabe en una canción (Sony-BMG).
Cuando salió a la calle su debut como solista, con su pasado de Fabuloso Cadillac todavía fresco en la memoria de miles de seguidores, muchos se habrán preguntado si Vicentico quería convertirse en un nuevo Alejandro Sanz. Ahora sabemos que era (y es) así. Según sus propios dichos, su ambición pasa por componer “canciones fáciles”, que le gusten a una joven en edad de merecer pero también a su señora madre. Y esto puede leerse no tanto como una provocación sino como una declaración de principios: nada menos rockero que respetar el manual del deber ser rockero. Con referentes como Roberto Carlos y Rubén Blades, Vicentico surca con naturalidad el continente musical latinoamericano: va del vallenato colombiano al corrido mexicano, pasando por la murga rioplatense, el bolero o la salsa.
Para ilustrar la coherencia, pero también la evolución de su carrera en solitario, podríamos usar una metáfora fotográfica: mientras que en Vicentico se arregló demasiado para la foto, en Los rayos no le importó salir despeinado y en el flamante Los pájaros ni siquiera se acordó de que tenía una cámara enfrente. Sin el aporte de Afo Verde, la producción esta vez corrió enteramente por su cuenta. La impronta bailable con la que arranca (“El árbol de la plaza”, “El baile”) enseguida encuentra cierto equilibrio en una zona abolerada, que alcanza su clímax con la balada “Si me dejan”. Rodeado por viejos amigos como Daniel Melingo y Flavio Cianciarulo (versionan “Ayer”, del primero, en plan skadillac) y Andrés Calamaro (“Felicidad”), Vicentico se divierte cantando lo que se le canta. Y hasta se deja bañar por los destellos de una imaginaria bola espejada en el existencialismo disco de “Desapareció”, cual Bee Gee latino.
Vicentico, Los pájaros (Sony-BMG)
Con cada nuevo disco, Estelares parece condenado a barajar y dar de nuevo a la espera de una mano que les permita ganarse al gran público del rock argentino, salud. Por eso en este Sistema nervioso central hay un puñado de temas que reflejan su momento actual, pero también otros que están directamente conectados a la médula de su propia historia: como para que nadie que los descubra ahora pueda mostrarse sorprendido por el nivel alcanzado después de una década de inquebrantable militancia cancionera. Entre los últimos aparecen “El corazón sobre todo”, que forma parte del repertorio de Amantes suicidas; el inédito “Ardimos”, que le había dado título a su trabajo anterior; y “Aire”, que había aparecido originalmente en La mañana del aviador, una colección de grabaciones caseras del compositor y cantante Manuel Moretti.
El cuarto álbum de la banda platense fue producido nuevamente por el perico Juanchi Baleirón, que esta vez apuntó a pulir y darle un brillo pop al filo melódico del grupo. Los estribillos son fáciles de tararear, sí, pero no por eso resultan inocuos. ¿O alguien se imagina cantando distraídamente: “La esperanza es una invención moral/ es la única defensa ante la verdad/ que es siniestra y fatal”?
La sístole-diástole de las composiciones de Moretti siempre fueron el amor y el desamor, y si ahora se inclina por el primero de los componentes lo hace sin caer en el poptimismo. El mejor ejemplo de lo anterior es la beatlesca “Ella dijo”, una balada en la que, no casualmente, participa como invitado Jorge Serrano: tiene ese aire de clásico instantáneo de los mejores temas de Los Auténticos Decadentes. Tal vez en este mismo momento esté sonando en la radio y alguien piense que, por fin, ya era hora de escuchar algo así.
Estelares, Sistema nervioso central (Pop Art).
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