Aunque durante más de un siglo fue considerado uno de los padres del impresionismo, hoy al francés Pierre Auguste Renoir le han salido sus negadores. ¿Dónde? En Estados Unidos, cuándo no. El pasado 5 de octubre, un grupo de manifestantes se empotró frente al Museo de Bellas Artes de Boston, en Estados Unidos, con pancartas en las que se leían: “Dios odia a Renoir”, “Decile NO a Renoir”, “No somos iconoclastas, simplemente pinta horrible” y “Terrorismo estético”, entre otras bondades de la expresión libre. Con el objetivo de acabar con “la sobrevaloración de quien no debería estar ocupando espacio en ninguna galería del mundo” (sic), la media decena de personas dijo estar cansada de ver el trabajo de este “experto en deformar y borronear mujeres, y bosquejar niños que dan miedo”. Y expresó que aquella sería la primera de muchas acciones públicas, que continuarán hasta que los directores de los museos del globo reemplacen las pinturas del francés por “verdaderas obras de artes”. Integrado por autoproclamados “justicieros culturales”, el insólito, inesperado, inexplicable movimiento lleva un elocuente nombre (“Renoir Sucks At Paiting”; o sea, “Renoir es malísimo pintando”), hace pintadas callejeras, entona cánticos del tipo “¡Pongan dedos en esas manos!” o “¡Dennos obras de Paul Gauguin!”, y se expresa cotidianamente en una cuenta de Instagram con 6 mil seguidores, donde se mofa socarronamente de obras como “Almuerzo de remeros” o “Las grandes bañistas”. La cruzada –que al parecer incluye a abogados, artistas e investigadores de Harvard– también tiene un líder: Max Geller, un organizador de mítines con sede en Nueva York. Y una detractora: Genevieve Renoir, quien dice ser pariente del pintor y que, vía redes sociales, increpó a Geller del siguiente modo: “Cuando tu tatara–tatara–abuelo pinte algo de 78.1 millones de dólares, entonces podrás criticar. Mientras tanto, el mercado ha hablado y Renoir no apesta”. ¿Ok...?