Dom 27.05.2007
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VALE DECIR

Cosita loca llamada amor

Cómo es vivir enamorado de los objetos más insólitos.

Hay quienes cuidan a su auto mejor que a sus hijos. Algunos le dedican mucho tiempo a su computadora o a su celular. Y hay otras personas que incluso mantienen relaciones sexuales con algunas de sus pertenencias. Este comportamiento tiene un nombre: se llama objetofilia. Una palabra más o menos elegante y clínica para definir la obsesión sexual por ciertos objetos: vehículos, edificios, lo que sea que pueda excitar sexualmente a alguien. Es decir, casi todo.

Una reciente investigación de la revista alemana Der Spiegel publicó varios casos por lo menos llamativos. Entre ellos, uno que “hermana” a la norteamericana Sandy K. con la sueca Eija-Riita Eklöf-Mauer. Una estaba enamorada de las Torres Gemelas. La otra del Muro de Berlín. En 1989, esta última vivió un momento traumático cuando la gente acudió masivamente, agitando sus martillos, a tirar abajo la pared que dividía a Alemania en dos. Eija se había “comprometido” formalmente con el Muro diez años atrás; incluso se había puesto Mauer (“Muro”) de apellido. “Con los lazos emocionales, el amor profundo y los buenos recuerdos juntos... la única manera de sobrevivir a la caída era bloquear este evento”, escribió en su sitio web algunos años atrás. Algo parecido le ocurrió a Sandy K. el 11 de septiembre de 2001, cuando su “marido” fue ejecutado en público en las calles de Nueva York. Sus relaciones amorosas eran más bien calladas, pero para ambas, sus amantes eran objetos masculinos y absolutamente atractivos. Aun en su viudez, Sandy K. confiesa que todavía no puede imaginarse tener una relación amorosa con un ser humano. Desde hace un tiempo integra un grupo de gente con obsesiones análogas a las de ella; es decir, un círculo de amigos objetofílicos. Todo indica que son unos cuantos.

Consultado por la revista alemana, el ex director del Instituto de Estudios Sexuales de la Universidad de Frankfurt, Volkmar Sigusch, dijo que la objetofilia es parte de una tendencia moderna a la asexualidad: “Cada vez más y más gente declara abiertamente su imposibilidad de llevar una relación íntima con otra persona. Las ciudades tienen cada vez más sus ejércitos de solitarios, solteros, sodomitas culturales, perversos y adictos al sexo”.

“Pero de ninguna manera somos fetichistas”, explica otro objetofílico, de nombre Joachim A. (un amante de su locomotora a vapor desde que reconoció sus inclinaciones sexuales a los 12): “Para alguna gente, el auto es el fetiche en el que se exhiben sexualmente. Pero para un objectum-sexual (nombre con que se autoidentifican los objetofílicos), la pareja sexual es el auto mismo, y nada más; en él se vuelcan todas las fantasías y emociones”. A Joachim lo excitan los mecanismos de funcionamiento interno de las cosas, por lo cual se ha dedicado a trabajos de reparación que a menudo lo llevaron a serle infiel a sus parejas: “Un affaire amoroso cualquiera –confiesa– puede empezar con un radiador descompuesto”.

El gran tema, por supuesto, es cómo consumar físicamente esta pulsión, al menos en muchos casos. Valga el ejemplo de Sandy K. la amante de las Twin Towers, que se hizo construir una réplica a escala de sus edificios favoritos: se la lleva muy seguido a la bañadera para darse un baño de espuma juntos. Todo suena un poco raro, pero Sigusch aclara que él no ve a la objetofilia como una patología: “En todo caso –argumenta– los objetofílicos no le hacen daño a nadie. No abusan de otros ni los traumatizan. ¿De quién más puede decirse algo así?”.

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