VALE DECIR
Malcolm Brenner escribió un libro llamado Diosa húmeda: recuerdos del amante de un delfín. La obra está basada en la relación amorosa que Brenner tuvo con uno de esos animales que trabajaba en un parque acuático.
El dice que la relación era apasionada y que alcanzó un nivel físico. “Estuve deprimido durante cinco años luego de que ella murió”, explicó a la cadena NBC. En cuanto a su libro, él dice que “es como Romeo y Julieta, sólo que Julieta es un mamífero marino de doscientos kilos”.
Brenner y su ¿delfina? se conocieron a principios de los años ‘70. A él le tomó muchísimo tiempo escribir su historia; dice que el verdadero mensaje de su libro es que los mamíferos marinos son inteligentes, capaces de amar, y que deberían ser protegidos en su hábitat natural.
El autor es consciente de que gran parte del público no verá más allá de lo sórdido de la relación; la tirada de su libro, de hecho, fue de apenas cincuenta ejemplares. Actualmente está tratando de ver cuántos libros imprime para su segunda edición. Mientras tanto, en los parques acuáticos del mundo entero seguramente le hayan prohibido la entrada de por vida.
El MI5 –el famoso servicio secreto británico– tiene razones para creer que, en Pakistán, hay cirujanos plásticos que ponen bombas en los implantes mamarios de mujeres suicidas. En el caso de los hombres, los explosivos se insertarían en los glúteos.
Según contó un experto al diario The Sun, “si lo hacen bien, esto sería imposible de detectar con los controles que realizan en los aeropuertos”.
Los servicios de inteligencia británicos se enteraron de esta nueva táctica al poco tiempo que Umar Farouk, el terrorista que llevaba explosivos en los calzones, falló en su intento de hacer estallar un avión en la Navidad del año pasado.
La sustancia a utilizar se llama PETN y se insertaría dentro de los implantes de silicona. Con 150 gramos sería suficiente para hacerle un agujero considerable al fuselaje de un avión, provocando un accidente fatal.
Cada intento de terrorismo causa prohibiciones más y más ridículas. Los gringos ya tienen que descalzarse para hacer el check-in a causa de aquellos terroristas que quisieron poner una bomba en sus zapatos y luego se les prohibió viajar con botellas de agua debido a otro intento de sabotaje que involucraba líquidos.
Si el MI5 tiene razón y alguien trata de reventar un avión con tetas o culos explosivos, ¿qué prohibirán entonces?
En el coqueto barrio de Gramercy, en Nueva York, existe un bar en donde el precio de los tragos fluctúa toda la noche de acuerdo con la oferta y la demanda. Se llama Exchange Bar & Grill; sobre la barra, igual que en la Bolsa de Valores, hay un tablero electrónico en donde desfilan los cambios de las cotizaciones.
“Queremos que la atmósfera sea como en Wall Street”, explica Levent Cakar, uno de los dueños, al diario The Independent. “Excepto que aquí, a diferencia de lo que pasa en la Bolsa, nadie se estresa ni pierde dinero.”
El señor Cakar es oriundo de Turquía. Llegó a Nueva York para estudiar un Master en Economía y lleva once años dedicándose, además, a trabajar en bares y restaurantes. El escribió el programa de computadora que maneja los cambios de “cotización”: a intervalos de 25 centavos de dólar, dentro de un rango de 4 dólares, las bebidas van cambiando de precio según el comportamiento del público.
La ubicación y la temática del bar (y la novedad) lo hacen un establecimiento muy popular entre los inversores de Wall Street. El señor Cakar conoce a estos hombres de negocios y está atento a cuando empiecen a abusar del sistema. Después de todo, son los que rompieron la economía del mundo entero; ¿qué se puede esperar de ellos si encima están borrachos?
Constance McMillen, una chica de Mississippi, en Estados Unidos, quería ir a su baile de fin de curso: ella vestida de smoking y su novia con un vestido. Pero no pudo ser.
Todo empezó el 5 de febrero pasado. El colegio informó a los alumnos que un requisito esencial para llevar una pareja al baile era que fuera una persona del sexo opuesto.
Constance, con la ayuda de la ACLU (Asociación Americana de Derechos Civiles), le hizo saber al consejo directivo del colegio que esa clase de restricciones violaban sus derechos individuales: ella tenía el derecho de ir con quien quisiera, vestida como se le antojase. Fue demasiado para la gente de la Secundaria Agricultural de Itawamba, que rápidamente decidió cancelar el baile de fin de curso.
Los compañeros de promoción de Constance, lejos de acompañarla en su lucha, más bien la criticaron. “Gracias por arruinarnos la fiesta de graduación”, le decían en los pasillos de la escuela.
Finalmente, hace dos semanas, agotadas por el circo mediático y la furia de Facebook, las autoridades de la secundaria decidieron ceder: invitaron a Constance, con su smoking y su novia, al dichoso baile de fin de curso. La fiesta se realizaba en el Fulton Country Club, lejos de las instalaciones del colegio. El viernes a la noche, al llegar al lugar, Constance se encontró solamente con cinco personas: todo había sido organizado como un engaño. Con la ayuda y el consentimiento de los padres y de las autoridades de la escuela, la verdadera fiesta de fin de curso se realizó en otro lado.
Dos de los invitados a la fiesta falsa eran chicos con capacidades especiales. “La pasaron bárbaro”, declaró Constance al sitio web advocate.com. “Fue lo único bueno que salió de todo esto: que pasaron una noche genial sin que hubiera nadie que se riera de ellos.”
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