Si Terminator hubiera sido un ferviente aficionado a las letras, de seguro luciría como las esculturas de Jeremy Mayer. Escultor autodidacta oriundo de Minnesota, el hombre es un Frankenstein moderno que ha parido cantidad de autómatas con estética steampunk, robándose el aplauso de quienes señalan y dicen: “Oiga, ¡pero eso luce como la robot de Metropolis!”, y se congratulan por la ocurrencia. En efecto, el look retrofuturista de sus criaturas es un aliciente, pero es su mecánica de fabricación la que ha dejado a muchos patidifusos. Ocurre que Mayer no utiliza cualquier material para las definidas fisonomías, sino que echa mano a una particular familia de objetos reciclables: las máquinas de escribir en desuso. Así, mientras se suceden propuestas nostálgicas de recuperación, tuneos y actualizaciones, Mayer desarma ejemplares coleccionables y los vuelve a unir para ensamblar a, por ejemplo, Dalila, la androide que creó en 1200 horas hombre y que cuesta la módica suma de 20 mil dólares.

“Siempre me pareció que la máquina de escribir de mi madre tenía rostro humano. Las teclas parecían dientes; las bobinas de las cintas, un par de ojos. No es de extrañar que sus diseñadores originales se inspiraran en formas encontradas en la naturaleza para crearla. Además, el tamaño de esta herramienta mecanográfica es proporcional al cuerpo del hombre: suficiente amplitud para las manos; el peso justo para ser cargado por un par de brazos. Con esas consideraciones entre ceja y ceja, creo”, anota quien afirma que sus referentes son Bruegel, Bosch, Max Ernst, Epstein, Brancusi, Alexander Calder, entre otros. Quien además no suelda ni pega: ensambla en seco, encastra. Y sólo usa partes de la mentada máquina. También aprovecha la oportunidad para incorporar citas: “Es como dijo el autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, ‘cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia’”. Mientras no cobre vida.