MIRá
Muriendo por un sueño: Una sátira sobre la tele basura.
Con su nueva película Muriendo por un sueño (American Dreamz), Weitz, el director de American Pie, Un gran chico y En buena compañía, pretendió cargarse a la administración Bush y su guerra contra el terrorismo y a American Idol, todo junto, y se quedó a mitad de camino. Dennis Quaid compone sin mayores sutilezas a un George W. que un domingo por la mañana, justo después de ser reelecto, decide que de ahí en más va a leer los diarios y los informes oficiales para saber por fin qué es exactamente lo que está pasando en Medio Oriente. Hugh Grant hace de un cínico conductor televisivo, un egomaníaco que se odia a sí mismo y odia el programa que lo transformó en una celebridad ultramillonaria, pero que sin embargo empieza una nueva temporada en busca de flamantes estrellas pop. La actriz y cantante Mandy Moore se interpreta un poco a sí misma —una aspirante a superstar que conoce las limitaciones de su talento vocal, pero está decidida a dejar atrás el anonimato y su poco emocionante vida de pueblo chico—, con una autoconciencia tal que lo suyo se convierte en la verdadera revelación de la película. Y entre los otros personajes también hay un joven iraquí que, enviado a los EE.UU. con una misión suicida contra el presidente, se convierte casi por accidente en un favorito del falso American Idol de la película.
Aunque hace un dibujo de trazo muy grueso de los árabes y la sátira sobre la televisión y sobre el republicanismo salvaje reblandece y se diluye en algo incomprensible hacia el final, no deja de ser cierto que Muriendo por un sueño emprende una de las burlas más directas que haya ofrecido Hollywood sobre el presidente en ejercicio, después de South Park y de la serie (inédita por acá) That’s my Bush. En cuanto a su eventual “reblandecimiento”, Weitz ha intentado defenderse alegando que “la intención no era que el presidente se volviera simpático; aunque uno ya casi no puede parodiar a la administración Bush más de lo que ésta se ha parodiado a sí misma en los últimos meses”.
Días de perros: Crueldad y miserabilismo en el verano de Viena.
Episódica, fragmentaria y coral, Días de perros transcurre a lo largo de dos pegajosamente calurosos días del verano vienés. Sus personajes aparecen retratados casi sin excepciones de un modo grotesco, con muchas ganas de despojarlos de todo atractivo físico; un enorme desprecio en general por sus cuerpos y sus almas presuntamente comunes y corrientes. Entre ellos hay un viudo que pretende forzar a su empleada doméstica a representar a su ex mujer, exigiéndole un strip tease de “aniversario”; una mujer que escapa a su alienada vida de matrimonio asistiendo a un club de orgías; varias mujeres victimizadas cruelmente por sus novios. El film le valió a Seidl comparaciones con el también austríaco Michael Haneke, y no faltaron quienes resaltaran el supuesto “poder subversivo” de su miserabilismo. Para otros críticos se trata de una tendencia que ya cuajó en una suerte de industria nacional, con abonados extranjeros del tipo de Gaspar Noé, el director de Irreversible, y Harmony Korine, de Gummo. Pero Seidl insiste: “Mis ficciones están basadas en mi observación de la vida real. Durante el casting, para encontrar al personaje de la maestra, casi todas las actrices me contaron sus experiencias personales sobre hombres que habían abusado de ellas, confirmando las estadísticas disponibles. Entiendo que a las feministas no les guste que se muestre públicamente la violencia contra las mujeres, pero lo que yo quiero es mostrar las cosas tal como son y no como deberían ser”.
Imagínanos juntas: Amor lésbico (casi) sin conflicto.
La última película basada en la premisa argumental “chica-conoce-chica” que haya llegado a los cines argentinos en los últimos años y todavía valga la pena mencionar fue probablemente Descubriendo el amor, o Fucking Amal, la ópera prima del director sueco Lukas Moodysson protagonizada por dos adolescentes absolutamente encantadoras. No se trató de una obra revolucionaria, pero abrió y mostró un camino posible para las historias de amor en el cine con su naturalidad más bien amable y bastante alejada de toda pretensión militante, como sí podía haberla en, por poner un ejemplo más o menos cercano, Go Fish, de Rose Troche. Sí había intolerancia en Descubriendo el amor; después de todo transcurría en un colegio secundario y era un punto imposible de esquivar si se buscaba darle un contexto más o menos realista. Ya pasaron ocho años desde aquella película, y lo que más podría llamar la atención de Imagínanos juntas, primer largometraje para cine del inglés Ol Parker —realizador de unos 35 años curtido en la televisión— es que no hay el menor rastro de oposición, de parte de ninguno de los personajes, al amor y la consumación de la pareja entre las dos protagonistas. Como si el mundo que habitan ya hubiera completado su transformación en un ambiente perfectamente liberal, libre incluso de todo prejuicio generacional. Las dos chicas son, nuevamente, como en Fucking Amal, perfectamente hermosas y sensibles, y mientras que una (Lena Headey) parece haber asumido su identidad sexual mucho tiempo atrás, la otra (Piper Perabo) acaba de casarse con el hombre con el que parecía destinada a pasar toda su vida. Ahí reside el único conflicto, uno que se disuelve bajo una corrección política tan pero tan correcta que parece abrumarlos a todos, delante y detrás de cámara. Pero si Imagínanos juntas todavía tiene algún sentido es mucho menos por su planteo argumental (que es convencional, predecible, un lugar común tras otro) sino porque parece sugerir, aunque no consiga plasmarla del todo, que es posible narrar historias de amor entre personas de cualquier sexo sin condimentarlas con escándalos; es decir, con naturalidad.
Un collage de cine, pintura, música y palabras.
Son cuatro cortos realizados por Jean-Luc Godard, dos de ellos en colaboración con su mujer Ann-Marie Miéville, entre 1993 y 2002. Fueron compilados en una caja que incluye un libro con los textos de las películas —y se trata de películas fuertemente verbales, repletas de ensayos y de poemas, saturadas de palabras— y otro escrito por el alemán Michael Athen, quien asegura que el cuarteto suma, entre sus partes, “todo: arte y libertad, presencia y memoria, violencia y pasión. Cuatro sinfonías compuestas de imágenes, tonos, citas, bandas de sonido”. Quien haya visto parte de la producción de Godard de esta nueva época, de los ’90 para acá —incluyendo Elogio del amor y Nuestra música, que está actualmente en cartel en Buenos Aires—, ingresará más fácilmente en la propuesta, aunque por momentos parezca volverse inaccesible. De vocación totalizante, el cine actual de Godard es una suerte de gran ensayo en el que habla de la cultura (“la regla”, dice) y del arte (“la excepción”) a través de un collage de cine, de pintura, de música y palabras. En El origen del siglo XXI (2000), recorre el siglo pasado a través de una sucesión apabullante de imágenes de genocidio, guerras, torturas, linchamientos; planos de niños tomados tanto del cine de Buñuel como del de Kubrick, un viaje a través del horror que un crítico del Village Voice neoyorquino ha definido como “un antídoto a los inventarios celebratorios que han marcado el fin del siglo”. En una reflexión apenas más luminosa que hace en The Old Place (que es, en rigor, un mediometraje, de casi 50 minutos), sugiere que el hecho de que “nuestro” mundo haya muerto, tal vez implique una oportunidad para empezar de nuevo.
En uno de los textos que acompaña el DVD, Athen destaca estos “malabares” de imágenes, sonidos y palabras de JLG, como un procedimiento que no hace sino confiarle al cine una capacidad de abstracción que “es considerada como obvia en las bellas artes por muchos cuando van a ver una muestra”. Algo parecido, dice Athen, a la experiencia de acordarse de alguna música cuando se contempla una pintura, “o de una pintura cuando se lee un libro, o de un texto al escuchar música”.
Jean-Luc Godard, Four Short Films se consigue en Zivals, Callao 395.
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