VALE DECIR
A fines de los años ’50, el psicólogo norteamericano Milton Rokeach tuvo un plan. Tomó a tres de sus pacientes, cada uno de ellos creyéndose Jesús, y los hizo vivir juntos durante dos años en el asilo Ypsilanti para ver si cambiaban su forma de pensar.
El psicólogo estaba intrigado por algunas historias de agentes del servicio secreto que experimentaban una pérdida de contacto con su identidad original. Rokeach se preguntaba si el sentido de identidad podía ser revisado en un entorno experimental. Encontró su respuesta en la Biblia: como las escrituras dicen que hay un solo hijo de Dios, Rokeach decidió confrontar a los tres mesías y documentar la historia en su libro de 1964, ahora agotado: Los tres Cristos de Ypsilanti.
Los delirios de Jesús no son comunes pero sí tienen una larga historia: cuenta Voltaire que, en el año 1663, un tal Simon Morin fue quemado en la hoguera por insistir en que era Jesús (¿y si era verdad?). El excéntrico psicólogo norteamericano Milton Erickson tuvo también la idea de juntar a dos Cristos, y uno de ellos se curó. “Estoy diciendo lo mismo que dice este loco –dijo el recuperado–. Eso significa que yo también debo estar loco.”
Rokeach no tuvo el mismo éxito: sus tres Cristos –Leon, Joseph y Clyde– empezaron mal y siguieron peor. Tuvieron intensos debates que se volvieron discusiones y en algunos casos llegaron a los golpes; no siempre se puede ofrecer la otra mejilla.
Vaughan Bell, un neuropsicólogo de la Universidad de Antioquia, en Colombia, cuenta la historia en el sitio web Slate. Su opinión es que el libro de Rokeach no habla acerca de un experimento serio, sino del plan absurdo de un psicólogo cuya pasión le ganó al sentido común. En una reedición de 1984, Rokeach escribió: “No tenía derecho, ni siquiera en nombre de la ciencia, a jugar a ser Dios e interferir en las vidas de estos hombres”.
El libro Los tres Cristos de Ypsilanti, entonces, cuenta la historia de cuatro locos en un asilo: tres locos que se creían Jesús y un loco que se creía, al mismo tiempo, psicólogo y Dios, pero no necesariamente en ese orden.
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