Hace dos semanas, la minúscula y por demás anodina comunidad de Ness City, en Kansas, vivió horas de pasmo. Y su jefe de policía, el sheriff Bryan Whipple, fue expuesto a uno de los casos más impactantes de la crónica bizarra, tan grotesco que, probablemente, lo haya dejado traumatizado para siempre (o por lo menos se lo ve seriamente impactado, hasta tartamudo, en el segmento informativo accesible en el sitio del canal local, www.ksn.com). ¿Qué pasó? Bueno, una mujer llamada Pam Babcock, de 35, vivió durante dos años en el baño de su novio. Comía ahí, dormía ahí, se presupone que tenía sexo allí con su pareja, el desaprensivo Corey McFarren. Pero en los últimos meses, la pobre Pam se sentó en el inodoro y no quiso levantarse. De hecho, no se levantó: su novio, ¡finalmente!, pidió ayuda porque la vio “desorientada”. Y cuenta el sheriff Whipple: “Nunca vi algo así. Sus músculos estaban severamente debilitados. Su piel había formado una película de contacto con la tabla del inodoro. No estaba pegada, no estaba atada. Estaba físicamente amarrada al inodoro. Tuvimos que romper el baño y llevarla con al hospital con la tabla pegada. No pudimos separarla”.

Poco después, los médicos que atendieron a la mujer confirmaron que una cosa así es posible cuando se necrosa el tejido, como en las escaras de los enfermos que pasan mucho tiempo inmovilizados. Pero la mayoría de la gente se pregunta en qué estaba pensando el novio, si es que lo estaba haciendo. Él dijo que “ella no quería salir”, que “se lo pedía todos los días”, y que “quería estar en el baño porque tenía miedo de ver a su familia”. El sheriff Whipple anunció con pesar que “lamentablemente, estamos lidiando con gente que tiene las capacidades mentales disminuidas”. El vecino de la pareja, un hombre que responde al extrañísimo nombre de Orrin Opliger, le dijo a las cámaras que, en su opinión, lo más raro de todo es que Corey, a quien describe como una persona peculiar, tuviera novia, pegada a un inodoro o no.